E-Pack Escándalos - abril 2020. Varias Autoras

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se inclinó hacia él.

      —Anoche tuviste una pesadilla. ¿Recuerdas que te despertaste?

      El chiquillo negó con la cabeza.

      Brent se animó. Era la primera vez que se establecía comunicación entre ellos.

      —Dory nos contó que sueñas con mamá. ¿Recuerdas si anoche soñabas también con ella?

      Cal palideció y volvió a negar.

      Brent puso deliberadamente su atención en untar de mantequilla su tostada.

      —Tengo entendido que tu madre dijo que os mataría si rompíais algo. Un jarrón, por ejemplo —dijo, fingiendo concentración en la tarea de untar mantequilla—. Se equivocaba, ¿sabes? Yo no mato a los niños por romper cosas; ni tampoco pego. Yo también fui niño una vez, y sé que a veces se rompen cosas sin querer.

      Miró a Anna y ella asintió levemente, lo cual le animó a seguir.

      —Jamás se me ha ocurrido pensar en matar a un niño, en ninguna circunstancia, y tampoco pegarle. De no haber estado lejos de aquí y tan ocupado con las cosas de la guerra, se lo habría prohibido también a vuestra madre. Se equivocó haciéndolo, pero al parecer ella misma se dio cuenta de su error y lamentó su proceder.

      Dory tenía los ojos abiertos como platos y el color volvió a las mejillas de Cal.

      Menos mal que había sido capaz de hacer algo bien.

      —¿Y vas a volver a la guerra? —preguntó Dory, ladeando la cabeza.

      Cal elevó al techo la mirada al oír la pregunta de su hermana. Debía saber que la guerra había terminado.

      Brent le guiñó un ojo a su hijo y tomó un bocado de pan antes de contestar.

      —La guerra ya ha terminado, Dory.

      Hubiera querido decirles que tenía pensado quedarse un tiempo en Brentmore, que le encantaría darles más paseos en su caballo y compartir con ellos más comidas, pero no sabía si lo que había hecho la noche anterior podía hacer imposible su presencia allí. Tenía que hablar con Anna.

      Había un sinfín de razones por las que no quedarse. Económicas principalmente, aunque su administrador podía ocuparse de la mayoría de ellas. El parlamento seguía trabajando, pero podía trabajar tras las bambalinas si lo quería. La señorita Rolfe…

      Dios bendito, ¿la habría traicionado también a ella seduciendo a la institutriz? Era un hombre prometido y no sería mejor que Eunice si se acostaba con una mujer estando comprometido con otra.

      Pero quizá no fuera así. Tenía que averiguarlo. Pero aunque no hubiera hecho nada reprochable, su ausencia incomodaría a los Rolfe. Escribiría a su primo pidiéndole que explicara su repentina ausencia a la señorita Rolfe y a su padre.

      Estaba dispuesto a traspasar los fondos que fueran necesarios si lord Rolfe lo necesitaba con urgencia, de modo que no había prisa para fijar una fecha de boda.

      Quería quedarse y ayudar a los niños si podía. Todo dependía de Anna.

      —Si no te tienes que volver a la guerra, ¿nos darás otro paseo en tu caballo? —le preguntó su hija, pestañeando rápidamente.

      Volvió a recordarle a Eunice, pero intentó no fruncir el ceño.

      —Hoy está lloviendo, Dory —contestó, señalando a la ventana.

      —Y tenemos que estudiar —intervino Anna—. A menos que tenga otros planes para los niños, milord.

      —En este momento, no. Antes me gustaría hablar con usted, señorita Hill.

      Ella bajó la mirada.

      —Como guste.

      Brent tomó otro sorbo de té y se levantó.

      —La esperaré en la biblioteca cuando haya terminado de desayunar.

      Antes de salir del comedor miró a su hijo y lo encontró mirándole con una mezcla de incomodidad y confusión exactamente igual a la que él sentía por dentro.

      Brent iba y venía de un lado al otro de la biblioteca. Tenía la impresión de estar siempre esperando a la señorita Hill. ¿No tendría que ser al revés, que sus empleados estuvieran siempre prestos a acudir a su llamada?

      Se frotó las sienes. No le sentaba bien ser grosero, sobre todo porque su preocupación principal debían ser siempre los niños.

      Además, después de lo de la noche anterior, seguro que no tenía ninguna prisa por verle.

      Estuvo mirando el reloj otros cuarenta y cinco minutos antes de que llamaran a la puerta.

      Entró.

      —Lamento haberle hecho esperar, milord —su voz sonaba tranquila—, pero los niños debían empezar con sus lecciones.

      Se acercó en dos zancadas hasta ella y le plantó el cinturón de la bata en la mano.

      —Necesito saber qué ocurrió anoche.

      Ella alzó la mirada y respondió con calma:

      —No ocurrió nada, milord.

      Su irritación creció. Así no iban a ninguna parte.

      —No me diga que no —respondió señalando el cinturón—. Algo tuvo que ocurrir.

      —No ocurrió nada —repitió, pero él no dejó de mirarla a los ojos hasta que ella bajó la mirada.

      —Hable claro, Anna. Necesito saber si anoche la seduje. Si la he comprometido, quiero saber lo que espera de mí.

      —¿Lo que espero de usted?

      Parecía sorprendida.

      —No se ande con jueguecitos conmigo —espetó, pero de inmediato alzó una mano a modo de disculpa—. Debe saber que no puedo casarme con usted…

      Su expresión se volvió herida un instante, pero de inmediato la vio erguirse orgullosa.

      —Por supuesto que no puede casarse conmigo. Soy institutriz de sus hijos, y de cuna humilde.

      Brent se quedó parado. No era eso lo que quería decir, sino que estaba comprometido con la señorita Rolfe, aunque de algún modo sin haber puesto fecha ni haber leído las amonestaciones, el compromiso parecía bastante irreal. Hasta no estar seguro de que ella quería que se supiera, no debía hablar de ello con nadie. Para él romper su compromiso sería un comportamiento poco caballeresco. Una mujer sí que podía hacerlo.

      —Debo casarme sin escándalos.

      —Por supuesto, pero ¿por qué me lo dice a mí? ¿Qué importa si ha comprometido o no a una institutriz?

      No deseaba explicarle que su comportamiento con ella le

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