Inteligencia social. Daniel Goleman

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Inteligencia social - Daniel Goleman Ensayo

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silenciosamente nuestras decisiones y, en consecuencia, también nuestras acciones.

      Lo que sucede en esos breves instantes resulta esencial para una vida social satisfactoria.

       LAS DECISIONES DE LA VÍA SUPERIOR

      Una conocida me comentó, en cierta ocasión, que se hallaba muy preocupada por su hermana, a la que un trastorno mental había tornado muy proclive a los ataques de ira. La relación entre las dos era muy amable y cordial, pero de vez en cuando, su hermana la acusaba y atacaba, sin previo aviso, como si estuviera paranoica.

      Como me dijo mi amiga: «Cada vez que me acerco a ella, me daña».

      Así fue como empezó a protegerse de lo que experimentaba como una “agresión emocional”, espaciando sus encuentros, sin responder de inmediato a sus llamadas y esperando, en el caso de que el mensaje de voz que dejaba en el contestador sonase demasiado enfurecida, un par de días, con el fin de proporcionarle el tiempo necesario para calmarse.

      Pero lo cierto es que estaba preocupada por su hermana y no quería alejarse de ella, de modo que cuando se sentía atacada, recordaba el trastorno mental y no se lo tomaba como algo perso- nal, ejercitando así una suerte de judo mental interior que la protegía del contagio nocivo.

      La naturaleza automática del contagio emocional nos torna vulnerables a las emociones aflictivas. Pero ése no es más que el comienzo de la historia porque también podemos, cuando es necesario, apelar a varias estrategias mentales para contrarrestarlo que, cuando una determinada relación se ha tornado destructiva, nos ayudan a establecer la necesaria distancia emocional protectora.

      La vía inferior opera a gran velocidad, pero ello no nos deja a merced de lo que sucede en ese pequeño intervalo porque, cuando la vía inferior nos causa problemas, la superior puede, no obstante, protegernos.

      La vía superior nos proporciona alternativas que discurren fundamentalmente a través de circuitos neuronales ligados a la corteza orbitofrontal. Los mensajes viajan de un lado a otro de los centros de la vía inferior, disparando nuestra reacción emocional, incluyendo el simple contagio. Pero la corteza orbitofrontal, sin embargo, nos proporciona también un flujo paralelo de información que puede activar los centros superiores y estimular así nuestros pensamientos al respecto, un ramal ascendente, por así decirlo, que nos brinda la posibilidad de tener una comprensión más exacta de lo que está sucediendo y, de ese modo, facilita una respuesta más matizada. Así es como la vía superior y la vía inferior participan en todos nuestros encuentros interpersonales, y la corteza orbitofrontal desempeña en ellos el papel de estación de relevo.

      La vía inferior, con sus neuronas espejo ultrarrápidas, funciona como una especie de sexto sentido que nos permite sentir, aunque sea de un modo difuso y sin ser claramente conscientes de la conexión, lo que sienten los demás. Esta especie de empatía primordial instantánea desencadena una respuesta emocional ajena a toda intervención del pensamiento.

      La vía superior, por el contrario, se activa cuando prestamos una atención deliberada a la persona con la que estamos hablando para comprender mejor lo que está ocurriendo y modificar, de ese modo, nuestro estado de ánimo, algo que depende fundamentalmente de nuestro cerebro pensante, en particular, de los centros prefrontales. En este sentido, la vía superior amplía y flexibiliza el repertorio establecido y fijo de respuestas de la vía inferior activando su inmensa variedad de ramificaciones neuronales y aumentando exponencialmente, en consecuencia, el abanico de respuestas posibles a medida que transcurren las milésimas de segundo.

      Así pues, mientras que la vía inferior nos proporciona una afinidad emocional instantánea, la superior genera una sensación social más compleja que, a su vez, facilita una respuesta más apropiada. Y esta flexibilidad nos la proporciona la corteza cerebral prefrontal, a la que bien podríamos calificar como el centro ejecutivo del cerebro.

