La Incógnita. Benito Perez Galdos

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La Incógnita - Benito Perez  Galdos

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á las confidencias de tu amigo. ¿Á que no aciertas en qué empleo ahora mis facultades de idealización? Pues en figurarme el marido de mi prima, Tomás Orozco, como el hombre más completo que imaginarse puede, y en esto no hago más que responder con mis ideas á tu opinión acerca de él. Orozco es, según tú, la mayor perfección moral que en nuestros tiempos puede alcanzarse; Orozco merecería, según tú, el dictado de santo, si nuestra época consintiese aplicar este nombre con propiedad. Es la persona que deberíamos tomar por modelo para cumplir nuestros deberes humanos y sociales. Si alguien existe en quien la observación leal no puede señalar un solo defecto, es Orozco. Fijas están en mi mente tus ardorosas alabanzas de este hombre, y créelo, me duelen como si fueran abrojos de una corona de martirio clavada en mi cabeza. Porque has de saber, amado Teótimo, que este sujeto, á ningún otro comparable, según tú, y también según mi entender, me demuestra vivísimo afecto, me rodea de delicadas atenciones cuando voy á su casa, me recuerda la estimación que su familia tuvo siempre á la mía y su padre á mi padre, y con esto ha traído á mi alma una turbación y un desasosiego que no puedo encarecerte.

      Ahora falta un término de la ecuación que no puedo resolver, y allá va para que te hagas cargo de todo. Me preguntas si creo que mis pretensiones respecto á Augusta podrán tener acogida favorable, y muy bajito, pero muy bajito, de modo que nadie lo entienda más que tú, te respondo que sí. ¿Me fundo acaso en algo terminante y afirmativo? No: es una idea, un presentimiento, una corazonada. Estas cosas se saben sin saber por qué se saben. Es algo que se ve en las brumas del horizonte con los ojos de la previsión y, si se quiere, del temor. Pues bien, amigo mío: espero, y me tengo por un miserable si lo que espero llega. Hay y habrá siempre en mí algo que me impide caer en la depravación y en la laxitud de conciencia de mis contemporáneos. Al menos, creo que seré de los últimos que caigan. Ciertas traiciones, que fácilmente obtienen disculpa en nuestros tiempos, no caben en mí. Y no te digo más, porque fácilmente comprendes mi confusión y la tremenda batahola que llevo en mi conciencia. Aquí pongo punto, porque si me dejara llevar de mi pensamiento, y me abriera todos los grifos para seguir vaciando en el papel lo mucho que sobre el particular se me ocurre, te aburriría; y si intento escribir de otra cosa, no podré, porque el horno no cuece más bollos que los que tiene dentro.

      Sigue el consejo que voy á darte. No vuelvas más á este Madrid, donde se pierde el candor, y se deshoja al menor soplo la flor de nuestras honradas ilusiones. Equisillo de mis pecados, quédate en esa ruda Orbajosa, entre clérigos y gañanes; búscate una honrada lugareña, con buen dote y hacienda de diez ó doce pares de mulas, que las hay, yo te aseguro que las hay. Búscala guapa, no digo rolliza, porque lo que es rollizas y frescas no las habrás visto nunca. Elige la menos amarilla y flácida, la que se te figure menos puerca dentro del hinchado armatoste de refajos verdes y amarillos; cásate con ella, hazte labrador, ten muchos hijos, sanotes y muy brutos, vive vida patriarcal y bucólica, y no aspires á otros goces que los que te brinden esa ciudad y ese campo, productor de los mejores ajos del mundo. Fórmate una familia, en la cual no pueda salir nadie que tenga ideales; come sopas, y no aspires ni á ser cacique de campanario. Dichoso el que logra emanciparse de esta esclavitud de las ideas, y aprende á vivir en la escuela de la verdadera sabiduría, que tiene por modelo á los animales, querido Equis, á los mismísimos animales.

      VII

       Índice

      1.º de Diciembre.

