Mujeres de fuego. Stella Calloni
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—¿Esto marca los antecedentes para lo que vendría después?
—Sin esta historia, así rápidamente contada, no se puede entender todo lo que vino después. El PC había logrado editar el periódico Bandera Roja y su director, Héctor Agosti, estuvo detenido entre 1934 y 1937. En ese entonces fue importante la existencia de Socorro Rojo, organización comunista de nivel internacional de solidaridad con los presos políticos y gremiales, y allí conocí a Alcira de la Peña, emblemática dirigente comunista, y otros, y comencé a visitar las cárceles y a los familiares de los presos, reuniendo dinero para las familias. Con el ingreso a Socorro Rojo estuve cerca de las luchas obreras y políticas, las grandes huelgas y las acciones de comunistas y anarquistas con una extraordinaria participación de mujeres.
—Dentro de ese escenario en Argentina, ¿cómo llega a la Guerra Civil española?
—En 1936 me casé con Bernardo y nos volcamos al movimiento de solidaridad con España. En Argentina se produjo una enorme movilización de solidaridad con la República Española. Un día Bernardo llegó con la noticia de que un grupo de compañeros pensaba alistarse en las Brigadas Internacionales para ir a combatir a España y yo decidí acompañarlo. Fueron tan fuertes aquellos momentos que relatar esto me llevó muchas páginas en mi libro de memorias, Banderas, pasiones, camaradas. Mi vida en España fue una experiencia trágica y hermosa a la vez.
—Habrá muchos recuerdos de esos momentos que marcaron la historia de la humanidad.
—Varios amigos me ayudaron con el pasaje y viajamos en tercera clase del barco Olimper, en 1937, junto a un grupo de españoles, italianos y otros. En 30 días íbamos a estar en Ámsterdam. Pero no puedo dejar de mencionar que cuando llegamos a Río de Janeiro, en tránsito, se produjo una enorme conmoción, porque vimos, en la primera plana de los periódicos, la foto del dirigente comunista brasileño Carlos Prestes cuando lo llevaban a un tribunal militar. Había dirigido un heroico levantamiento y marcha en 1935, en su país. También Rodolfo Ghioldi, de nuestro partido en Argentina, que lo acompañaba en su acción, era llevado en confinamiento a la isla Fernando de Noronha. La figura de Prestes marcó la historia de Brasil.
—Encadenamientos de hechos que marcarían la historia del mundo...
—Sí, es cierto. De Ámsterdam fuimos a París, donde estuvimos con el Socorro Popular Francés y la delegación de la República Española. Recuerdo entonces que fuimos a la Exposición Universal, y vimos allí el cuadro Guernica de Pablo Picasso, que presidía el pabellón de la República Española y que reflejaba el brutal bombardeo de la Legión Cóndor alemana el 26 de abril de 1937 sobre la pequeña ciudad del País Vasco, que provocó la muerte de miles de sus habitantes. De París fuimos a Perpignan para resolver problemas de documentos y luego a Cerbère, la última ciudad francesa. No olvidaré nunca el trayecto desde allí hasta Portbou, Cataluña. A nuestro paso en el tren, muchos campesinos levantaban las guadañas con que segaban el trigo para saludarnos, y nosotros llorábamos. Allí en Barcelona comenzamos a vivir la guerra. Al principio vimos toda la gente en las ramblas colmadas y parecía que no pasaba nada, pero rápidamente las alarmas advirtiendo los bombardeos nos llevaron a la realidad. Fuimos a Madrid, donde un bombardeo —del que nos salvamos milagrosamente— destruyó el Socorro Rojo, y de allí a Valencia, donde estaba el gobierno de la República, a hacernos cargo de nuestras tareas. Estábamos en el terreno donde se libraba una batalla, no sólo contra el enemigo interior sino contra la intervención directa de Alemania e Italia: Bernardo, como corresponsal de Nueva España, y yo, en el Socorro Rojo.
—¿Cómo se vivía a nivel popular aquel momento?
