E-Pack Escándalos - abril 2020. Varias Autoras

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me abrazó y me besó, pero eso fue todo —contestó, quitándole importancia con un gesto de la mano—. Había bebido mucho y…

      —Eso no explica por qué su cinturón estaba en mi cama.

      Ella suspiró hondo.

      —Es que le ayude a… acostarse.

      —¿Y compartió usted mi cama?

      —Por supuesto que no.

      Volvió a cercarla.

      —No me lo está contando todo.

      —¡Está bien! Me pidió que me acostara con usted pero yo pretexté que tenía que apagar la vela. Al alejarme de la cama, tiró de mi cinturón. Sabía que había bebido mucho y que se quedaría dormido en un instante, pero creí que lo más prudente sería no intentar recuperar el cinturón. Esperé a estar segura de que estaba usted dormido y me marché.

      Cerró los ojos y se maldijo. Menos mal que ella había tenido coraje por los dos.

      —Como ve, no pasó nada —concluyó.

      —Pasó demasiado —unas copas de coñac habían avivado la atracción que había despertado en él desde el primer instante—. No sé cómo disculparme.

      Anna se sonrojó.

      —Lo único que yo deseo saber es si sigo teniendo trabajo.

      —Por supuesto que sí.

      ¿Acaso creía que iba a volver a desbaratar la vida de sus hijos? ¿O pensaba quizá que iba a castigarla a ella por su mal comportamiento?

      Su postura se relajó, lo mismo que su expresión.

      —En ese caso, no tenemos nada más que hablar. Me vuelvo con los niños.

      —Espere —la detuvo, sujetándole un brazo—. No podemos fingir que no ha ocurrido nada.

      —No podemos cambiarlo.

      La soltó y dio un paso.

      —Quizá lo mejor sea que me vuelva a Londres.

      —¿Marcharse? —alzó la voz y su mirada fue una saeta—. ¿Y dejar a sus hijos? A mí no me utilice como excusa para desatenderlos. Si no desea ayudarlos, vuelva a los placeres de Londres. Olvídese de ellos como ya ha hecho antes…

      —¡Basta! —volvió a plantarse delante de ella—. ¡Olvida usted con demasiada frecuencia cuál es su sitio!

      Pero ella no se arredró.

      —Anoche se lamentaba usted por el daño que su ausencia les ha hecho a sus hijos, y ahora está dispuesto a utilizar la más mínima excusa para volver a abandonarlos.

      Se sentía atrapado por sus ojos azules, tan claros, tan valientes y sinceros, y antes de que se diera cuenta de lo que hacía, la tomó por los hombros y la acercó a él. Un recuerdo vago se despertó. Recordó haberla besado…

      La soltó de inmediato como si quemara, aturdido por la facilidad con que su comportamiento adquiría tintes escandalosos.

      —¿Ve, Anna… señorita Hill, lo fácilmente que puedo volver a comprometerla?

      Los labios le temblaban. Desde que había entrado en la biblioteca había sido un manojo de nervios por dentro, y ahora su falsa valentía la estaba abandonando.

      En su opinión, uno de sus mayores talentos era fingir calma y entereza cuando por dentro temblaba de miedo. Había trabajado esa habilidad por el bien de Charlotte, pero con el marqués necesitaba ponerla en práctica por su propio bien. Y había logrado hacerlo bastante bien hasta que él la tocó, acercándose tanto que podía sentir su respiración en las mejillas.

      Lo había hecho tan bien que hasta se había atrevido a reprender al hombre que le daba trabajo. ¿Qué clase de locura era esa? Necesitaba aquel empleo. No tenía nada más.

      Pero tenía que quedarse allí. Sus hijos lo necesitaban. Necesitaban saber que había alguien que los quería, alguien para quien su bienestar era importante. Alguien que, a diferencia de ella, no recibía dinero por quererlos.

      Y no sentirse querido por nadie era la peor de las soledades.

      Quizá por eso precisamente sus sentidos ansiaban sentir el contacto con el marqués, la razón por la que su cuerpo deseaba con tanta intensidad que la abrazara, el motivo por el que había estado tan cerca de compartir lecho con él. Anhelaba poder vivir la ilusión de que alguien la amaba. Para su madre había tenido muy poca importancia, ninguna para su padre y Charlotte parecía haberla olvidado.

      El corazón se le desbocaba al mirarlo a los ojos. Hubiera podido querer decirle que lo que ella más deseaba era precisamente que la comprometiera, cualquier cosa con tal de no sentirse tan sola.

      —Por eso necesito volver a Londres —murmuró él.

      Anna se obligó a respirar hondo y a volver a mirarle a los ojos.

      —No, milord. Debemos anteponer las necesidades de sus hijos frente a todo lo demás y comportarnos como es debido.

      Su expresión reflejó dolor.

      —Quiero quedarme. Quiero enmendar el daño del pasado y darles a mis hijos la vida que se merecen, pero…

      —Entonces debe quedarse con ellos. Usted es perfectamente capaz de ejercer el control necesario sobre… sobre lo otro.

      Él y ella, pensó.

      —Tiene usted razón, señorita Hill. Me temo que suele tenerla —apretó los dientes—. Le prometo que un comportamiento tan impropio no volverá a repetirse. No haré nada que pueda suponer un escándalo para usted o para esta casa.

      —Entonces, ¿se queda?

      —Me quedo.

      Dos semanas habían pasado ya desde su última conversación privada y lord Brentmore pasaba parte del día en compañía de sus hijos. Empezaba desayunando con ellos. Los montaba en su caballo. Incluso los ayudaba a cuidar de los guisantes y los rabanitos. Nunca les pedía nada. Nunca les alzaba la voz.

      La estima en que lo tenía Anna creció, lo cual contribuía a que estar en su presencia le resultara cada vez más difícil. Afortunadamente no habían vuelto a estar solos más que unos segundos. Los niños, el servicio u otros trabajadores de la casa estaban siempre presentes o cerca. Pero lo que pasó entre ellos aquella noche no había desaparecido. Sus sentidos se ponían en alerta cada vez que él estaba cerca, y en más de una ocasión se descubría mirándolo. Y él a ella. Si sus miradas se cruzaban, enrojecía. Sabía que estaba respondiendo ante ella como un hombre responde ante una mujer. Todo en él la cautivaba. Su modo de montar, su voz profunda, su risa escasa.

      Las noches eran lo peor. El marqués se había trasladado a una habitación cercana a la de los niños para poder estar más a mano si Cal volvía a tener alguna pesadilla, pero ese traslado significaba que también quedaba más cerca de la alcoba donde dormía Anna, o donde pretendía dormir. Todas las

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