El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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las cosas en su lugar?" Y los otros al oír estas palabras, palmotearon de alegría y comenzaron a gritar:

      "¿No te da vergüenza decir semejantes cosas, ¡oh borracho de haschisch! después de gozar todo lo que has gozado?"

      Y Kanmakán, al oír estas palabras de la negra, no pudo contenerse más y se echó a reír de tal modo, que se convulsionó de alegría. Después dijo a la negra: "¡Qué historia tan deliciosa! Apresúrate por favor a decirme la continuación, que debe de ser admirable para el oído y exquisita para el espíritu!"Y la negra dijo: "¡Verdaderamente, mi señor, la continuación es tan maravillosa que olvidarás cuanto acabas de oír; y es tan pura, tan sabrosa y tan extraña, que hasta los sordos se estremecerán de placer!"Y Kanmakán dijo: "¡Ah! ¡Prosigue entonces! ¡Estoy encantadísimo!"

      Pero cuando la negra se aprestaba a narrar la continuación de su, historia, Kanmakán vió llegar delante de su tienda un correo a caballo que, habiendo echado pie a tierra, le deseó la paz. Y Kanmakán le devolvió la zalema. Entonces el correo dijo:

      "¡Oh señor! soy uno de los cien correos que el gran visir Dandán ha enviado en todas direcciones para encontrar el rastro del príncipe Kanmakán, que hace tres años se marchó de Bagdad. Porque el gran visir Dandán ha logrado sublevar a todo el ejército y todo el pueblo contra el usurpador del trono de Ornar Al-Nemán, y ha hecho prisionero al usurpador; y lo ha encerrado bajo tierra en el calabozo más hondo, de suerte que a estas horas el hambre, la sed y la vergüenza han debido arrancarle el alma. ¿Querrías decirme, ¡oh señor! si por acaso no te encontraste algún día con el príncipe Kanmakán, a quien corresponde el trono de su padre?"

      Cuando el príncipe Kanmakán…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana. Y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 143ª NOCHE

      Ella dijo:

      Cuando el príncipe Kanmakán hubo oído esta noticia tan inesperada, se volvió hacia su fiel Sabah, y con voz muy tranquila, le dijo:

      "Ya ves, ¡oh Sabah! que todo ocurre cuando llega su hora. ¡Levántate y vamos a Bagdad!"

      Al oír estas palabras el correo comprendió que se encontraba en presencia de su nuevo rey, y en seguida se prosternó y besó la tierra entre sus manos, lo mismo que Sabah y la negra. Y Kanmakán dijo a la negra:

      "¡Vendrás también conmigo a Bagdad, donde acabarás de contarme esa historia del desierto!"

      Y Sabah dijo: "¡Permitidme entonces, ¡oh rey! que vaya delante para anunciar tu llegada al visir Dandán y al pueblo de Bagdad!" Y Kanmakán se lo permitió.

      Después, para recompensar al correo por la buena nueva, le cedió, como regalo, todas las tiendas, todo el ganado y todos los esclavos que había conquistado en sus aventuras de tres años. Y precedido por el beduíno Sabah, y seguido por la negra, montada en un camello, salió para Bagdad al galope de su caballo Katul.

      Y como el príncipe Kanmakán había cuidado de que se le adelantasen una jornada su fiel Sabah, éste alborotó en pocas horas toda la ciudad de Bagdad. Y todos los habitantes y todo el ejército, con el visir Dandán y los tres jefes Rustem, Turkash y Bahramán a la cabeza, habían salido fuera de las puertas para aguardar la llegada de aquel Kanmakán a quien tanto querían y a quien habían temido no volver a ver. Y hacían votos por la prosperidad y la gloria de la raza de Omar Al-Nemán.

      De modo que en cuanto apareció el príncipe Kanmakán a todo galope de su caballo Katul, los gritos de alegría surcaron el espacio, lanzados por millares de hombres y mujeres que le aclamaban por rey. Y el visir Dandán, a pesar de su avanzada edad, se apeó enseguida, y fué a dar la bienvenida y a jurar fidelidad al descendiente de tantos reyes.

