Inteligencia social. Daniel Goleman

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Inteligencia social - Daniel Goleman Ensayo

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Ultimatum Game no sólo enfrenta a una persona contra otra, sino que también establece, dentro de cada una de ellas, un tira y afloja entre la vía superior y la vía inferior, es decir, entre los sistemas cognitivo y emocional. La vía superior descansa básicamente en la corteza cerebral prefrontal, esencial para el pensamiento racional. Como ya hemos visto, el área orbitofrontal yace en el fondo del área prefrontal y custodia las fronteras que la separan de los centros que rigen los impulsos emocionales de la vía inferior, como la amígdala, ubicada en el cerebro medio.

      Observando los circuitos neuronales que operan durante las transacciones microeconómicas que enfrentan a las vías superior e inferior, Cohen ha podido determinar la influencia de la corteza racional prefrontal y diferenciarla de las respuestas irreflexivas del tipo «¡Vete al infierno!» características de estructuras de la vía inferior como la ínsula que, durante ciertas emociones, puede reaccionar tan intensamente como la amígdala. El análisis de los escáneres cerebrales realizados por Cohen ha puesto de manifiesto que cuanto más intensa es la reactividad de la vía inferior, menos racionales son, desde una perspectiva económica, las reacciones de los jugadores, y que cuanto más activa permanece la región prefrontal, más equilibrada, por el contrario, es su respuesta.22

      En un ensayo titulado «The vulcanization of the brain» (una referencia a la hiperracionalidad característica de Mr. Spock, el personaje de la saga Star Trek originario del planeta Vulcano), Cohen analiza la interacción entre el procesamiento neuronal abstracto propio de la vía superior (que valora cuidadosa y deliberadamente los pros y los contras) y la actividad de la vía inferior (más emocional y predispuesta a la respuesta inmediata) y llega a la conclusión de que depende de la pujanza de la región prefrontal, mediadora de la racionalidad.

      El tamaño de la corteza prefrontal es un elemento que nos distingue de los demás primates, los cuales cuentan con regiones prefrontales mucho más pequeñas. A diferencia de lo que sucede con otras regiones cerebrales especializadas en una determinada tarea, estos centros ejecutivos requieren más tiempo para realizar su trabajo. Pero, como ocurre con el resto de los repetidores cerebrales multiuso, la región prefrontal es mucho más flexible y capaz de enfrentarse a un rango mucho más amplio de tareas que cualquier otra estructura neuronal.

      «La corteza prefrontal –me dijo Cohen– ha transformado el mundo humano hasta un punto en el que ya nada es física, económica ni socialmente igual.»

      La capacidad creativa de los circuitos prefrontales nos ayuda a esquivar los mismos escollos generados por el genio humano (como las guerras por el control del petróleo provocadas por el consumo de gasolina, la sobreabundancia de calorías de las granjas industrializadas, los delitos informáticos, etcétera). Si tenemos presente que muchos de esos peligros y tentaciones se asientan en los deseos más primordiales de la vía inferior ante la explosión de oportunidades de autocomplacencia y abuso proporcionados por la vía superior nos daremos cuenta de que nuestra supervivencia depende, en gran medida, de esta última.

      Como dijo Cohen: «Es cierto que ahora podemos acceder fácilmente a lo que queremos, como azúcar y grasas, pero todavía debemos aprender a equilibrar mejor nuestros intereses a corto y a largo plazo».

      Este equilibrio depende de la capacidad de la corteza prefrontal de decir “no” a los impulsos (y de negarnos, en consecuencia, una segunda ración de mousse de chocolate) o pensárnoslo mejor (y convertir así una respuesta violenta en otra más amable), en cuyo caso la vía superior domina a la inferior.23

       DECIR “NO” A LOS IMPULSOS

      Semana tras semana, un hombre de Liverpool (Inglaterra) jugaba a los mismos números de la lotería nacional: 14, 17, 22, 24, 42 y 47. Un buen día, mientras contemplaba las noticias en la televisión, se enteró de que esa misma secuencia había obtenido el premio de dos millones de libras, pero entonces se dio cuenta de que, por primera vez, había olvidado echar a tiempo su boleto y, abrumado por la desesperación, acabó suicidándose.

