La edad de la inocencia. Edith Wharton

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La edad de la inocencia - Edith Wharton

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grupo de jóvenes dejó paso a Archer

      y este llevó a May al centro del salón.

      Empezó a sonar El Danubio Azul.

      Y la pareja, bailando al son del famoso vals,

      anunció su compromiso sin necesidad de hablar.

      Terminado el vals, los novios se retiraron al invernadero

      que había más allá del salón.

      Archer se atrevió a besar a la joven.

      Los dos se sentían muy felices.

      Un poco más tarde, como si hablara en sueños,

      May preguntó:

      ―¿Le dijiste a mi prima Ellen que estamos prometidos?

      ―No. No tuve tiempo ―mintió él.

      ―Entonces debes hacerlo.

      No quiero que piense que la hemos olvidado.

      ―Claro que se lo diré. Pero todavía no la he visto...

      ―No ha venido al baile. En el último minuto decidió no acudir. Dijo que su vestido no era bastante elegante,

      aunque a todas nos parecía precioso.

      Así que mi tía tuvo que llevarla a casa.

      Archer se sintió complacido y pensó:

      «May sabe tan bien como yo

      la verdadera razón de la ausencia de su prima.

      Pero nunca le diré que conozco

      la mala reputación de la pobre Ellen Olenska».

      3. La visita de compromiso

      Al día siguiente, Archer y May visitaron

      a la abuela de esta, la señora Manson Mingott.

      Era un ritual imprescindible para confirmar el compromiso.

      La anciana era una de las grandes damas

      de la alta sociedad de Nueva York.

      Viuda desde los 28 años,

      había conseguido vivir rodeada de lujo,

      entre duques y embajadores,

      gracias a su enorme fuerza de voluntad.

      Era una mujer de carácter firme, digna y decente.

      Y su reputación había permanecido siempre intacta.

      El encuentro fue muy agradable:

      la anciana, que había engordado hasta el punto

      de no poder subir y bajar escaleras,

      recibió a los novios con amabilidad.

      Observó el anillo de compromiso ―un gran zafiro―

      y dijo que era muy hermoso.

      ―¿Y para cuándo la boda? Espero que sea lo antes posible.

      ¡No esperéis a que me muera! ―comentó, divertida―.

      ¡Quiero pagar el convite de la boda!

      La pareja estaba a punto de irse

      cuando la puerta se abrió y apareció la condesa Olenska,

      acompañada por el señor Beaufort.

      ―¡Ah, Beaufort! ―exclamó la anciana―. Me alegro de verle.

      ―Encontré a la condesa Olenska en Madison Square

      y me permitió que la acompañara a casa

      ―respondió el caballero.

      Beaufort y la anciana empezaron a conversar,

      olvidándose por completo de los jóvenes.

      En el recibidor, May se ponía el abrigo de pieles.

      Mientras, Ellen Olenska miraba a Archer

      con una sonrisa levemente interrogante.

      ―Ellen, supongo que ya sabes que May y yo...

      ―dijo el joven―. No pude contártelo en la Ópera,

      entre tanta gente.

      Ellen parecía más joven y más atrevida.

      ―Claro que lo sé. Y me alegro muchísimo ―dijo sonriendo.

      Y sin dejar de mirar a Archer, añadió―:

      Adiós. Ven a verme algún día.

      En el coche, mientras bajaban por la Quinta Avenida,

      Archer pensaba: «Ellen comete un error al pasear sola

      con Beaufort, delante de todo el mundo.

      Además, debería saber que un hombre como yo,

      que acaba de comprometerse,

      no se dedica a visitar a mujeres casadas como ella...».

      Y dio gracias al cielo por estar a punto de casarse

      con una joven como May,

      que le comprendía y compartía sus opiniones.

      4. Una defensa apasionada

      La noche siguiente, la madre de Newland Archer

      organizaba una cena en su casa.

      El invitado era Sillerton Jackson,

      el anciano mejor informado de Nueva York.

      Además de la señora Archer y su viejo amigo,

      asistían a la cena el joven Newland y su hermana, Janey.

      Aquella noche, madre e hija sentían una gran curiosidad

      por las noticias que Jackson pudiera contarles

      sobre Ellen Olenska,

      que iba a convertirse en prima de Newland.

      Después

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