El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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"Entonces el joven león, muy emocionado con lo que acababa de oír, dijo al caballo:
"Veo que es preciso desembarazar a la creación de ese malhadado ser a quien todos llaman Ibn-Adán. Di, amigo mío: ¿cuándo y dónde has visto a Ibn-Adán?" El caballo dijo:
"Huí de él hacia el mediodía. ¡Y ahora me persigue corriendo tras de mí!" "Y apenas acababa de decir estas palabras, se alzó una gran polvareda que le inspiró un terror inmenso, y sin darle tiempo para disculparse huyó a todo galope. Y vimos en medio de la polvareda aparecer y venir hacia nosotros, a paso largo, un camello muy asustado que llegaba alargando el cuello y mugiendo desesperadamente.
"Al ver a este animal tan grande y tan desmesuradamente colosal, el león se figuró que debía ser Ibn-Adán y nadie más que él y sin consultarme, se arrojó contra el camello, e iba a dar un salto y a estrangularlo, cuando le grité con toda mi voz: "¡Oh hijo del sultán, detente! ¡No es Ibn-Adán, sino un pobre camello, el más inofensivo de los animales! ¡Y seguramente huye también de lbn-Adán!"
Entonces el joven león se detuvo muy pasmado, y preguntó al camello: "¿Pero de veras temes también a ese ser llamado IbnAdán, ¡oh animal prodigioso!? ¿Para qué te sirven tus pies enormes si no puedes aplastarle con ellos?" Y el camello levantó lentamente la cabeza, y con la mirada extraviada como en una pesadilla, repuso tristemente: "¡Oh hijo del sultán! mira las ventanas de mi nariz. ¡Todavía están agujereadas y hendidas por el anillo de crin que me puso Ibn-Adán para domarme y dirigirme, y a este anillo que aquí ves estaba sujeta una cuerda que Ibn-Adán confiaba al más pequeño de sus hijos, el cual, montado en un borriquillo, podía guiarme a su gusto, a mí y a todo un tropel de camellos colocados en fila! ¡Mira mi lomo! ¡Todavía conserva las heridas causadas por los fardos con que me carga desde hace siglos! ¡Mira mis patas! ¡Están callosas y molidas por las largas carreras y los forzados viajes a través de la arena y de las piedras! ¡Pero hay más! ¡Sabe que cuando me hago viejo, después de tantas noches sin dormir y tantos días sin descanso, explota mi pobre piel y mis huesos viejos, vendiéndome a un carnicero que revende mi carne a los pobres, y mi cuero en las tenerías, y mi pelo a los que hilan y tejen! ¡Y he aquí el trato que me hace sufrir IbnAdán!"
"Oídas estas palabras del camello, el joven león sintió un furor sin límites, y rugió, arañó el suelo con las garras, y después dijo al camello: "¡Apresúrate a decirme en dónde has dejado a Ibn-Adán!" Y el camello respondió: "Viene buscándome, y no tardará en presentarse. Así, pues, ¡oh hijo del sultán! déjame huir a otros países, lo más lejos a que pueda escaparme. ¡Pues ni las soledades del desierto ni las tierras más remotas servirán para librarme de su persecución!"
Entonces el león le dijo: "¡Oh buen camello! aguarda un poco, y verás cómo derribo a Ibn-Adán, y trituro sus huesos, y me bebo su sangre!" Pero el camello, estremecido por el espanto, contestó:
"Dispénsame, ¡oh hijo del sultán! Prefiero huir, porque ya lo dijo el poeta:
Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega a habitar un rostro desagradable, Sólo una determinación has de tomar: ¡déjale tu tienda y tu país y apresúrate a marcharte!"
"Y después de recitar esta estrofa tan acertada, el buen camello besó la tierra entre las manos del león, se levantó, y le vimos huir, tambaleándose en lontananza.
