Entre un caos de ruinas apenas visibles. Guillermo Espinosa Estrada
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Entre un caos de ruinas apenas visibles - Guillermo Espinosa Estrada страница 4
Dejar a su niño con un completo desconocido, eso sí era algo que podía esperar de Camila. Éramos amigos desde la infancia, pero Pablo no me había visto nunca y temía provocarle una especie de ataque de pánico si se descubría a solas conmigo. Por eso puse mi celular en silencio, me preparé un sándwich en la cocina, y como no encontraba nada mejor que hacer, empecé a husmear en su librero; unos cinco o seis huacales apilados con lo más escogido de su “biblioteca”. No estaba ahí mi libro y tengo que aceptar que me dolió. Yo sabía que no era bueno, pero por lo mismo me había asegurado de que la dedicatoria sí lo fuera. En cambio encontré una Biblia y buena parte de nuestros clásicos juveniles: novelas de aventura, terror, policiacas y, por supuesto, las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, tal vez nuestra primera lectura compartida, una que se había extendido durante años.
Estaba por sentarme a leer cuando Pablo despertó. Puse la cara más amable que pude, le conté que era el mejor amigo de su mamá y traté de explicarle los motivos de mi visita. Él asintió sin miedo, como si la presencia de un extraño fuera algo natural en su rutina, y me pidió que lo llevara al baño.
¿Del uno o… del dos?, le pregunté.
Apuntando a su entrepierna dijo: Pipí.
La vida de los espartanos era extremadamente rigurosa. La primera prueba a la que tenían que someterse era a pocas horas de haber nacido: un consejo de ancianos examinaba a la criatura y si ésta no era hermosa o robusta se le condenaba a muerte; era abandonada al pie del monte Taigeto o incluso lanzada por uno de sus desfiladeros. A los niños aptos los bañaban en una tina llena de vino y sólo educaban a los sobrevivientes de este ritual. Tenían el firme propósito de criar hombres con carácter y no tener ciudadanos débiles e improductivos que en el futuro se convirtieran en una posible deshonra para el pueblo laconio.
Cuando Sosibio habla del “arte de los mimos” no se refiere a la pantomima. Eso creía yo, pero al parecer el género mudo tardó mucho más en desarrollarse; es una creación propiamente romana. Cuando el tratado perdido habla de mimos se refiere a poemas en diálogo que imitaban aspectos comunes y corrientes de la vida cotidiana. Sofrón se hizo célebre con los suyos, caros a Platón, y sólo sabemos que ejercían una comicidad grosera. Palabras como “caca”, “orines”, “diarrea”, y múltiples alusiones a la zona genital y a la cópula aparecen recurrentemente en los ciento setenta fragmentos que han sobrevivido.
Siglo ᴠɪɪɪ a.C.: se sucedieron transformaciones axiológicas fundamentales en el mar Egeo. Se unificó el alfabeto fenicio entre los griegos, se pusieron por escrito los poemas homéricos, se festejaron las primeras Olimpiadas y se erigió la escultura del dios de la Risa. Esa época atestiguó el fin de un mundo y el nacimiento de otro; es un siglo bisagra.
Erich Auerbach estudió en el Liceo Francés de Berlín, una institución de élite en la que profesores judíos transitaban con naturalidad entre la tradición germana, francesa y clásica. Aunque brillante, era un estudiante discreto, melancólico, con un rendimiento menor al de sus capacidades.
Es posible que haya sido de bronce. En el periodo geométrico se popularizó una técnica llamada “de cera perdida” que consistía en hacer un molde alrededor de una figura de cera para después sustituirla con bronce fundido. Sin embargo, cuando una ciudad era tomada, el invasor sustraía todo lo que estuviera hecho de este material y lo volvía a derretir para construir armamento. Las pocas esculturas de bronce que nos quedan provienen de los sepulcros, objetos que, como ofrenda mortuoria, fueron enterrados y sólo así alcanzaron la posteridad. La escultura del dios Gelos pudo haber transmigrado en forma de espada.
En más de una ocasión me he descubierto en piloto automático, escaneando las páginas de Vidas paralelas en busca del término “risa”. A veces me detengo y vuelvo hasta el último párrafo reconocible para reanudar la lectura de forma consciente; en otras, tengo que aceptarlo, confío en mi detector de metales y sigo “leyendo”. Siempre tuve la sensación de que la escultura me iba a encontrar a mí y no yo a ella, y eso fue precisamente lo que sucedió.
En el libro dedicado a la vida del rey Cleómenes, mientras narra la forma en que éste se deshizo de los cinco éforos de Laconia en una sola emboscada, Plutarco hace una pequeña digresión que recompensa todos mis esfuerzos. Es un comentario que en realidad ni siquiera viene al caso, es tan innecesario que me gustaría pensar que lo puso ahí para que yo lo viera. Dice: “Agileo fue el primero que, recibiendo un golpe, cayó y pareció muerto, pero, poco a poco, volviendo en sí y saliendo del comedor, se introdujo sin ser visto en un pequeño recinto, que era el santuario del Miedo”. Entonces explica: “Los lacedemonios no sólo tienen un templo del Miedo, sino también de la Muerte y de la Risa y de otras cosas del estilo”. Pocas horas después Agileo salió de su escondite y se le perdonó la vida.
Hasta aquí había albergado sospechas, por momentos sentía que estaba en busca de una errata, de un gazapo de la historia. Pero ahora la evidencia es incuestionable. Esta segunda noticia confirma la existencia del monolito. Le da espesor.
“El médico encontró que yo era miope y me recetó no sólo unas gafas, también un pupitre”, escribió Benjamin en sus memorias de infancia: “estaba construido de una manera ingeniosa, se podía variar el asiento de tal forma que se colocaba más próximo o más alejado del tablero de plano inclinado que servía para escribir; tenía además un travesaño horizontal en el respaldo que brindaba sostén a la espalda, sin mencionar el pequeño estante regulable que coronaba todo”. Muy pronto ese espacio se convirtió en su sitio preferido, “no sólo podía sentirme como en casa”, confesó, “sino, más aún, como en una celda, comparable únicamente a uno de los monjes que pueden verse en los cuadros medievales, sentados en su reclinatorio o pupitre, al igual que dentro de un caparazón”.
Sobre estas piedras edificaré mi iglesia:
Los lacedemonios no sólo tienen un templo del Miedo, sino también de la Muerte y de la Risa y de otras cosas del estilo.
(Plutarco, Cleómenes, 9.)
Καταγελαω (katagelao), palabra que designa una risa denigrante, negativa, con la que nos burlamos de los otros. El prefijo κατα —el mismo de “catástrofe”— significa “de arriba para abajo”.
Segunda conclusión extraída de los datos obtenidos: si Licurgo lo fundó y seguía vigente durante el reinado de Cleómenes, el culto al dios de la Risa se mantuvo del siglo ᴠɪɪɪ al ɪɪɪ a.C. Estamos hablando al menos de quinientos años, es demasiado tiempo para que nadie más se haya ocupado de él. Además, Plutarco conjuga en presente: “Los lacedemonios no sólo tienen…” Da a entender que aún en el siglo i d.C., ese culto tenía seguidores. Podría haber funcionado durante casi novecientos años. Debe haber más vestigios. Tiene que haber. Seguramente estoy buscando en los lugares equivocados.