Cuentos completos. Эдгар Аллан По

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Cuentos completos - Эдгар Аллан По Colección Oro

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apagad el sol!

      —¡Bravo, vistosamente entonado! La muchedumbre lo está saludando como el “Príncipe de los poetas”, “Gloria del oriente”, “Delicia del universo” y “El más extraordinario de los Camaleopardos”. Le han pedido un bis…¿escucha usted? ¡Lo está entonando de nuevo! Cuando llegue al hipódromo le colocarán la corona de la poesía, como preámbulo de su triunfo en las próximas olimpíadas.

      —¡Pero, por Júpiter! ¿Qué está sucediendo entre la multitud que viene detrás de nosotros?

      —¿Detrás, dice usted? ¡Ah, sí… ya veo! Querido amigo, usted habló a tiempo. ¡Debemos protegernos lo antes posible en algún lugar seguro! ¡Allí, en ese arco del acueducto! Le diré de inmediato la razón de la conmoción. Ha sucedido aquello que yo estaba presagiando. El particular aspecto del Camaleopardo con cabeza humana parece haber incomodado el sentido del decoro que, generalmente, tienen los animales feroces que han sido domesticados en esta ciudad. Como resultado se ha originado un motín. Y como suele ocurrir en tales ocasiones, ninguna fuerza humana será capaz de dominar a la multitud. Muchos sirios ya han sido devorados, pero el mandato general de estos patriotas de cuatro patas parece ser la de devorar al Camaleopardo. Motivo por el cual el “Príncipe de los poetas” huye en estos momentos sobre sus dos piernas para salvar su vida. Los cortesanos lo han abandonado en la encrucijada y sus concubinas han seguido tan maravilloso ejemplo. ¡Oh! ¡Delicia del universo, en qué enredo te has metido! ¡Gloria del oriente, corres peligro de masticación! No, no mires tu cola con tanta tristeza, tendrás que arrastrarla por el fango, no tienes otra salida. No mires hacia atrás para ver tu inevitable humillación. Ten fuerza, mueve rápidamente tus piernas y corre hacia el hipódromo. ¡No olvides que eres Antíoco Epífanes, Antíoco el Ilustre, “Príncipe de los poetas”, “Gloria del oriente”, “Delicia del universo” y “El más asombroso de los Camaleopardos”! ¡Señor, qué desplazamiento eres capaz de mostrar! ¡Qué rapidez para proteger tus piernas! ¡Corre, príncipe! ¡Bravo, Epífanes! ¡Muy bien, Camaleopardo! ¡Glorioso Antíoco! ¡Cómo corre… cómo salta… cómo vuela! ¡Está llegando al hipódromo igual que una flecha recién disparada por una catapulta! ¡Salta… grita… llegóooo! Estupendo, porque si demorabas un segundo más en cruzar las puertas del anfiteatro, ¡oh “Gloria del oriente”!, no hubiera quedado un solo cachorro de oso en Epidafne sin saborear un trozo de tu carne. ¡Vamos, salgamos de aquí! ¡Nuestros delicados oídos no serán capaces de tolerar el aullido que va a alzarse para alabar la escapatoria del rey! ¡Oiga usted… ya comenzaron! ¡Toda la ciudad está revuelta!

      —¡No hay duda de que esta es la ciudad más poblada de Oriente! ¡Qué cantidad de personas! ¡Qué mezcla de clases y de edades! ¡Qué diversidad de sectas y naciones! ¡Qué infinidad de trajes! ¡Qué Babel de lenguas! ¡Qué rugidos de fieras! ¡Qué repicar de instrumentos! ¡Qué equipo de filósofos!

      —¡Vamos, salgamos de este lugar!

      —¡Espere! Veo un gran barullo en el hipódromo. ¿Por favor, podría decirme qué está ocurriendo?

      —¿Eso? ¡Ohhh, eso no es nada! Los nobles y libres habitantes de Epidafne, después de declararse satisfechos de la fe, coraje, sabiduría y deidad de su rey y, habiendo sido testigos presenciales de la sobrenatural velocidad de hace un instante, suponen que es su deber colocar sobre su frente, además de la corona poética, la diadema de la victoria en la carrera pedestre, diadema que sin duda ganará en las próximas olimpíadas y que, claro está, le concederán por adelantado.

      Mistificación

      ¡Diablos! Si estos son tus “pasos” y tus “montantes”,

      no quiero saber nada de ellos.

