Mujeres de fuego. Stella Calloni
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Precisamente, Jorge Eliécer Gaitán publicó su tesis de abogado en 1924 sobre “Las ideas socialistas en Colombia”. En los años jóvenes de Gaitán se produjeron importantes huelgas (1924, 1927) y la bananera de 1928, año en que el ejército atacó una manifestación pacífica en Ciénaga, donde resultaron muertos unos mil obreros. “La muerte ha signado la historia de Colombia. Siempre sentí que caminábamos con la tragedia, y mi padre quería cambiar esto, pero de fondo, con los elementos del positivismo relacional que él consideraba socialista”, dice Gloria.
Eran tiempos de efervescencia y de cambios, que encuentran a Gaitán perfeccionándose en sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional, y en 1926 logra ir a Roma a continuar su formación y es discípulo aventajado de Enrico Ferri. A los 25 años sus investigaciones científicas sobre Derecho penal y sus teorías fueron incorporadas en la escuela de especialización jurídico- criminal de la Universidad de Roma. Gloria Gaitán enumera los reconocimientos a ese abogado penalista que estudiaba ávidamente psiquiatría, filosofía, matemáticas. Y simultáneamente a su formación, se convertía en la figura política capaz de atraer a multitudes, de “entender el alma de Colombia”. En 1928, de regreso a su patria, ya elegido representante, encabeza la protesta contra los conservadores que manejaban el país hegemónicamente y en contra de la corrupción administrativa.
Gaitán, que ocupó cargos políticos claves en su momento y que en 1932 fue nombrado rector de la Universidad Libre, fundó en 1933 la Unión Nacional Revolucionaria (UNIR), a cuyo frente estuvo hasta su regreso al Partido Liberal en 1935 y a cuya dirigencia oligárquica fustigó abiertamente, siempre. Él fue el mejor representante y el más avanzado de aquella nueva clase dirigente que surgió durante la depresión económica de los años 30 y mediante la elección del liberal Enrique Olaya Herrera. Precisamente al hablar de aquellos momentos, Alberto Lleras Camargo decía que no se trataba sólo de una elección, sino que era “un mundo el que llegaba a su fin. La Edad Media acababa de morir”. Entre 1934 y 1936 López Pumarejo intenta hacer de Colombia una moderna democracia burguesa rompiendo la estructura autoritaria de los conservadores en el poder y establece la jornada laboral de ocho horas, y en el 36, el derecho a huelga.
La palabra encendida, el fuego de Gaitán, su defensa de las clases populares, su voz distinta y única que se evidenció en el fuerte debate que originó la masacre en las bananeras, en 1928, y sus intervenciones en el Congreso, en 1929, golpearon fuertemente al régimen conservador. Pero Gloria también analiza “su excepcional valor intelectual, sus capacidades de innovación filosófica y teórica”, que no son reconocidas al recrear la vida y la acción de su padre, y estima que esto muestra la existencia de “un fuerte hábito mental de tinte conservador y poca disposición para entender las innovaciones, los cambios, las rupturas de esquemas, como las que hizo Gaitán en su tiempo”.
Todo esto se puso en evidencia en los debates que engendraba esa figura capaz de destruir dogmas y de allí surgen las acusaciones disímiles de “demagogo”, incluso de “fascista” simplemente porque había estudiado el fenómeno de Mussolini en Italia, como un investigador que era. Como señaló en su momento el expresidente Alfonso López Michelsen, el discurso de Gaitán tocaba y desmitificaba a la jerarquía liberal de su partido y estaba dirigido contra “las vacas sagradas” del mismo.