—Eso era lo más inolvidable. Vimos aquel pueblo que con o sin armas, descalzo o con alpargatas, sin alimentos muchas veces, estaba allí resistiendo, defendiendo a su patria invadida. Vimos campos ensangrentados, ciudades destrozadas por los bombardeos, mujeres y niños asesinados en los caminos. Las obras de arte, símbolo de una cultura que en su época de oro asombró al mundo, arrasadas o entregadas por los facciosos al enemigo, en retribución de servicios.
—¿Cuánto tiempo estuvieron ustedes en España? Y, aunque es difícil preguntarle, ¿a quiénes recuerda más cercanamente?
—Dos años estuvimos allí. Y fueron tantas las bellas personas con las que compartimos la vida en aquellos momentos límites de la guerra que es difícil olvidarlas. Hay nombres: Amparo, Conchita, Matilde Landa, apasionada militante, que fue fusilada después por los franquistas. Difícil olvidar al Comandante Carlos del Quinto Regimiento, que estaba con nosotros, y junto a él, María, una mujer excepcional, fina, de apariencia frágil, valiente, generosa. Mucho después supe su nombre: nada menos que Tina Modotti3. Con ella me unió una fuerte amistad, inolvidables charlas. Salíamos juntas de nuestro alojamiento en la Calle Conde de Carlés, hacia la sede del Socorro Rojo, en la calle Marqués [Conde] de Montornés, y regresábamos, un poco amparándonos una a otra, tomadas del brazo, y yo enmudecía ante la lucidez de aquella mujer con tanta valentía y sensibilidad. Extraordinaria fotógrafa, que debió sufrir tanto cuando mataron a su compañero Juan Antonio Mella [en México, 1929]. Todo eso lo seguí yo desde lejos. Ella amaba México profundamente. Nosotros pudimos ver de cerca el rostro de lo que era la República y de aquella guerra. Anduvimos entre los campesinos y en la zona industrial en Cataluña, entre estudiantes e intelectuales. Quiero destacar en este recuerdo la acción cultural de Rafael Alberti, Teresa León y León Felipe, que llevaron la cultura a los niveles más populares. Hicieron lo que antes había hecho Federico García Lorca. Iban con carretas haciendo obras de teatro, en las escuelas, en los campos. Hay tanto que decir sobre todo lo que se hizo, a pesar de que muchos países ayudaron al dictador Francisco Franco. Fue una traición terrible ayudando a los ejércitos de Hitler y Mussolini, frente a los que ayudaron a la República, como México y la Unión Soviética. Yo digo que si en esa guerra hubiera triunfado la República Española no hubiera habido una Segunda Guerra Mundial.
—¿Cómo fue su experiencia en Valencia?
—Valencia no escapó al crimen. Recuerdo un día de sol brillante cuando un alud de metrallas cayó sobre la gente que salía del trabajo. Corrimos a recoger a los heridos y dentro de tanto dolor era increíble la valentía con que actuaban todos. El poeta Antonio Machado había convocado a la campaña de invierno de 1937 para reunir abrigos, alimentos, medicamentos para los combatientes. Fui designada para dirigirla en el Socorro Rojo. Y toda España respondió. Curiosamente, en medio de aquella guerra cruel, estábamos siempre renaciendo ante lo que sucedía alrededor. Recuerdo que fuimos con Bernardo al pueblo de Rocafort, muy cerca de Valencia, a ver al poeta Machado, donde vivía con su madre, en una humilde casa pintada de blanco. Era de una humildad conmovedora, y se advertía la profunda identidad con su pueblo y su rechazo visceral al fascismo. Creía en la victoria de la República y no sospechaba, en ese momento, que la contrarrevolución estaba en marcha con una fuerza temible. Fue en Valencia donde conocí a grandes figuras del movimiento revolucionario mundial, a los jefes más reconocidos del ejército popular, a los combatientes maravillosos y a las valientes Mujeres de la Unión Antifascista Española.
—¿Entonces conoció a Dolores Ibárruri, “la Pasionaria”?
—Sí. Mi primer recuerdo es de cuando la vi en el Segundo Congreso de esta organización realizado en Valencia. Era una mujer muy bella, alta, vestida de negro, que impactaba, y su voz ardiente y su discurso estremecían a todos. En ese entonces la vi de lejos. Luego la conocí y estuve con ella en el año 72, en el Congreso de FEDIM. Su vida ya es parte