Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola страница 103

Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola Historia de la República de Chile

Скачать книгу

para la salvación de las almas.”

      El primer principio que estableció fue la orientación netamente religiosa de la Iglesia, para lo cual subrayó la potestad pontificia. Con ella indicó claramente a los gobiernos, tanto legitimistas como revolucionarios, que su incumbencia estaba por sobre la situación política, y que por eso procuraría hacer lo que estuviera en su esfera para dotar de todo “lo que contribuya a la recta administración de las cosas sagradas”.

      El documento fundamentó la posición del pontífice paso a paso y diagnosticó la realidad afirmando que “es tal la actual condición de los tiempos y son tantas las vicisitudes y los cambios de las naciones que no raramente los romanos pontífices se ven impedidos para socorrer, con prontitud y libertad, a las necesidades espirituales de los pueblos”.

      A continuación del diagnóstico el papa fundamentó en el magisterio pasado la conducta de este en semejantes situaciones políticas. Así, por ejemplo, recurrió a Clemente V, que en el Concilio de Viena advirtió “que si el sumo Pontífice nombra a alguien bajo cualquier título de dignidad de ciencia propia, de palabra, o en cartas lo honorare, o lo trate de cualquier otro modo, no intenta por este hecho constituirlo en esa dignidad o atribuirle algún nuevo derecho”. Gregorio XVI hizo una revisión histórica de esta fórmula canónica, que fue confirmada por Juan XXII, Pío II, Sixto IX y Clemente XI en diversas situaciones políticas.

      El papa Gregorio XVI buscó en la jurisprudencia del magisterio petrino los fundamentos en los cuales sostener los nombramientos que se habían hecho y se realizarían, especialmente en lo relativo a los obispos, como asuntos propiamente de administración eclesiástica. En el escenario de profundos cambios políticos que vivió, el papa intuyó que era tiempo de fortalecer la autoridad del romano pontífice, de crear un espacio para dialogar con los nuevos gobiernos y, a la vez, de encaminar diplomáticamente la lenta extinción del régimen patronal.

      Las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con España empeoraron cada vez más. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, la promulgación de leyes anticlericales, la supresión de órdenes religiosas; la confiscación de bienes, e, incluso, la matanza de frailes en 1834, llevaron a la ruptura de relaciones diplomáticas con Roma en 1835. Estos hechos impulsaron a la Sede Apostólica a desvincularse de la península y a actuar cada vez con mayor libertad en el orbe católico, en especial en los asuntos relativos a las iglesias americanas.

      La política eclesiástica de Gregorio XVI se desenvolvió en forma paralela a la perspectiva que se había formado sobre el desarrollo histórico posterior a la revolución francesa y a la instalación de las ideas liberales, las cuales subrayaban la igualdad de los derechos de todos los hombres, la derogación de los privilegios, el mejoramiento de la administración de la justicia, el fin de las discriminaciones de carácter confesional —la inmunidad eclesiástica entre ellas—, y la promoción de garantías que defendieran a los ciudadanos de las arbitrariedades, entre otras.

      Como se indicó antes, en el medio católico habían surgido corrientes que no solo compartían estos principios, sino aceptaban el nuevo orden político. En Francia un grupo de amigos, entre los cuales estaban los ya nombrados Lamennais, Lacordaire y Montalembert, fundó en 1832 el periódico L’Avenir, con el lema Dios y Libertad. Allí se promovieron los principios de la tendencia católica liberal: la separación de la Iglesia y el estado, la reivindicación de todas las libertades, como las de conciencia, de enseñanza, de asociación y de opinión —libertad de impresión y de expresión—, la renuncia a los privilegios del clero —como desistir del subsidio estatal para aquel— y la recuperación de la libertad en el nombramiento de los obispos, entre otros. Era, como es fácil de advertir, un intento, en el marco del complejo desarrollo político europeo, de conciliar el cambio de época con los principios universales del cristianismo.

      Gregorio XVI marcó profundamente la política pontificia de sus sucesores con la Encíclica Miraris Vos (Admirados tal vez), de 15 de agosto de 1832, en la cual fustigó y condenó directamente, sin nombrar a los fundadores de L’Avenir, los principios que promovían, por su efecto contrario a la religión: la libertad de conciencia como corolario del indiferentismo, la libertad de impresión por abrir la puerta al error, y la separación Iglesia-Estado, y reafirmó el deber de someterse a la autoridad de los príncipes, apelando a la ayuda del poder estatal no solo para sostener a la Iglesia sino para defenderla. Esto, como es sabido, originó el alejamiento de Lamennais de la Iglesia.

      Con la elección de Giovanni Mastai Ferretti en junio de 1846 como Pío IX se observa una clara continuidad con su predecesor, la cual se tornó con el tiempo más marcada aún, pues la marcha de los acontecimientos políticos profundizó la posición del pontífice. Así, los asuntos relativos a Roma en cuanto capital de una Italia unificada fueron conocidos como la “cuestión romana”. Por otra parte, las relaciones con Alemania se hicieron extremadamente difíciles con el intento del canciller Bismarck, iniciado en 1871, de someter a la Iglesia Católica al control estatal, proceso conocido como Kulturkampf, que se manifestó en diversas medidas cuyo objetivo era desatar todo vínculo de la Iglesia con Roma: control estatal de los seminarios, expulsión de congregaciones —jesuitas, redentoristas, lazaristas—, obligación de comunicar a la autoridad civil los nombres de los candidatos a oficios eclesiásticos, y suspensión de derechos civiles de los eclesiásticos.

      En este escenario han de comprenderse dos documentos del magisterio de Pío IX: la Encíclica Quanta Cura (Con cuanto cuidado), de 8 de diciembre de 1864, a la que se le adjuntó un elenco de los errores del mundo moderno, con la misma fecha, texto conocido como Syllabus (Índice). Después, en 1869, el pontífice convocó a un Concilio Ecuménico en el Vaticano, en el cual se abordó y condenó nuevamente los contenidos filosóficos y teológicos del siglo en la constitución Dei Filius; en tanto que en la constitución Pastor Aeternus abordó la jurisdicción universal y el atributo de la infalibilidad del papa. Esa documentación pontificia mantuvo la doctrina inaugurada por Gregorio XVI respecto del mundo moderno.

      Pío IX, por otro lado, continuó con la política de apoyar la reorganización de la Iglesia, y consolidar nuevas áreas emergentes. Fue el caso de las comunidades católicas de los Estados de Unidos, en las que puso una especial atención: en 1850 creó los arzobispados de Cincinnati, Nueva York y Nueva Orleans, y en 1853 el de California. Además, promovió el concilio de Baltimore de 1866,

Скачать книгу