“Mi padre no aceptaba un pensamiento lineal, porque su formación era más profunda y por lo tanto nada esquemática. Sus palabras describiendo el horror y la hipocresía de la Italia fascista y del fascismo en el mundo y en Colombia fueron muy claras, y entonces decirle ‘fascista’ es no conocer o negar su historia verdadera. Él aplicó un método científico al campo de la teoría política dentro de un definido y consciente sistema filosófico, con lo cual logra hacer de la filosofía política una ciencia positiva y de la actividad política un método positivista relacional. Es su gran aporte teórico, aplicar una teoría coincidente con la realidad. Y para quienes quisieron ver en su búsqueda de un pueblo nuevo una subvaloración de nuestra raza, nada mejor que sus propias palabras: «Nosotros hemos aprendido a reírnos —dirá— de esas generaciones decadentes que ven a las muchedumbres de nuestro trópico como seres de raza inferior. Inferiores son ellos, que carecen de personalidad propia y se dejan llevar por algunas mentes esclavas de la cultura europea (...) yo les pidiera a las más antiguas y grandes razas de la tierra que vinieran a esta América, que se adentraran como nuestros mulatos en las selvas del trópico, que trabajaran como lo hacen los hombres nuestros, doce y más horas, casi sin salario y siempre desnutridos; que sufrieran los dolores de nuestro pueblo, sintieran a la selva envolviéndolos, supieran lo que son los niños sin escuela y sin cultura, lo que es una muchedumbre sin defensa en el campo, sin poder satisfacer el apetito de la belleza y el amor que se les niega y saborear tan sólo el dolor y la angustia permanente. Que vengan los europeos a presenciar el drama de esta masa enorme de América, devorada por el paludismo, con gobiernos que le han vuelto la espalda a sus pueblos para enriquecerse en provecho propio; que vengan a contemplar las inclemencias perpetuas que vivimos los habitantes del trópico y entonces tendrían que comprender cuán brava es la gente nuestra (...) y reconocer la falsedad de su argumento sobre la inferioridad de las masas americanas. Porque en Venezuela, en Perú y en todas nuestras naciones sucede lo que yo afirmo pasa en Colombia: el pueblo es superior a sus dirigentes». Este era uno de sus tantos discursos y sigue siendo tan válido hoy que uno podría suscribir este reclamo que él hacía con tanta pasión en aquellos momentos.”
Esta mujer de rostro sereno y rasgos hermosos y que reconoce haber vivido “muchas vidas en una vida” está escribiendo un segundo tomo de la biografía de su padre para salvarlo —como dice ella— de falsedades, ambigüedades, mistificaciones y mostrarlo como realmente fue: un hombre enamorado de un pueblo, un hombre capaz de vivir los sueños, un hombre real, no un mito. Ni su primer tomo, ni el filme documental de María Valencia —nieta de Jorge Eliécer Gaitán— sobre la vida de su abuelo, terminan con la historia del asesinato del líder colombiano, el 9 de abril de 1948, ese hecho que incendió a Colombia con la furia de un pueblo, y entronizó la violencia que nunca se fue, como una mala hierba. Ambas piensan que ese es, en realidad, el día de sus asesinos, y al decirlo, el rostro sereno de Gloria enciende cierto fuego de obstinación en los ojos. Y por esa misma obstinación desafía todo lo que encuentra a su paso, inclusive con el título de su libro: Bolívar tuvo un caballo blanco, mi papá un Buick (1998). Y recuerda que, entre tantas acusaciones a su padre, una era que tenía precisamente un Buick, “que era entonces un automóvil muy veloz, lo que él necesitaba para trasladarse de un lugar a otro y estar cerca de la gente aislada en tantos lugares del país. Con esto quiero decir que era realista hasta en estos gestos y que sabía que en unas horas debía estar de un extremo al otro del país. ¿Acaso Bolívar iba a viajar en burro en su época?, ¿o en lo que fuera tan veloz como un caballo, el mejor que podía tener? Por eso, abominó de las hipocresías”.
—¿Cómo recuerdas la Colombia de esos días, cuando vivías con tu padre en lo que luego fue la Casa Museo?
—Yo tenía diez años cuando lo mataron. Recuerdo muy bien que el día antes me habían sacado de la escuela porque una niña me había dicho “ojalá asesinen a tu papá”. El rumor estaba y la niña lo habría escuchado. Así es que me cambiaron de escuela de inmediato. Recuerdo que mi madre le decía que se cuidara y pensaba que él no le daba importancia a estas amenazas porque consideraba que la formación de su esposa en Antioquia, una zona de ricos comerciantes, influía en sus temores. Él respondía: “A mí no me mata ninguna mano del pueblo, y si me matan, la oligarquía sabe que el país se para y eso duraría mucho más de 50 años. Yo no soy un hombre, soy un pueblo, por eso digo que no me matan”. Recuerdo eso de la víspera del crimen, porque él estaba preparando la defensa de un teniente y yo llegué y me boté en sus brazos contando lo que había sucedido