Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Si durante la monarquía el sector superior, la nobleza, distaba de ser homogéneo, durante la república, el mismo sector o grupo alto, denominado la “gente decente” en la terminología de la época, tampoco lo fue. No obstante la continuidad que se advierte en los integrantes de la elite, hubo cambios en ella, cuya velocidad y extensión estuvo marcado por el enriquecimiento generalizado de las personas, por la difusión de modas provenientes del extranjero, muy decisiva en la adopción de mecanismos de diferenciación social e, incluso, por la coyuntura política.
En sus líneas generales, la consolidación de la república no cambió sino lentamente la estructura de la sociedad. Y las elites fueron modificando también con lentitud sus formas de vida características. Ellas eran congruentes con la modestia, más bien pobreza, que exhibían —que en los casos de Concepción y Valdivia se manifestó en una abierta miseria como consecuencia de la guerra y de los secuestros de que fueron víctimas las familias realistas—, y que se reflejaba en la sencillez de las casas principales, a las cuales hacia 1826 comenzaron a llegar, de la mano de los extranjeros, los papeles murales pintados, los suelos enmaderados y las alfombras362. Hacía notar por entonces el alemán Poeppig la influencia que estaba ejerciendo en la vida social de las clases altas chilenas la “civilización europea” y llamaba la atención hacia las “contradicciones bruscas e inconexas” en las costumbres y en el menaje de las casas, resultado, según el viajero, “de la penetración rápida y sin preparación previa de la cultura europea”. Pero concluía que esas disparidades estaban desapareciendo y que “en pocos años la clase superior de Chile no se distinguirá en nada de la europea que ocupa igual nivel”363. Una percepción similar tuvo el polaco Ignacio Domeyko en La Serena, en 1838:
Llegué en los primeros tiempos de la independencia chilena; no habían pasado ni veinte años desde la dominación de los españoles, quienes durante los tres siglos de su gobierno y presencia echaron raíces tan profundas en la población y en el estado social, que pese a la guerra y a la sacudida revolucionaria, pese a la afluencia de extranjeros, a la apertura del comercio y relaciones con todo el mundo encontré aquí intactas aún las leyes, hábitos y costumbres de este pueblo, particularmente en la vida interior y familiar. Este estado de la sociedad, violentamente remecido en sus fundamentos y expuesto a la influencia foránea, hostil al pasado y a las tradiciones coloniales, está cambiando tan rápidamente que dentro de veinte años los jóvenes chilenos no tendrán una idea de lo que son ahora sus padres364.
La mantención de ciertas formas de sociabilidad al concluir el decenio de 1820, como las desarrolladas en los cafés, en las que participaban miembros de las elites y de los sectores medios —repletos, según Poeppig, de “bebedores de las clases superiores”—, así como extranjeros, se entiende con facilidad si se considera que en general eran actividades en que participaban hombres solos, y en que, además de beber café, licores y la “preciosa sustancia llamada gaseosa”—conocida en Chile por 1843—, comer y jugar a las cartas o al billar, se conversaba y se discutía de política365. Recordaba José Joaquín Vallejo que en Copiapó el café era el lugar en que “la tertulia argentina se ha declarado en sesión permanente” para hablar en contra de Rosas y de sus seguidores. Todavía hacia 1840 predominaban en los cafés los hombres solos, sin perjuicio de que tanto en Santiago y Valparaíso existieran locales con “salas para señoras”, que ofrecían refrescos y “helados del mejor gusto”366.
En el famoso Café de la Baranda, que funcionaba en Monjitas con San Antonio desde 1831, se había construido un tablado al que subían algunas conocidas chinganeras a interpretar uno que otro sainete, pieza teatral corta y jocosa que gozaba de gran aceptación popular.
Los extranjeros calificaban de “agradabilísima” la vida social en Santiago, en especial por el hecho de que apenas presentado, el individuo pasaba a ser miembro de las tertulias de la casa. El sueco Carlos Eduardo Bladh, en Chile entre 1821 y 1828, dejó unos perspicaces cuadros de la sociabilidad en Santiago y Valparaíso. Al referirse a la tertulia anotó que era bastante austera: dulces servidos en una bandeja con un vaso de agua. No podía ser de otra manera, pues la esencia de la reunión era la ausencia de formalidades. Las señoras, sentadas en un sofá, eran rodeadas por las señoritas formando un semicírculo. Detrás de las damas los caballeros formaban otro semicírculo. Después de un momento de charla, breve por la manifiesta impericia de los varones para mantener una conversación de algún interés, como subrayaban todos los viajeros, los concurrentes persuadían a una de las hijas de la casa a que se sentara ante el piano y ejecutara algunas piezas. Pronto, a petición de la dueña de la casa, se iniciaba el baile con una contradanza —ya en la capital se bailaba de preferencia la cuadrilla francesa, recién introducida y en general mal ejecutada—, a la que seguían valses, gavotas y minués. Algunas de las señoritas y señoras asistentes cantaban acompañadas de guitarras, y no se olvidaban los bailes nacionales: el cuándo, una de las danzas preferidas, la zamacueca, que se bailaba en todas las casas, tanto acomodadas como modestas, y la refalosa. No pudo dejar de referirse Bladh a “una costumbre extraña y desagradable”: la llegada de conocidos y desconocidos a observar el baile, hasta “señoras decentes tapadas”, a las que se alude a continuación367. La fácil entrada de los extranjeros a los hogares pudientes de las ciudades chilenas, en especial en Valparaíso, les permitía a estos conocer a las muchachas de la familia, lo que facilitaba la iniciación de relaciones que podía concluir en matrimonios368. Y es interesante anotar que en la concertación de esos matrimonios, tanto con extranjeros como con nacionales, no parece haber influido de manera decisiva la situación económica del novio369. En cuanto a la religión de los extranjeros, el hecho de no profesar el catolicismo no constituyó obstáculo para su integración a la vida social chilena.
Domeyko dejó agudos bocetos acerca de la sociabilidad en La Serena, en que precisamente se advierten las “contradicciones bruscas” en las costumbres a que aludía Poeppig. Muy ilustrativa es la descripción de una recepción dada por el intendente Francisco de Borja Irarrázaval Solar con motivo del onomástico de su esposa Mercedes Undurraga Gallardo. Después de cruzar con dificultad el portal de la casa y de atravesar el patio “repleto por el populacho”, logró Domeyko entrar al salón, cuyo tercio o cuarto estaba ocupado por un público que no formaba parte del baile.
La concurrencia danzante de las elegantes damas y de los bailarines se rozaba, por decirlo así, con la presión de hombres y mujeres de diversa condición social, que a través de las puertas y ventanas y aun […] en una parte del salón, eran solo espectadores y constituían