Novelas completas. Jane Austen

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Novelas completas - Jane Austen Colección Oro

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punto con el mío. Él debe penetrar todos mis sentimientos; a ambos nos deben encantar los mismos libros, la misma música. ¡Ay, mamá! ¡Qué falta de calor, que mansa fue la actitud de Edward cuando nos leyó anoche! Lo sentí terriblemente por mi hermana. Y, sin embargo, ella lo sobrellevó con tanta compostura que casi no pareció notarlo. A duras penas pude permanecer sentada. ¡Escuchar esos hermosos versos que frecuentemente me han hecho casi perder el sentido, pronunciados con tan impenetrable calma, tan terrible indiferencia!

      —En verdad lo habría hecho mucho mejor con una prosa sencilla y elegante. Lo pensé en ese instante; pero tenías que pasarle los versos de William Cowper.

      —No, mamá, ¡si ni Cowper es capaz de hacerlo...! Pero debemos pensar que hay diferencias de gusto. En Elinor no se da mi forma de sentir, así que puede pasar esas cosas por alto y ser feliz con él. Pero si yo lo amara, me habría destrozado el corazón escucharlo leer con tan poca gracia. Mamá, mientras más conozco la vida, más convencida estoy de que nunca encontraré a un hombre al que realmente pueda amar. ¿Es tanto lo que solicito? Debe poseer todas las virtudes de Edward, y su carácter y modales deben adornar su bondad con todas las gracias inimaginables.

      —Recuerda, mi amor, que todavía no tienes diecisiete años. Es todavía demasiado temprano en la vida para que desesperes de lograr tal felicidad. ¿Por qué debías ser menos afortunada que tu madre? ¡Que en tan solo una circunstancia, Marianne mía, tu destino sea diferente al de ella!

      Capítulo IV

      —Qué lástima, Elinor —dijo Marianne—, que Edward no posea el gusto para el dibujo.

      —Que no posea el gusto para el dibujo... ¿y qué te hace pensar eso? —replicó Elinor—. Él no dibuja, es cierto, pero disfruta hasta la saciedad viendo dibujar a otras personas y, puedo abogar por él, de ninguna manera está falto de un buen gusto natural, aunque no se le ha ofrecido ocasión de mejorarlo. Si alguna vez hubiera tenido la posibilidad de aprender, creo que habría dibujado muy bien. Desconfía tanto de su propio saber en estas materias que siempre es reacio a dar su opinión sobre cualquier cuadro; pero tiene una innata delicadeza y simplicidad de gusto que, en general, lo guía de manera perfectamente apropiada.

      Marianne temía ser dura y no dijo nada más acerca del tema; pero la clase de aprobación que, según Elinor, despertaban en él los dibujos de otras personas estaba muy lejos del extasiado arrobamiento que, en su opinión, era exclusivo merecedor de ser llamado gusto. Sin embargo, y aunque sonriendo para sí misma ante el error, rendía tributo a su hermana por esa ciega predilección por Edward que la llevaba de esta manera equivocada.

      —Espero, Marianne —continuó Elinor—, que no lo consideres falto de gusto en general. En verdad, creo poder decir que no piensas eso, porque tu conducta hacia él es perfectamente cordial; y si esa fuera tu opinión, estoy segura de que no serías capaz de ser amable con él.

      Marianne casi no supo qué opinar. Por ningún motivo deseaba herir los sentimientos de su hermana, pero le era imposible expresar algo que no creía. Por último, contestó:

      —No te ofendas, Elinor, si los elogios que yo pueda hacer de Edward no se equiparan en todo a tu percepción de sus méritos. No he tenido tantas oportunidades como tú de apreciar hasta las más mínimas tendencias de su mente, sus inclinaciones, sus gustos; pero tengo la mejor opinión del mundo respecto de su bondad y sensatez. Lo creo poseedor de todo lo que es valioso y amable.

      —No tengo la menor duda —respondió Elinor, con una sonrisa— de que sus amigos más queridos no quedarían disconformes con un elogio como ese. No me imagino cómo podrías expresarte con mayor sinceridad.

      Marianne se puso contenta al comprobar cuán fácilmente se contentaba su hermana.

