Superar los límites. Rich Roll
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Mordiendo una tostada de pan de cáñamo untado de mermelada de chyawanprash, Julie me miró esbozando en los labios una leve sonrisa de curiosidad.
—Sí, la dieta depurativa.
—Bueno, pues, creo que quizá, no sé, debería, ya sabes, darle una oportunidad.
No podía creer que esas palabras estuvieran saliendo de mi boca. Aunque Julie era una de las personas más sanas que conocía, y en un determinado momento había visto cómo su dieta y su uso de la medicina alternativa la habían ayudado mucho, incluso milagrosamente, sólo 24 horas antes habría discutido con ella hasta ponerme azul porque una «dieta depurativa» no servía para nada, incluso podía ser dañina. Nunca había visto evidencia alguna que apoyara la idea de que una dieta depurativa pudiera ser saludable o de que fuera capaz de eliminar «toxinas» del cuerpo. Pregúntale a un doctor en medicina occidental y te dirá: «Estas dietas no son tan inocuas. De hecho, son rotundamente poco saludables. Y, por cierto, ¿qué son esas misteriosas toxinas y de qué forma una dieta depurativa podría eliminarlas?». Solía pensar que eran tonterías, pura invención, los balbuceos de un encantador de serpientes.
Pero hoy estaba desesperado. Todavía podía sentir el pánico de la noche anterior, todavía podía sentir las sienes palpitando. Todavía eran demasiado reales la gota de sudor y su oscuro presagio destellando frente a mis ojos. Estaba claro que mi método no estaba funcionando.
—Claro —dijo Julie con ternura.
No me preguntó qué me había llevado a esa petición curiosa, y yo no le expliqué nada. Por muy trillado que pueda sonar, Julie era mi alma gemela y mi mejor amiga, la persona que mejor me conocía. Por motivos que todavía no acabo de comprender, no fui capaz de contarle lo que me había pasado la noche anterior. Quizá era por vergüenza. O, lo más probable, que el miedo que había sentido era tan agudo que no era capaz de plasmarlo en palabras. Julie es una persona demasiado intuitiva como para no haberse dado cuenta de que algo estaba pasando, pero no me hizo ni una sola pregunta; simplemente no le dio más vueltas, sin esperanzas.
De hecho, las esperanzas de Julie eran tan bajas que tuve que pedírselo tres veces más para que fuera a la farmacia alternativa a comprar todo lo que necesitaba para la depuración, un viaje que me cambiaría la vida.
Nos embarcamos juntos en un régimen progresivo de siete días que incluía una serie de hierbas, tés, y zumos de fruta y verduras (consulta el apéndice III, «Recursos», Programa Jai Renew Detox and Cleansing, para más información sobre mi programa depurativo recomendado). Es importante entender que no fue un protocolo de «inanición». Todos y cada uno de los días me aseguré de fortalecer el cuerpo con los nutrientes esenciales en forma de líquido. Aparté mis dudas y me lancé al proceso con todo lo que tenía. Sacamos del frigorífico todos mis botes de nata montada, mis yogures en tubo y mi salami, y llenamos las baldas vacías de jarras de té hecho al hervir un popurrí de algo que parecía hojas rastrilladas de nuestro césped. Exprimí con vigor y obtuve un brebaje líquido de espinacas y zanahorias condimentado con ajo, seguido de unos remedios herbales en cápsulas y unas náuseas sobre un poco de té con un distintivo regusto a boñiga.
Al día siguiente estaba hecho un ovillo en el sofá, sudando. Intenta dejar la cafeína, la nicotina y la comida a la vez y ya verás. Tenía un aspecto horrible. Y me sentía peor. No me podía mover. Ni tampoco podía dormir. Todo estaba del revés. Julie me dijo que parecía que me estuviera desenganchando de la cocaína. De hecho, me sentía como si hubiera vuelto a desintoxicación.
