Mujeres de fuego. Stella Calloni

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Mujeres de fuego - Stella Calloni

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de su madre? Lo mataron como a García Lorca, y antes de ser asesinado por el franquismo escribió en una pared de su celda: “Adiós, hermanos y amigos, despedidme del sol y de los trigos”. ¿Cómo podría yo olvidar esos días, esas figuras?

       —¿Y cómo fue para ustedes cuando la guerra llegó a Valencia?

       —Siempre se recuerda que usted viajaba también en esos tiempos para buscar apoyos en todas partes.

      —Viajaba continuamente entre España y Argentina. En Francia funcionaba el Comité de Solidaridad con España y allí confluía toda la ayuda. Yo debía organizar el tema de presos y refugiados y trabajar con la organización de solidaridad en Chile y Uruguay, y así llegaron aquí unos mil refugiados. El que organizó todo eso con nosotros fue Pablo Neruda. Lo conocí en las Jornadas Solidarias en Buenos Aires. Era hosco, más bien callado, quizás porque era tímido, y a pesar de su voz monótona, cuando recitaba sus poesías todo se transformaba. También trabajé con Juan Marinello, el gran intelectual cubano, con el que hicimos una gran amistad. Por Argentina habían pasado personajes maravillosos como Federico García Lorca, a quien habíamos visto en el escenario del teatro Avenida. Cuando lo mataron fue terrible para todos, pero para el pueblo español fue una tragedia. Él era un incansable luchador y dejó una obra apasionante. Hubo unos 500 argentinos que lucharon en la Guerra Civil española.

       —Luego trabajó para sacar a los refugiados.

      —Sí, fue una historia muy importante en nuestras vidas. Nada fue lo mismo después de esto. Seis meses después de la caída de la República Española, el bárbaro ataque nazi contra Polonia daba inicio a la Segunda Guerra Mundial. Tuve mis hijas y también trabajamos en solidaridad en los frentes antifascistas y con los aliados en la Segunda Guerra Mundial. No me olvido los festejos del día en que terminó la guerra. Argentina empezó otro período de golpes de Estado y fuimos a la clandestinidad. Habitábamos casi siempre en la clandestinidad, en una vida ilegal muy difícil para los hijos.

       —¿Y en la organización de mujeres cuándo comenzó?

      —Ya estaba trabajando con las mujeres, y en 1972, en esa reunión donde estaba Dolores Ibárruri, fui designada secretaria general de FEDIM. Allí nos juntamos con las mujeres que habían estado en campos de concentración, las guerrilleras, obreras, trabajadoras campesinas de toda Europa, que se organizaron. Recuerdo a Marie Claude Vaillant Couturier, Eugénie Cotton, a quien se le concedió en Francia el título de Caballero de la Legión de Honor. Mujeres de la resistencia contra el nazismo. También a Zoia Dragoicheva, guerrillera búlgara que se había salvado, por la movilización, de dos condenas a muerte. Luego me impactó mucho también Angela Davis, a quien conocí en el Congreso Internacional de Mujeres en Berlín, en 1975, tan inteligente y valiente; a la doctora Anahita Ratebzad (1931-2014), fundadora y presidenta de la Organización Democrática de Mujeres Afganas, y la primera mujer médica y parlamentaria, en un país que hasta 1978 estaba bajo un yugo monárquico y feudal. Me pregunto qué habrá sido de aquellas mujeres después de toda la tragedia que vivió y vive Afganistán. Las mujeres luchaban y luchamos por la reivindicación de los derechos de trabajadores, intelectuales, artistas, jóvenes, pacifistas y feministas, y realizábamos acciones contra las guerras. Conocí a mujeres extraordinarias de todo el mundo y, más cercanamente, a nuestras revolucionarias latinoamericanas. Una figura inolvidable para mí es Vilma Espín. La recuerdo cuando la fui a ver al ex cuartel de las tropas de Batista convertido en una escuela. Era julio de 1959 y ella estaba parada esperando en la puerta. Era una mujer muy bella e inteligente y trabajó duramente con nosotras, y los recuerdos se entrecruzan. La figura de Vilma Espín es inolvidable para mí, como las combatientes en Centroamérica y en otros lugares. Las mujeres vietnamitas excombatientes tenían una presencia que impresionaba. Dimos grandes pasos en aquellos Congresos.

       —¿Dónde la encontró el triunfo de la Revolución cubana?

      —Estaba ese 31 de diciembre de 1958 festejando lo que iba a ser la llegada del 59 en casa de Eduardo Alemán, un ministro demoprogresista, y su esposa, que eran muy amigos de nosotros, y allí estaba también el poeta cubano Nicolás Guillén, asilado aquí. Estábamos escuchando la radio y cuando suenan las doce campanadas, el speaker (locutor) anuncia que ha triunfado la Revolución cubana justo cuando empieza el nuevo año. Se imagina ese momento con Guillén allí. Lágrimas e incredulidad: había caído el dictador Fulgencio Batista y otra historia increíble comenzaba. Guillén era encantador, siempre con una enorme chispa y una gran pasión por su país.

       —¿Recuerdos de aquellos viajes y congresos?

      —Viajé por todos los países con la FEDIM. Hicimos seminarios en América Latina, en Asia, en África. Pienso ahora en el presidente Salvador Allende, cuando vino a una reunión de mujeres en Chile y allí nos advirtió que se preparaba un golpe de Estado, y Neruda mandó un mensaje a esa reunión donde decía que Chile podía ser un Vietnam. En ese momento nos impresionamos profundamente, pero creo que nadie imaginó hasta dónde iba a llegar la tragedia de Chile y de toda la región.

       —Usted habla mucho, con mucho respeto y afecto, de Carlos Prestes. Me gustaría que volviéramos un poco atrás.

      —Fue un gran amigo y compañero. Entre las noticias terribles de la guerra, en julio de 1945 nos enteramos de la absolución de Luis Carlos Prestes, condenando a 40 años de cárcel. Jorge Amado, el escritor brasileño que también estuvo asilado, le llamaba “el caballero de la esperanza” y recordaba aquella columna de Prestes de soldados, obreros, campesinos, escritores, tenientes, capitanes, aquel levantamiento está en la historia de nuestros movimientos revolucionarios. Su esposa Olga Benario era alemana y nadie olvida que fue sacada de la cárcel y entregada a la Gestapo en Alemania. Olga fue asesinada después de nacer su hija Anita en un campo de concentración, y la madre de Prestes libró una batalla política y diplomática para que le entregaran a su nieta. Fue emocionante la lucha de Prestes para volver a reunirse con su hija, ya que pasó años en el exilio.

       —¿Conoció al Che Guevara?

      —Al Che Guevara lo conocí muy fugazmente cuando presidía el Banco Central en Cuba. Guardo una imagen imborrable de su rostro muy hermoso, un rostro de Cristo, una mirada imposible de olvidar. Cada una de sus palabras reflejaba su talento y sensibilidad. Era como un agua pura. Debo decir que un enorme daño nos había causado el desencuentro entre nuestro partido con el Che, con Fidel en un primer momento, y con ellos, con

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