      Después entraron en Bagdad, mientras la negra, subida en el camello y rodeada de una muchedumbre considerable, contaba una historia de entre sus historias.

      Y lo primero que hizo Kanmakán al llegar a palacio, fué abrazar al gran visir Dandán, el más fiel a la memoria de sus reyes, y luego a los jefes Rustem, Turkash y Bahramán. Y lo segundo que hizo Kanmakán fué ir a besar las manos de su madre, que sollozaba de alegría. Y la tercera cosa fué decir a su madre: "¡Oh madre mía! ¡Dime por favor cómo está mi amada prima Fuerza del Destino!"

      Y su madre contestó: "¡Oh hijo mío! no puedo contestarte, porque desde que te perdí no he pensado más que en el dolor de tu ausencia". Y Kanmakán dijo: "¡Te suplico, ¡oh madre mía! que vayas a saber noticias suyas y de mi tía Nozhatú". Entonces la madre salió y fué a las habitaciones de Nozhatú y su hija Fuerza del Destino, y volvió con ellas al gran salón en que las aguardaba Kanmakán.

      Y entonces fué el desbordamiento de la alegría, y se dijeron los versos más bellos, entre más de mil los siguientes: ¡Oh sonrisa de las perlas en los lábios de la amada, sonrisa bebida en las perlas mismas! ¡Mejillas de los amantes! ¡Cuántos besos conociteis, cuántas caricias sobre vuestra seda! ¡Carícias de la cabellera dehecha por la mañana, carícias de los dedos que hormiguean numerosos! ¡Y tú espada que brillas como el acero fuera de la vaina, espada sin reposo, espada de la noche…!

      Y como con auxilio de Alah su felicidad llegó al límite, nada hay que decir de ella.

      Desde entonces las desdichas se alejaron de la morada en que vivía la descendencia de Omar Al-Nemán, y fueron a caer sobre los que habían sido enemigos suyos.

      Efectivamente, el rey Kanmakán, después de pasar largos meses de dicha en brazos de la joven Fuerza del Destino, convertida en su esposa, reunió un día en presencia del gran visir Dandán, a todos sus emires y jefes de tropa y a los principales de su imperio, y les dijo: ¡La sangre de mi padre no está aún vengada, y ya han llegado los tiempos!.

      He aquí que he sabido que han muerto Afridonios y Hardobios de Kaissaria, pero la vieja Madre de todas las Calamidades vive aún, y según dicen nuestros correos, ella es quien rige y gobierna los países de los rumís.

      Y el nuevo rey de Kaissaria se llama Rumzán, y no se le conoce padre ni madre.

      "Conque ¡oh vosotros todos, guerreros míos! desde mañana reanudaremos la guerra contra los descreídos. ¡Y juro por la vida de Mahomed ¡sean con él la paz y la plegaria! que no volveré a nuestra ciudad de Bagdad hasta no haber arrancado la vida a la malhadada vieja, y vengado a todos nuestros hermanos muertos en los combates!" Y todos los presentes mostraron su conformidad. Y al día siguiente el ejército estaba en marcha para Kaissaria.

      Llegados ya al pie de las murallas enemigas y dispuestos al asalto, para llevarlo todo a sangre y fuego en aquella ciudad descreída, vieron avanzar hacia la tienda del rey a un joven tan bello que no podía ser más que hijo de un rey, y detrás de él a una mujer de aspecto respetable y con el rostro destapado. En aquel momento estaban en la tienda del rey el visir Dandán y la princesa Nozhatú, tía de Kanmakán, que había querido acompañar al ejército de los creyentes como acostumbrada a las fatigas de los viajes.

      Y aquel joven y aquella mujer pidieron audiencia, que les fué otorgada enseguida.

      Pero apenas habían entrado, cuando Nozhatú dió un gran grito y cayó desmayada, y la mujer también dió otro grito y cayó desvanecida. Y en cuanto volvieron en sí, se echaron una en brazos de otra, besándose, pues la mujer no era otra que la antigua esclava de la princesa Abriza, la fiel Grano de Coral.

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