      —De su sensatez y bondad —continuó Elinor—, creo que nadie que lo haya visto lo bastante para haber conversado con él sin trabas, podría dudar. Tan solo ese retraimiento que tantas veces lo lleva a no hablar puede haber ocultado la excelencia de su juicio, y sus principios. Lo conoces lo suficiente para hacer justicia a la solidez de su valer. Pero de sus más mínimas tendencias, como tú las llamas, circunstancias específicas te han mantenido más ignorante que a mí. A veces, él y yo nos hemos quedado mucho rato juntos, mientras tú, llevada por el más afectuoso de los impulsos, has estado totalmente absorbida por mi madre. Lo he visto mucho, he analizado sus sentimientos y escuchado sus opiniones acerca de temas de literatura y gusto; y, en general, me atrevo a decir que posee una mente cultivada, que el placer que encuentra en los libros es extremadamente grande, su imaginación es vivaz, sus observaciones justas y correctas, y su gusto delicado y puro. Cuando se le conoce más, sus dotes mejoran en todos los campos, tal como lo hacen su comportamiento y apariencia. Es cierto que, a primera vista, su trato no produce gran admiración y su apariencia difícilmente lleva a llamarlo gentil, hasta que se advierte la expresión de sus ojos, que son extraordinariamente cariñosos, y la general dulzura de su mirar. En la actualidad lo conozco tan bien, que lo creo ciertamente apuesto; o, al menos, casi. ¿Qué dices tú, Marianne?

      —Muy pronto lo consideraré apuesto, Elinor, si es que ya no lo hago. Cuando me digas que lo ame como a un hermano, ya no descubriré imperfecciones en su rostro, como no las encuentro hoy en su corazón.

      Elinor se atemorizó ante esta declaración y se arrepintió de haberse dejado traicionar por el calor de sus palabras. Sentía que Edward ocupaba un lugar muy alto en su corazón. Pensaba que el interés era mutuo, pero requería una mayor veracidad al respecto para aceptar con agrado la convicción de Marianne acerca de sus relaciones. Sabía que una conjetura que Marianne y su madre hacían en un momento dado, se transformaba en verdadera al siguiente; que, con ellas, el deseo era esperanza y la esperanza, expectativa. Trató de explicarle a su hermana el auténtico estado de la situación.

      —No es mi intención negar —dijo— que tengo una gran opinión de él; que lo estimo profundamente, que me gusta.

      Ante esto, Marianne estalló indignada.

      —¡Estimarlo! ¡Gustarte! Elinor, qué corazón tan frío. ¡Ah, peor que frío! Sin comprometerte a ser de otra manera. Utiliza esas palabras otra vez, y me saldré de esta habitación enseguida.

      Elinor no pudo evitar la carcajada.

      —Perdóname —le dijo—, y puedes estar segura de que no fue mi intención ofenderte al referirme con palabras tan ponderadas a mis propios sentimientos. Créelos más fuertes que lo declarado por mí; créelos, en fin, lo que los méritos de Edward y la presunción... la esperanza de su afecto por mí podrían garantizar, sin imprudencia ni locura. Pero más que esto no debes creer. No tengo ninguna seguridad de su cariño por mí. Hay instantes en que parece dudoso hasta qué punto tal cariño existe; y mientras no conozca plenamente sus sentimientos, no puede extrañarte mi deseo de evitar dar alas a mi propia inclinación creyéndola o llamándola más de lo que es. En lo más profundo de mi corazón, tengo pocas, casi ninguna duda de sus preferencias. Pero hay otros puntos que deben ser sopesados, además de su interés. Está muy lejos de ser independiente. No podemos saber cómo es realmente su madre; pero las ocasionales observaciones de Fanny acerca de su proceder y opiniones nunca nos han llevado a considerarla amable; y me equivoco mucho si Edward no está también consciente de las variadas trabas que encontraría en su camino si deseara casarse con una mujer que no fuera o de gran riqueza, o de alta alcurnia.

      Marianne quedó sorprendida al descubrir en qué medida la imaginación de su madre y la suya propia habían ido más allá de la certeza.

      —¡Y en verdad no estás comprometida con él! —dijo—. Aunque de todas maneras va a ocurrir luego. Pero esta tardanza tiene dos ventajas. Yo no te perderé tan pronto y Edward tendrá más oportunidades de mejorar ese gusto natural por

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