Elogio del profesor. Jorge Larrosa Bondia

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Elogio del profesor - Jorge Larrosa Bondia Educación: otros lenguajes

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Christine Rechia, Glaucia Dias da Costa, Thereza Cristina Bertazzo Silveira Viana, Paula Pereira Rotelli, Fernando Leocino da Silva, Amanda Zuffo Nicoleit dos Santos, Gustavo de Azevedo Grillo, Mariani Casanova da Silva, Caroline Jaques Cubas, Arielle Rosa Rodrigues, Giorgia Enae Martins Knabben)

       Capítulo 15

      De profesora a estudiante. Una conversación con Jorge Larrosa y Karen Rechia (Thereza Cristina Bertazzo Silveira Viana)

       Sobre los autores

      Presentación

      

      Elogio de la escuela:

      Pensar un oficio

      más allá de la profesión

       Caroline Jaques Cubas y Karen Christine Rechia 1

      Entre mi dedo y mi pulgar

      la pluma pesada descansa; ajustada como un arma.

      Debajo de mi ventana, un limpio sonido áspero

      cuando la pala se hunde en el suelo lleno de grava:

      mi padre, cavando. Yo miro abajo

      hasta que la tirante espalda entre los surcos,

      inclinándose, emerge como hace veinte años

      doblándose a su ritmo a través de los surcos de papa

      donde él estaba cavando.

      Con la bota enclavada en la agarradera, el eje

      contra el interior de la rodilla, apretado con fuerza,

      él arrancaba tallos altos, enterraba el filo brillante

      esparciendo las nuevas papas que habíamos cogido

      amando su fría dureza en nuestras manos.

      Por dios, el viejo sabía usar una pala.

      Igual que su padre.

      Mi abuelo cortó más turba en un día

      que ningún otro hombre en el pantano de Toner.

      Una vez le llevé leche en una botella

      mal tapada con un papel. Se enderezó

      para tomársela. Luego siguió

      cortando y rebanando con precisión, lanzando césped pesado

      sobre su hombro, yéndose más abajo

      detrás de la buena turba. Cavando.

      El frío olor del mantillo de papa, la aplastada

      turba empapada, los rápidos cortes de un filo

      en las raíces vivas, despiertan en mi cabeza.

      Pero no tengo pala para seguir a hombres como ellos.

      Entre mi dedo y mi pulgar

      la pluma pesada descansa.

      Yo cavaré con ella.

      Seamus Heaney.

      Oficio, repetición, linaje, cuerpo, lentitud. El poema de Seamus Heaney que inaugura esta presentación no trata del oficio de profesor. Pero sus versos dibujan imágenes que han atravesado nuestras conversaciones y conformado nuestra manera de ver, pensar y hablar sobre lo que somos y lo que hacemos.

      Sostener la pluma, en la primera y en la última estrofa, aparece, en esta lectura, como la evocación de un gesto: el gesto de la vida estudiosa. En ese sentido, cuando el arma se sustituye por la pala, el gesto se lentifica, se vuelve menos inmediato, más insistente, gana aires de oficio y de modo de vida. Aquí una primera aproximación: creemos que ser profesor es un modo de vida (Larrosa, 2018). Un modo que se hace visible a través de formas particulares y de gestos precisos. De esos que moldean el cuerpo al oficio. Pensar el oficio como un modo de vida nos lleva a verlo como eso que “hace que alguien se comporte de un modo consecuente con lo que es” (Larrosa y Rechia, 2018: 300). La forma, así, pasa a ser constitutiva de lo que se es.

      No es la primera vez que la forma captura nuestra atención. Ha estado presente en nuestras conversaciones sobre la escuela, sobre la educación y, ahora, en este libro, sobre el profesor. Publicado en 2018, el libro Elogio de la escuela anunciaba ya, en sus páginas iniciales, la potencia de la forma en detrimento de la función. En aquella ocasión, la palabra elogio fue tomada en su sentido etimológico y se convirtió en una proposición:

      Elogio. Del latín elogium y del griego elegeíon. Con la raíz indoeuropea leg. Remite a una inscripción, normalmente un dístico, escrita sobre una tumba o sobre una imagen con la intención de alabar o elogiar al difunto o al personaje. De ahí su parentesco con epitafio (formada por el prefijo epi, sobre, y el sustantivo taphos, tumba) y con elegía (composición poética, normalmente escrita en dísticos, para lamentar la pérdida de algo o de alguien). (Larrosa, 2018: 12)

      Elogiar la escuela podría ser tanto cantar sus cualidades como su final. En ambos casos, se trató de destacar la forma y de mostrar la escuela. Convertirla en asunto, ponerla sobre la mesa y prestarle atención. Y así se hizo.

      Insistimos en ello y volvemos ahora a nuestro elogio del profesor. Imbuidos en la idea de linaje, presente tanto en los versos de Heaney como en los textos que componen el presente volumen, no pensamos en el profesor desde un modelo general o un tipo ideal, sino en un profesor encarnado que, en lugar de palas para cavar, hace uso de otras herramientas (libros, cuadernos, lápiz, pizarra, tiza) a través de las cuales constituye su artesanía y sus gestos fundamentales.

      Los textos que aquí se presentan responden a otra proposición redactada, como una llamada, para un conjunto de actividades convocadas bajo el nombre de Elogio del profesor y que tuvieron lugar en septiembre de 2018, en Florianópolis, Santa Catarina:

      Las nuevas formas de definir la “función docente” (esas que se derivan de la así llamada “cultura del aprendizaje”) están destruyendo el oficio de profesor. Con el espantajo de la ‘crítica al profesor tradicional’, el chantaje empresarial de la calidad y la innovación, la redefinición neoliberal de las funciones de la escuela y la ayuda de un lenguaje anti-institucional y antiautoritario digno de mejor causa, ese oficio que Hannah Arendt relacionaba con la transmisión y la renovación del mundo común está siendo descualificado y arrasado, y las personas que lo ejercen están siendo reconvertidas en mediadores, coachers, animadores de aula, entrenadores en competencias, gestores de emociones o facilitadores de aprendizajes, al mismo tiempo que están siendo sometidas, cada vez más, al control y al reciclaje permanente, a la precariedad laboral, a la pérdida de su autoridad simbólica y de su autonomía profesional y, lo que es peor, a la disolución del sentido público (y, por tanto,

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