E-Pack Escándalos - abril 2020. Varias Autoras

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу E-Pack Escándalos - abril 2020 - Varias Autoras страница 33

Автор:
Серия:
Издательство:
E-Pack Escándalos - abril 2020 - Varias Autoras Pack

Скачать книгу

estado muy unida a la hija de los Lawton, pero al mismo tiempo separada porque no se la aceptaba en sus círculos sociales.

      Brent sabía bien lo que era sentirse rechazado. Ni su abuelo, ni sus compañeros de colegio, ni sus conocidos lo aceptaban.

      Ni su mujer siquiera. Que píldora más amarga. Y él que creía que le amaba.

      Por lo menos, cuando se casara por segunda ocasión, sabría sin lugar a dudas que su esposa no le querría.

      Sacudió las riendas y condujo tan rápido como se atrevía a hacerlo.

      Fueron cambiando con frecuencia de caballos, pero solo se detuvieron a pagar los peajes. Comieron de la cesta que la cocinera les había preparado.

      Cuando el día estaba ya entre dos luces a Brent le dolían los brazos de llevar las riendas y de los baches del camino. Anna parecía agotada también, pero el paso rápido empezaba a tener sus frutos, ya que cuando por fin pasaron ante una señal que indicaba la proximidad de Lawton aún quedaba luz de día. La torre de la iglesia no tardó en asomar recortada contra el cielo.

      —¡El pueblo! —exclamó Anna.

      Aquel núcleo no tenía nada que lo distinguiera del resto de pueblos ingleses: casas de piedra con tejados muy inclinados, una posada, un herrero, tiendas…

      —Lawton House no está lejos —dijo cuando abandonaron la carretera y el camino principal.

      Brent sintió que la tensión de Anna crecía.

      De pronto apareció ante ellos una magnífica casa de campo emplazada entre céspedes perfectos y lechos de flores. Construida con la misma piedra gris que las casas del pueblo, era una mezcolanza de añadidos y alas, como si los sucesivos condes de Lawton se hubieran sentido presas de una especie de compulsión constructiva cada medio siglo.

      Aquel era el lugar en el que Anna se había pasado prácticamente toda la vida, la casa que perdió cuando lord Lawton decidió, de la noche a la mañana, prescindir de sus servicios. La vio inclinarse hacia delante sentada como estaba en la silla, como si anhelara estar en un entorno familiar y entre gente conocida.

      Su madre.

      A él la visión de Brentmore Hall siempre lo lanzaba en un pozo de depresión.

      Tomó el camino de grava que conducía a la entrada principal.

      —¿La dejo en la casa principal?

      —Sí. El ama de llaves me dijo que la tenían allí —arrugó en entrecejo—. A menos que quiera que vaya con usted a los establos.

      Él hizo un gesto con la mano y recurrió a su acento irlandés.

      —No se preocupe por mí. Ahora no soy un marqués, sino un mozo de cuadra que sabe adónde debe ir.

      La llevó a la entrada de servicio y la vio entrar apresurada. No le hacía ninguna gracia dejarla sola.

      Qué absurdo. No iba a estar sola, sino entre personas que conocía de toda la vida.

      Llevó la silla a los establos.

      Cuando se acercaba un hombre le salió al paso.

      —¿Y se puede saber quién eres tú?

      Brent se rozó el ala del sombrero.

      —De Brentmore Hall. He traído a la señorita Hill a ver a su madre.

      La expresión del hombre se volvió oscura.

      —¿Ha venido?

      —¿La señorita Hill? —preguntó, fingiendo estar confuso—. Pues, sí, claro, a ver a su madre.

      El hombre bajó la mirada un instante, pero luego se recompuso.

      —Vamos, baja. ¿Os quedáis?

      —Por lo menos esta noche. Me han dicho que haga lo que ella me diga.

      El hombre que debía ser el responsable de los establos llamó a otros mozos y les encargó que desengancharan los caballos y se ocuparan de ellos. Brent sacó la maleta de Anna y la cesta de la cocina. Le indicaron dónde podía sentarse un rato y le ofrecieron una pinta de cerveza.

      Tras un momento, el hombre que le había recibido volvió a su encuentro.

      —¿Tienes hambre? Puedes pedir que te den algo de comer en la cocina.

      Lo que él quería era ver qué le estaba pasando a Anna.

      —No estaría mal —respondió, echándose mano al estómago.

      —Sígueme.

      Y echaron a andar hacia la cocina.

      —Debería haber venido antes —dijo el hombre, más para sí mismo que para Brent.

      —¿Antes?

      El hombre se detuvo y dejó vagar la mirada por el horizonte.

      —Su madre… —hizo una pausa y bajó la cabeza—. Su madre ha muerto. La enterramos ayer.

      Habían llegado demasiado tarde.

      —La señorita Hill lo va a pasar mal —dijo en voz baja.

      —Era… mi esposa.

      —¿Es usted el padre de la señorita Hill?

      —En cierto modo.

      Brent lo miró sorprendido. ¿Qué significaba eso? Pero obviamente no podía hacer preguntas.

      Siguió al señor Hill a la entrada de servicio, que se abría a un largo corredor con puertas a los lados. El sonido de voces y cacharreo le indicó que la cocina quedaba al fondo.

      El señor Hill lo acompañó al comedor del servicio.

      Anna estaba allí, sentada a una larga mesa, rodeada por el ama de llaves y varias doncellas que intentaban consolarla. Parecía devastada por la pena y tenía los ojos rojos de llorar.

      —Has venido —dijo su padre.

      —Padre…

      Las doncellas le hicieron sitio, pero él no se acercó.

      —Te habrán dicho lo de tu madre.

      Eso era obvio.

      —¿Cómo está, padre?

      Él no contestó.

      —Tienes la habitación preparada en la casa de la entrada. La señora Jordan te esperaba hace días.

      Y miró a una mujer que debía ser la aludida.

      —La carta se perdió —explicó.

      El señor Hill se encogió de hombros e inclinó la cabeza hacia Brent.

Скачать книгу