"Apenas había desaparecido, se presentó un vejete, de aspecto muy débil y de piel arrugada, llevando a cuestas un canasto con herramientas de carpintero, y sobre la cabeza ocho tablas grandes.
"Al verle, ¡oh señores míos! no tuve fuerzas ni para avisar a mi joven amigo, y caí como muerta al suelo. En cambio el joven león, muy divertido con el aspecto de aquel vejete tan raro, se le acercó para examinarlo más de cerca.
Y el carpintero se postró entonces delante de él, y le dijo sonriendo con acento muy humilde: "¡Oh poderoso rey, lleno de gloria, que ocupas el primer puesto en la creación! ¡Te deseo horas muy felices, y ruego a Alah que te ensalce más todavía en el respeto del universo, acrecentando tus fuerzas y virtudes! ¡Yo soy un desgraciado que viene a pedirte ayuda y protección en las desdichas que le persiguen por parte de un gran enemigo!" Y se puso a llorar, a gemir y a lamentarse.
"Entonces el joven león, muy conmovido con las lágrimas y el aspecto tan desdichado de aquel hombre, suavizó la voz y le dijo:
"¿Quién te persigue de esa manera? ¿Y quién eres tú, el más elocuente de los animales que conozco, y el más cortés, aunque seas el más feo de todos?"
El otro respondió: "¡Oh señor de los animales! pertenezco a la especie de los carpinteros, y mi opresor es Ibn-Adán. ¡Ah, señor león! ¡Alah te guarde de las perfidias de Ibn-Adán! ¡Todos los días, desde que amanece, me hace trabajar para su provecho y nunca me paga; así es que, muriéndome de hambre, he renunciado a trabajar para él, y he huido de las ciudades que habita!"
"Al oír estas palabras, el león sintió un furor enorme; rugió, brincó, resolló, echó espuma y sus ojos lanzaron chispas; y exclamó: "Pero ¿dónde está ese Ibn-Adán?
Quiero triturarlo con mis dientes, y vengar a todas sus víctimas". El hombre respondió: "No tardará en presentarse, pues me viene persiguiendo, enfurecido por no tener quien le haga la casa".
El león dijo: "Pero tú, ¡oh animal carpintero! que andas a pasos tan cortos y que vas tan inseguro sobre dos patas, ¿hacia dónde te diriges?" Y Contestó el carpintero:
"Voy a buscar al visir de tu padre, al señor leopardo, que me ha llamado por medio de un emisario suyo para que le construya una cabaña sólida en que pueda albergarse y defenderse contra los ataques de Ibn-Adán, pues quiere prevenirse, desde que se ha esparcido el rumor de la próxima llegada de Ibn-Adán a estos parajes. ¡Y por eso me ves cargado con estas tablas y estas herramientas!"
"Cuando el joven león oyó estas palabras, tuvo envidia al leopardo, y dijo al carpintero:
"¡Por vida mía! ¡Extremada audacia sería por parte del visir de mi padre pretender que se ejecuten sus encargos antes que los nuestros! ¡Vas a detenerte aquí, levantando para mi defensa esa cabaña! ¡En cuanto al señor visir, que se aguarde!"
Pero el carpintero, haciendo como que se marchaba, contestó: "¡Oh hijo del sultán! te prometo volver en cuanto acabe la cabaña del leopardo, porque temo mucho sus iras. ¡Y entonces te construiré, no una cabaña, sino un palacio!" Pero el león no quiso hacerle caso, y hasta se enfureció, y se arrojó sobre el carpintero para asustarle, y a manera de chanza le apoyó una pata en el pecho. Y sólo con aquella caricia, el hombrecillo perdió el equilibrio, y fué al suelo con sus tablas y herramientas. Y el león se echó a reír al ver el terror y la facha aturdida de aquel hombre.
Y éste, aunque muy mortificado por dentro, no lo dió a entender y hasta comenzó a sonreír, y humilde y cobardemente empezó su trabajo.
"Tomó, pues,