Amistad funesta: Novela. Jose Marti

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Amistad funesta: Novela - Jose Marti

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privilegiados a la masa».

      Las golondrinas se han elevado y los cometas han descendido.

      Las legiones han subido y Júpiter ha bajado.

      El mérito de Martí consistió precisamente en eso: haber dado sombra a tantas grandezas.

      En época, en que la ciencia es ambiente y el talento multitud, él fue Argos impoluto, gigante, solo, y ¡único!

      Todo tiene en la naturaleza su punto culminante, su nota dominadora, su faz grave y severa: la selva, el roble centenario; el océano, la ola inmensa de cresta arrebolada; el desierto, el león hirsuto y arrogante; y la sociedad, el genio.

      ¡Y genio fue José Martí!

      Murió a los 42 años y es asombrosa su labor política y literaria.

      A la edad en que otros comienzan a ascender, ya él traía guirnaldas del Olimpo.

      En un mismo día, y en ocasiones en una misma hora, escribía un discurso, redactaba una carta, pergeñaba una revista, otorgaba una clase, leía un libro, hojeaba un folleto, traducía una fábula, hablaba de cosas fútiles con su familia y de cosas lisonjeras con sus amigos.

      Tenía el don de contorcerse y dividirse, la cualidad de la centuplicación.

      Un caso de polizoísmo.

      Trabajaba en una casa de comercio, colaboraba en varias sociedades y magazines, sostenía incansable correspondencia con sus adictos, enseñaba a los desgraciados, meditaba, discutía, exaltaba a los pusilánimes, asaeteaba a los cobardes, confortaba a los sufridos, se erguía ante los poderosos, lloraba con los indigentes; tenía un báculo para cada caída, una esperanza para cada lacería, un bálsamo para cada dolor, una rosa para cada beldad, un pensamiento dulce para cada párvulo, y aun le quedaba tiempo para ser rendido y galante con la esposa y cariñoso y afable con los hijos.

      Séneca, Aristóteles, Corneille, Bacon, Montaigne, Joubert, Massillón, San Agustín, Rousseau, Voltaire, Shakespeare, Juvenal, toda una legión, se agitaba, bullía, vibraba en aquel cerebro poderoso, hecho para los torneos y las epopeyas, para las recias batallas y las hondas lucubraciones.

      En sus manos eran a diario: el Tratado de la Naturaleza de Malebranche, Los Pensamientos de Marco Aurelio, la Historia de España de Mariana, los Epigramas de Marcial, las endechas de Massinger, el Capital de Marx, las elegías de Propercio, los Ensayos de Macaulay, las Observaciones de Llorente, el Catecismo de Lutero, todo le era familiar, conocido, íntimo, y consideraba los periódicos como soldados y los libros como hermanos.

      Para él todas las mujeres eran santas, todos los hombres buenos, todos los guerreros dignos, todos los oficios nobles, todas las cosas bellas.

      El reptil, a sus ojos, se convertía en ave; el barro en oro; el erizo en flor; el espectro en ángel.

      Su voluntad era granito; su espíritu, llama.

      Unía, a la calma de Massena, el arrojo de Murat.

      Aunaba, al candor de Carlos Dickens, la precisión de Víctor Hugo.

      Odiaba el estilo misoneico y la poesía macróstica.

      Admiraba más a Martos que a Castelar.

      Para sus compañeros y admiradores era inofensivo como la malva; para sus enemigos, venenoso como el quedec.

      Polígloto, enciclopédico, polílogo.

      En aquellos, atardeceres mincosos de la gran Metrópoli, en que Martí solía pasearse por las alamedas de Green Wood, ¡quién iba a imaginarse que de aquella mano tan sencilla pendía un mundo, que tras aquella cabeza silenciosa iba una bandada de águilas libertadoras!

      Su erudición, pasma. Si todos van contra él, él va contra todos. Tiene del ala y del hacha. De la roca y del torrente. De la hoja y del rayo. Ensalza, y va hasta lo infinito; derriba, y llega hasta el abismo. Cuando alaba encumbra; cuando analiza, despedaza. Su palabra, ora corre mansa, ora retumba; sus verbos, ora se deslizan, ora estallan. Algo como un trueno avanza por entre sus frases calológicas. Se siente calor de nube y rodar de cañones. Esculpe de una plumada; retrata de un brochazo. Tiene arranques sublimes en que parece que la tierra se levanta o el cielo se desploma. Tiene voces que gimen, términos que gritan, giros que rimbomban. Se escucha vuelo de pájaros y fuego de fusilería. Su dibujo es línea recta; su corte, el del diamante. Es paleta y es cincel. Es terso y es hondo. Palpita y regolfa. Su ritmo es una nave que se aleja; su dialéctica, escuadra que combate. Por entre la malla de su prosa hay pueblos que se hunden, ejércitos que se destrozan, mares que se revuelcan, bosques que caminan. Es raso y es acero. Es guzla y es clarín. Es halago y es centella. Escribe versos que enamoran, filípicas que entusiasman, libros que glorifican. Es diminuto y es excelso. Sencillo y complicado. Es león y paloma. Oruga y colibrí. A veces se detiene, como ante un precipicio; a veces corre veloz, como una locomotora. Mezcla lo alto y lo bajo, lo noble y lo ruin, la mariposa y el estiércol, la mirla y el escarabajo, el dicterio y la canción.

      Todo sale embellecido y purificado de aquella péñola incomparable, péñola que hoy bendice todo un pueblo, y es lumbre de la humanidad.

      Su vida fue un himno permanente a todos los derechos, eterna protesta a todas las iniquidades.

      Fue mentor augusto, patriota insigne.

      Fue principio y resumen. Alfa y Omega. Sacerdote y apóstol. Mecenas y Catón. Sufrió, amó, creó. Conoció lo pasado, vislumbró lo porvenir. Fue artista, gladiador, vidente. Se echó un mundo a la espalda y con él se le vio, radioso y fatigado, camino de la inmortalidad. Ante los obstáculos se duplicaba; ante los imposibles, no cedía. Enérgico, rápido, tenaz. Si nublado, se alzaba; si torrente, se sumergía. Para él era pira la existencia, átomo el universo, minutos las edades. Limpiaba, talaba, esclarecía. Hacía surgir proclamas de los muertos, lanzas de las tumbas, auroras de los antros, escuadrones de las piedras. Brotaba chispas su espada; relámpagos, su pensamiento.

      Dominó, coronó, ascendió.

      Y al caer, rota la frente, en un charco de sangre, hubo irrupción de llamas en el cielo, aglomeración de palmas en la tierra, condensación de recuerdos y sentimientos en el corazón de los americanos.

      Para llorar a Martí no son suficientes las lágrimas de todos los hombres ni el grito clamoroso de todos los siglos.

      ¡Santa memoria de Martí, bendita seas!

       Índice

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      En la Cámara de representantes de Cuba el 19 de mayo de 1910

      Señor Presidente y señores Representantes:

      Cuantos aquí nos congregamos, hacemos memoria, sin duda, de una sesión análoga a esta—igual a esta diría

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