      Esta tragedia aparece citada en un artículo científico sobre el remordimiento derivado de una decisión equivocada.24 Esos sentimientos se originan en la corteza orbitofrontal, despertando la punzada de recriminaciones y reproches que acabaron sacando de sus casillas a ese pobre jugador de lotería. Pero los pacientes que presentan lesiones en los circuitos de la corteza orbitofrontal carecen de ese tipo de sentimientos y jamás se lamentan, en consecuencia, de las ocasiones perdidas.

      La corteza orbitofrontal ejerce una influencia moduladora “descendente” sobre el funcionamiento de la amígdala, fuente de impulsos y oleadas emocionales ingobernables.25 Por esa razón, quienes tienen lesionados esos circuitos inhibidores, se comportan como niños que no saben reprimir sus impulsos emocionales y son incapaces, en consecuencia, de dejar de imitar el rostro de la persona con la que se encuentran. Y es que, al carecer de ese dispositivo de seguridad emocional, se hallan a merced de las respuestas de la amígdala.

      Esos pacientes tampoco muestran la menor preocupación por errores sociales que atormentarían a otros. Así, por ejemplo, no tienen problema alguno en besar y abrazar a un completo desconocido, en contar chistes que harían las delicias del más escatológico de los niños de tres años, o en revelar alegremente sus más embarazosas intimidades a cualquiera que esté dispuesto a escucharles, ignorando incluso el escándalo que ello pueda ocasionar.26 Tal vez sepan explicar racionalmente las normas sociales del decoro, pero no muestran el menor empacho en olvidarlas y quebrantarlas, como si el inadecuado funcionamiento de la corteza orbitofrontal impidiera a la vía superior modular el funcionamiento de la inferior.27

      La corteza orbitofrontal también funciona mal en el caso de aquellos veteranos de guerra que, al contemplar una escena bélica en el telediario de la noche o la explosión de un camión en una película, se ven desbordados por la emergencia de sus propios recuerdos traumáticos. Ésta es una respuesta originada en una sobreexcitación de la amígdala que, ante cualquier señal que evoque vagamente el trauma original, desencadena equivocadamente una oleada de pánico. En condiciones normales, la corteza orbitofrontal evaluaría de forma adecuada esos sentimientos primordiales de miedo y llegaría a la conclusión de que no se halla sumido en el fragor de la batalla, sino tan sólo viendo la televisión.

      Mientras la vía superior la mantiene a raya, la amígdala no puede desempeñar el papel de chico malo del cerebro. En este sentido, la corteza orbitofrontal opera como centro de control que puede reprimir los impulsos límbicos procedentes de la amígdala. Así pues, cuando los circuitos de la vía inferior transmiten impulsos emocionales primordiales (como: «Tengo ganas de gritar» o «Estoy tan nervioso que quisiera salir corriendo»), la corteza orbitofrontal los evalúa para tener una comprensión más exacta de lo que realmente está ocurriendo («Estoy en una biblioteca» o «Ésta no es más que la primera cita») y los modula en consecuencia, actuando como una especie de freno emocional.

      En ausencia de este freno, nuestra respuesta resulta inadecuada. Veamos, por ejemplo, el caso de cierta investigación en la que estudiantes universitarios desconocidos acudieron a un laboratorio para conocerse “virtualmente” en un chat on-line, una investigación que puso de manifiesto que cerca del veinte por ciento de esas charlas no tardaron en asumir tonalidades manifiestamente sexuales y que no faltaron los términos explícitos, las representaciones gráficas y hasta las propuestas más desinhibidas.28

      Cuando el experimentador que dirigió esa investigación leyó las transcripciones de las charlas se quedó atónito porque, en el momento en que había acompañado a los diferentes participantes a sus cubículos, todos ellos se habían mostrado muy respetuosos, comedidos y educados, algo que contrastaba mucho con la desinhibición verbal que posteriormente mostraron en su conducta on-line.

      Es

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