      Vengan esos cinco, Equis de mis entretelas. El espíritu de tu amigo no se dejará dominar de la maleza estúpida que le amenazaba, y cuyas primeras manifestaciones pudiste colegir de mis cartas precedentes. Ha surgido en mí una energía medicatriz, que de la noche á la mañana me regenera, atiesando mi voluntad, mi sér todo, dándome noción cierta de la ridiculez de mi enfermedad. Ello ha sido de una manera súbita: me levanté un día con ganas atroces de reirme de mis sandeces amorosas, y me reí, sorprendiéndome mucho de verme objeto de mi propia burla. La naturaleza moral, como la física, tiene estas bruscas remisiones, victorias rápidas que la vida alcanza sobre la muerte, y la razón sobre el principio de tontería que en nosotros llevamos. Bastóme aplicar algunos esfuerzos mentales á esta acción interna, para verla crecer y hacerse dueña al fin de todo el campo. No tardé en ver las cosas con claridad, y en notar lo inconveniente de que se rompa la relación armónica que cada individuo debe guardar con su época. Augusta no dejó de parecerme tan interesante y bonita como antes; pero al propio tiempo comprendí que no debía apasionarme como un cadete, ni devanarme los sesos como un seminarista descarriado, sino plantarme esperando los sucesos con frialdad y mundología. El que tome por lo serio esta sociedad, está expuesto á estrellarse cuando menos lo piense.

      El fenómeno que te estoy refiriendo no ha venido aislado. Apareció entre accidentes varios, que en el término de un día, de horas quizá, distrajeron mi ánimo, movieron mis ideas como el viento mueve la veleta. La política, hijo de mi alma, con las vehemencias increíbles que determina en nosotros, no ha tenido poca parte en este cambio, de lo que deduzco que la res pública es cosa muy buena, un emoliente, un antiflogístico eficacísimo para ciertos ardores morbosos de la vida. Y las irritaciones que uno coge en este dichoso Congreso, obran también como revulsivo, trasladando el desorden orgánico á la piel, ó si quieres, á la lengua, por donde se escapa el mal ó fluido pernicioso.

      Y á propósito de esto, voy viendo cuán cierto es lo que tantas veces me has dicho, fundado en tu larga experiencia. Aquí hay que hablar ó condenarse á perpetua nulidad é insignificancia. Al que se calla no le hacen maldito caso. Supón que eres, como yo, consumado gramático del idioma del silencio, y que en tales condiciones pides un favorcito á cualquier ministro. Como no te teme, ni le prestas tus servicios en el banco de la Comisión, ni le consumes la figura de vez en cuando con preguntas fastidiosas, te sonríe muy afable cuando le saludas; pero no te da nada, créelo; no te da más que los buenos días; cosa de substancia ten por cierto que no te la da. No creas que me incomodo por esto: reconozco que el favor ministerial es un resorte del sistema, y no debemos criticar que se utilice para acallar á los descontentos y recompensar á los servidores, porque si suprimimos aquel resorte, adiós sistema. Ello está en la naturaleza humana, y es resultado de la eterna imperfección con que luchamos de tejas abajo. Ó nos declaramos serafines con patas, ó hemos de reconocer que el régimen, bueno ó malo, tiene su moral propia, su decálogo, transmitido desde no sé qué Sinaí, y que difiere bastante de la moral corriente; y si no, que salga el Moisés que ha de arreglarlo.

      Hoy estoy inspirado, amigo mío, y si no escribo de política, reviento, porque este tema me divierte, hace derivar mis pensamientos del centro congestivo en que me atormentan, y me esponja, créete que me esponja, me refresca el cuerpo y el alma... Pues verás. He caído en la cuenta de que es una sandez este silencio mío, esta pasividad, esta inercia de grano inconsciente en el famoso montón parlamentario que hace las leyes, sostiene los gobiernos y robustece las instituciones. Tiene muy poca gracia desperdiciar la influencia y el favor con que el amigo Estado debe corresponder á nuestros servicios. Nada, yo hablo ó reviento, yo me despotrico el mejor día; y aunque me tengo un miedo horrible como orador, y aunque, al considerarme hablando, me entran ganas de prenderme á mí mismo y mandarme á la cárcel, la lógica humana y cierta ambiciosilla que me muerde el corazón, impúlsanme á vencer mi torpeza y cobardía. Ya empecé anteayer, como quien deletrea, presentando á primera hora una exposicioncita de Orbajosa para que le rebajen los consumos; pronto seguiré mi aprendizaje en las Secciones, dando explicación breve, de acuerdo con otro que me las pida; y, por fin, metido en una comisión de fácil asunto, ten por cierto que lo empollo bien, y me largo mi discursito como un caballero. Todo es empezar. Una vez perdida la vergüenza, lo demás va por sus pasos contados. Y dejando de ser pasivo en la política, da uno empleo y desagüe á mil cosas malas que dentro le bullen. Si la política es un vicio, con este daño inocente se pueden matar otras diátesis viciosas que nos trastornan el seso. ¿Qué te parece? ¿te ríes? Dame tus graves consejos, alma de cántaro; vacía ese saco de filosofías pardas

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