Pero Julie me instó a que me mantuviera firme; aseguró que la parte más dura se acabaría pronto. Confié en ella y, como bien dijo, cada día que pasaba era mejor que el anterior. Las náuseas remitieron dando paso a la gratitud por echarme algo, lo que fuera, a la boca. Como al tercer día, la neblina empezó a aclararse. Mis papilas gustativas se habían adaptado y, de hecho, empecé a disfrutar del régimen. Y a pesar de ingerir tan pocas calorías, empecé a sentir un chute de energía, seguido de un profundo sentido de la renovación. Me había convencido. El cuarto día fue mejor; y llegados al quinto, me sentía una persona totalmente nueva. Podía dormir bien y sólo necesitaba unas horas de descanso. Tenía la mente clara y sentía el cuerpo ligero, imbuido de una vitalidad y euforia que jamás había creído posibles. De repente, estaba subiendo las escaleras con Mathis subida a la espalda sin que apenas aumentara mi frecuencia cardíaca. Incluso salí a «correr» un poco y me sentí genial, a pesar de que hacía años que no me había puesto zapatillas de deporte y de que ¡estaba en mi quinto día sin comida real! Era sorprendente. Como una persona con mala vista que se pone por primera vez unas gafas, estaba sorprendido al descubrir que una persona pueda sentirse así de bien. Tras haber sido un adicto de largo recorrido sin remedio al café, en el segundo día de depuración había tenido un momento de colaboración trascendental con Julie: desenchufamos nuestra adorada cafetera y juntos la llevamos al contenedor de la basura, un acto que ninguno de los dos jamás habría pensado posible ni en un millón de años.
Al final del protocolo de siete días, había llegado el momento de volver a comer comida real. Julie me preparó un nutritivo desayuno: muesli con frutas del bosque, una tostada con mantequilla y, mis favoritos, huevos escalfados. Después de siete días sin comer nada sólido, habría estado totalmente justificado que engullera la comida en segundos. Sin embargo, me quedé mirándola y le dije a Julie:
—Creo que voy a seguir.
—¡Pero qué dices!
—Me siento muy bien. ¿Para qué volver? A la comida, me refiero. ¿No es mejor seguir como hasta ahora? —pregunté con una amplia sonrisa.
Para entenderlo, no hay que olvidar que soy alcohólico de los pies a la cabeza. Si algo es bueno, pues más es todavía mejor, ¿no? El equilibrio es para las personas vulgares. ¿Por qué no buscar lo extraordinario? Éste ha sido siempre mi lema... y mi ruina.
Julie agachó la cabeza y frunció el ceño, y era evidente que estaba a punto de decirme algo cuando Mathis derramó su zumo de naranja por toda la mesa, algo cotidiano. Julie y yo saltamos al rescate antes de que el zumo cayera al suelo.
—¡Ups! —exclamó Mathis con risa nerviosa, y Julie y yo sonreímos.
Limpié el desastre y, tal que así, deseché la idea. De repente, el simple pensamiento de depurar y vivir para siempre de zumos parecía tan estúpido como en realidad lo era.
—No importa —dije, avergonzado.
Miré mi plato y pinché un arándano. Fue el mejor arándano que había comido en mi vida.
—¿Está bueno? —preguntó Julie.
Asentí con la cabeza y me comí otro, y después otro. Junto a mí, Mathis balbuceó y sonrió.
Así conseguí mi objetivo, aferrándome a ese precioso instante, cruzando la puerta y manteniéndome firme en mi decisión. Pero ahora necesitaba un plan para seguir con lo que había empezado. Iba a tener que encontrar algún tipo de equilibrio. Con miedo a volver a mis prácticas pasadas, necesitaba una estrategia sólida para avanzar. No una «dieta» per se, sino un régimen al que pudiera ceñirme durante mucho tiempo. En realidad, necesitaba un estilo de vida totalmente nuevo.
Al no existir ningún estudio real, razón o investigación responsable, decidí que el primer paso sería intentarlo con una dieta vegetariana con entrenamiento deportivo tres veces a la semana. Eliminé carne, pescado y huevos. Parecía un reto razonable y, lo que es más importante, factible. Recordando las lecciones que había aprendido al dejar la bebida, decidí no obsesionarme con la idea de