      Ned Knowles

      El barón Ritzner Von Jung era miembro de una notable familia húngara cuyos integrantes, al menos hasta donde se ha podido verificar a través de viejos e irrefutables documentos, se habían destacado por esa clase de grotesquerie de la imaginación, de la que uno de sus descendientes, Tieck, ha constituido un fiel ejemplo, aunque no el más vívido. Mi relación con Ritzner se inició en el fastuoso castillo de los Jung, lugar al que me llevó una serie de inusuales acontecimientos, que no quiero promocionar, en los meses de verano del año 18... Fue en ese lugar donde me gané su aprecio y donde, con un cierto grado de dificultad, logré una comprensión parcial sobre la estructura de su mente. Posteriormente, ese conocimiento se hizo más agudo, a medida que progresaba la amistad que le dio inicio. Y cuando volvimos a encontramos en G...n después de tres años sin vernos, yo, ya sabía todo lo necesario acerca de la personalidad del barón Ritzner Von Jung.

      Recuerdo los murmullos de curiosidad que despertó su llegada al recinto universitario la noche del veinticinco de junio. Así mismo recuerdo con claridad que, aunque todos lo calificaron a primera vista de “el hombre más importante del mundo”, nadie emitió fundamentos para tal opinión. Era tan indiscutible que se trataba de una persona singular, que lucía como una impertinencia preguntar en qué se basaba esa singularidad. Pero poniendo este tema a un lado por el momento, me limitaré a señalar que, desde el primer instante en que puso un pie dentro del área universitaria, comenzó a tener sobre las costumbres, acciones, personas, capitales y preferencias de la comunidad entera, una influencia tan marcada como autoritaria, y del mismo modo tan imprecisa como misteriosa. Así, el corto tiempo de su estancia en la universidad determinó una era en sus anales, llamada por todos aquellos que formaron parte de ella la sorprendente época de “la dominación del barón Ritzner Von Jung”.

      Cuando llegó a G...n, Von Jung fue a buscarme a mi habitación. Tenía una edad difícil de definir y con ello quiero decir que no era posible calcular su edad juzgando solo los rasgos de su aspecto físico. Bien podía parecer que tuviera quince o cincuenta, pero la verdad es que tenía veintiún años y siete meses. No era un hombre apuesto de ninguna manera, sino más bien todo lo contrario. La forma de su cara era algo angular y severa. Tenía una hermosa frente alta, la nariz achatada y grandes ojos, vidriosos y poco expresivos. En cambio su boca tenía más que mostrar, sus labios eran ligeramente abultados y solía llevarlos cerrados de forma tal, que era imposible pensar siquiera, en la más compleja combinación de rasgos que comunicaran una idea de compromiso, moderación y reposo de forma tan absoluta y definitiva.

      Por lo que ya he mencionado, podrá observarse que el barón era sin duda una de esas rarezas humanas que se encuentran muy de vez en cuando, y que convierten la ciencia de la mistificación en el estudio y el quehacer de su vida. Un rasgo especial de su cerebro le otorgaba facultades instintivas para esta ciencia, al tiempo que su apariencia física le daba grandes facilidades para ponerla en práctica. Creo con fervor que, durante esa memorable época a la que tan insólitamente se definió como “la dominación del barón Ritzner Von Jung”, ningún estudiante de G...n logró descubrir el misterio que afectaba su carácter. Tengo la certeza de que nadie en la universidad, aparte de mí, nunca lo creyó capaz de hacer una broma, aunque fuera un simple chiste verbal y mucho menos una broma pesada. Antes habrían calumniado al viejo bull-dog del jardín, al espíritu de Heráclito o al postizo del emérito profesor de teología. Y esto, a pesar de que era evidente que los más insignes e inexcusables engaños, genialidades y burlas eran llevadas a cabo, si no personalmente por él, al menos por su intermediación o complicidad. La belleza de su mistificado arte, si puede llamarse así, radicaba en su gran habilidad (producto de un saber casi instintivo de la naturaleza humana y también de su sorprendente aplomo) a través de la cual siempre daba a entender que las bromas que organizaba se llevaban a cabo a pesar de los esfuerzos que él hacía por evitarlas y por conservar la seriedad y el orden de la universidad. La honda, penetrante y angustiosa mortificación que el fracaso de sus arduos esfuerzos trazaba en todas sus facciones no dejaba la mínima duda sobre su sinceridad en el ánimo hasta de los alumnos más desconfiados. No es menos digna de señalar la astucia con que se las inventaba para trasponer el sentido de lo burlesco del creador a lo creado o de su propia persona a los absurdos

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