Bailén. Benito Pérez Galdós
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Estábamos D.ª Gregoria y yo enfrascados en este coloquio, que no dejaba de interesarme, cuando volviendo de su oficina D. Santiago Fernández, quitóse gravemente el pesado uniforme, que su consorte colgó en la percha, no lejos de la amenazadora lanza, y se dispuso a comer.
—Grandes noticias te traigo, mujer—dijo con retozona sonrisa, sentado ya en el sillón de cuero y con ambas manos posadas en las respectivas rodillas, mientras con lento compás movía el cuerpo—. Te vas a poner más contenta....
—No puede ser sino que el Gran Duque ha reventado ya de los cólicos que padecía.
-No, no es eso, mujer. ¿Quién te dijo que Navalagamella le había declarado la guerra a la canalla? No es Navalagamella sólo, mujer: es Asturias, León, Galicia, Valencia, Toledo, Burgos, Valladolid, y se cree que también Sevilla, Badajoz, Granada y Cádiz. En la oficina lo han dicho; y si vieras cómo están todos bailando de contento.... Oficial conozco que no ha dormido en toda la noche esperando el correo; ¡y si supieras, mujer...! A ti te lo puedo decir, y no importa que lo oiga este chico. Oye, oíd los dos: muchos oficiales se han fugado, sin que en los cuarteles ni en sus casas se sepa dónde están. Y dirás tú: «¿Pues dónde están?» Yo lo sé, sí señora, yo lo sé: han ido a unirse a los ejércitos españoles que se están formando ... ¿A que no sabes dónde se están formando? Pues yo lo sé, sí, señora, yo lo sé: uno se está formando en Valladolid, y lo mandará D. Gregorio de la Cuesta; otro en Asturias y Galicia, que corre a cargo de Blake..., y el tercero.... Esta es la más gorda de todas: ¿te la digo?
—Hombre, sí, dila: no nos dejes a media miel.
—Pues se dice por ahí que las tropas de Andalucía se sublevarán, sí, señor, se sublevarán. ¡Pues no han de sublevarse!... Si en cuanto uno dé la voz empieza a desfilar nuestra gente y ni un ranchero español quedará a las órdenes de Murat ni de la Junta.
—Veo que lo van a pasar mal, Santiago. Pero siento golpes en la puerta. Son los vecinos que vienen a saber noticias.... Pase usted, Sr. D. Roque; pasen ustedes, niñas; adelante, Sr. de Cuervatón.
Abrió D.ª Gregoria la puerta, y penetraron en ordenada falange como una docena de personas de uno y otro sexo, y de diferentes edades y fachas, las cuales personas eran los vecinos más adictos al Gran Capitán, y además entusiastas creyentes de sus noticias, por lo cual acudían todas las mañanas cuando aquél regresaba de la oficina, con el anhelo de saciar en la fuente más pura y cristalina la ardorosa curiosidad que entonces devoraba a los habitantes de Madrid. ¿Debo detenerme en enumerar a tan dignas personas? ¿Para qué, si el lector no necesita conocer al lañador, ni al talabartero, ni tampoco a D. Roque, el arruinado comerciante, ni al Sr. de Cuervatón, ni menos a las niñas de la bordadora en fino? Dejémosles envueltos en el velo de su discreto incógnito, y oigamos a Fernández, que desbordándose de su propio ser, a causa de la exorbitante hinchazón de su orgulloso júbilo, iba contando lo que oyera, sin dejar de aderezar sus relatos con la sal y pimienta de la hipérbole.
—Pues en Andalucía—dijo—, en Andalucía..., ya saben ustedes dónde está Andalucía; como si dijéramos en Cádiz..., pues. Dicen que la Junta de Sevilla ha armado un gran ejército con las tropas que estaban en San Roque. ¿Saben ustedes lo que es San Roque? Pues es como si dijéramos...; supongan ustedes que aquí está Gibraltar, pues aquí cerquita está San Roque.
—Este D. Santiago lo sabe todo.
—Ya, como quien ha visto tantas tierras y ha estado en tantas batallas.
—En San Roque están las mejores tropas de España, tanto en infantería como en artillería y caballos; de modo que si se forma ese ejército, y viene sobre Madrid ...¡Jesús!
—¡Jesús!—repitió un coro de diez voces.
—¿Usted cree que vendrá sobre Madrid?—preguntó uno de los concurrentes.
—Eso es lo que no puedo asegurar—repuso con énfasis el Gran Capitán—. Pero a lo que yo entiendo, y según la experiencia que adquirí en aquellas terribles guerras, me atrevo a decir que el ejército de Andalucía viene sobre Madrid, y si hace lo mismo el de D. Gregorio de la Cuesta, juzguen ustedes el susto que pasarán los franceses. Hay que guardar el secreto: mucho cuidado, señores, y ustedes, niñas, guárdense muy bien de ir contando estas cosas cuando vayan a la costura, porque puede llegar a oídos del Gran Duque de Berg.... Yo creo que pasará lo siguiente: el ejército de Andalucía vendrá a la Mancha; los franceses irán a batirlos, dejando libre a Madrid, donde entrará D. Gregorio de la Cuesta, el cual, si sigue después hacia el Mediodía, les picará la retaguardia por Tarancón; y como al mismo tiempo los de allí le harán retroceder hacía el Tajo, viéndose los franceses atacados por un lado y otro, por fuerza tendrán que caer al río, donde se ahogarán.
—¡Cuánto sabe este hombre! Es un asombro que de esa manera pueda anunciar los movimientos del enemigo. Y no hay duda: así tiene que suceder.
—Y como la sublevación es general—añadió Fernández—, no podrán acudir a todos lados. Además, no pueden contar con un solo soldado español que les ayude, porque todos desertan; de modo que si Napoleón quiere continuar la guerra en España, ya puede mandar gente.
—Y como de los que vienen, la mitad mueren de borrachera....
—El mismo Murat está padeciendo unos cólicos, que se lo llevarán al otro mundo.
—¡Quía!, si lo que tiene es una enfermedad vergonzosa.
—Así pagará las que ha hecho. ¿Pues qué puede ser eso sino castigo de Dios por su barbarie y crueldad?
—No es eso, señora; es que, según dicen, es aficionado a la bebida.
—¡Menudas turcas habrá tomado desde que está aquí! ¿Y se marchará, o no se marchará?
—Yo creo que sí—dijo Fernández—. Tengo entendido que está muy disgustado porque Napoleón no le quiere hacer rey de España.
—¡Angelito!, pues no pide poco que digamos.
—Y como parece que mandan de rey al que lo es de Nápoles, un D. José, al cual, según dicen, también le gusta aquello....
—Se conoce que es afición de familia.
—Lo que debiera hacer el Sr. Fernández—dijo el lañador—es irse a cualquiera de esos ejércitos, donde sin duda se había de lucir,