      La lobotomía prefrontal, una moda pasajera de la psiquiatría de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, seccionaba quirúrgicamente la conexión que existe entre la corteza orbitofrontal y otras regiones cerebrales (en una modalidad rudimentaria de “cirugía” que no era muy distinta a insertar un destornillador a través de la cuenca ocular y rebanar con él una parte del cerebro). Los neurólogos de la época contaban con una idea muy vaga de las funciones concretas que desempeñan las distintas regiones cerebrales y más todavía de las ligadas a la corteza orbi-tofrontal, pero descubrieron que, después de la lobotomía, los enfermos mentales anteriormente agitados se sosegaban, lo que suponía, dicho sea de paso, una gran ventaja para quienes se veían obligados a trabajar en medio del caos reinante en los manicomios donde, por aquel entonces, se amontonaban los pacientes psiquiátricos.

      Aunque las capacidades cognitivas de los pacientes loboto-mizados permanecían intactas, se observó en ellos un par de misteriosos “efectos colaterales”, el achatamiento o desaparición completa de las emociones y el aumento de la desorientación en situaciones sociales nuevas. La neurociencia actual sabe que esos efectos se debían al hecho de que la corteza orbitofrontal coordina la interacción entre el mundo social y el modo en que nos sentimos, determinando así nuestra respuesta. También, por eso, en ausencia de esos cálculos interpersonales, los pacientes lobotomizados se veían completamente desbordados por las situaciones socialmente novedosas.

       VIOLENCIA ECONÓMICA

      Supongamos que usted y un extraño reciben diez dólares que deben repartirse como mejor quieran. Sigamos suponiendo que ese desconocido le ofrece dos dólares (y se queda con los ocho restantes), una propuesta que cualquier economista consideraría muy razonable porque, a fin de cuentas, dos dólares siempre es mejor que nada. Pero, por más razonable que pueda parecer, la gente suele enfadarse ante tal propuesta y, si lo que se le ofrece no es más que un dólar, llega incluso a indignarse.

      Esto es lo que suele ocurrir cuando las personas juegan a lo que los economistas conductistas han denominado Ultimatum Game, un juego en el que uno de los participantes debe formular propuestas que el otro sólo puede aceptar o rechazar, y, cuando se rechazan todas las propuestas, les deja a ambos sin nada.

      No es de extrañar que las propuestas económicamente abusivas desencadenen una especie de violencia económica.21 Muy usado en simulaciones de toma de decisiones económicas, el Ultimátum Game se ha visto recientemente asociado a la neu-rociencia social gracias a la obra de Jonathan Cohen, director del Center for the Study of Brain, Mind and Behavior de la Universidad de Princeton, que se ha dedicado a investigar lo que sucede en el cerebro de los participantes durante el desarrollo de ese juego.

      Cohen es un pionero en el nuevo campo de la “neuroeconomía”, que se ocupa de analizar las fuerzas neuronales que intervienen en los procesos racionales e irracionales de toma de decisiones económicas, un ámbito en el que las vías superior e inferior desempeñan un papel muy importante. Gran parte de la investigación realizada en este campo gira en torno a las regiones cerebrales que se activan en aquellas situaciones interpersonales que nos permiten comprender las fuerzas irracionales que mueven el mercado.

      «No es infrecuente –dice Cohen– que si alguien ofrece un simple dólar, la respuesta del otro sea: “¡Vete al infierno!”. Pero ello, según la teoría económica, resulta irracional, porque un dólar siempre es mejor que nada. Esto es algo que resulta desconcertante entre los economistas porque, según sus teorías, la gente siempre quiere aumentar sus beneficios y no acaba de entender que haya quienes, para castigar una propuesta que les parece injusta, estén dispuestos a sacrificar el sueldo de un mes.»

      Este tipo de enfado es más frecuente cuando el juego se da en una sola ronda que cuando

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