Presencia y poder. Enric Lladó Micheli
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Si lo que tenemos delante son seres humanos de carne y hueso, el impacto puede llegar a ser realmente transformador. Es el efecto de la comunicación.
Paul Watzlawick en su «Teoría de la Comunicación Humana» establece la primera de sus leyes: «No es posible no comunicar», argumentando que todo comportamiento comunica algo. Como no es posible no comportarnos, no es posible no comunicar. Incluso el que se queda sentado en una silla con los ojos cerrados está comunicando muchas cosas (que está cansado, que no quiere ser molestado, etc.), lo que a nuestros efectos significa que si hay presencia, hay comunicación. Tu presencia comunica. Y vaya si comunica.
Además, la presencia comunica normalmente de manera inconsciente, sin que te des cuenta. Lo cual no significa que tenga poco impacto, sino todo lo contrario: lo que nos afecta de manera inconsciente tiene mayor influencia sobre nosotros porque es muy difícil oponer una barrera a algo cuya existencia simplemente ignoramos.
Cuando aparece una presencia por nuestros alrededores el efecto es automático e inmediato. Piensa en cuántas ocasiones has retrocedido de manera instintiva, sin ni siquiera pensarlo, cuando otra persona ha invadido tu espacio personal.
El tamaño de este espacio personal varía en función de las distintas culturas y a menudo resulta incluso divertido observar como un latino se acerca a un anglosajón para hablar mientras el otro se aleja. Entonces se vuelve a acercar y el otro se vuelve a separar y así sucesivamente.
Pero ni se dan cuenta: su conciencia está enfrascada en el tema del que están hablando, en el contenido de la conversación. No se percatan de que la razón de que esa conversación no acabe de fluir nada tiene que ver con los argumentos que están intercambiando.
La comunicación a través de la presencia constituye probablemente la forma más antigua de comunicación y se remonta, ya no solo a nuestros ancestros humanos y pre-humanos, sino que es la forma de comunicación por antonomasia en el reino animal. Los adiestradores conocen muy bien la importancia de la postura. Pobre del domador de leones que no haga su trabajo desde una postura firme y poderosa.
Existe un vídeo en YouTube1 donde puedes comprobar el poder de una presencia firme y centrada. Hay un grupo de aprendices de torero quietos de pie en una plaza de toros. Están todos como formando una parrilla silenciosa, separado cada uno por un par de metros del resto de compañeros. La postura de todos es recta, mirando al frente con los pies juntos, bien firmes en el suelo. Las manos en el pecho y los codos pegados al cuerpo. Inmóviles.
De fondo, la voz del maestro: «¡Sampayo, trae ese capote!» y de repente aparece en escena una vaquilla encabritada, corriendo y dando brincos.
Es sorprendente ver cómo la vaquilla, a pesar de correr y saltar como loca, va pasando entre los aprendices sin rozarlos en ningún momento. Los respeta como si fueran firmes columnas de cemento y de hecho al cabo de un rato se limita únicamente a correr por el perímetro de la plaza, como evitando cruzar por el espacio que hay entre los muchachos, como si en ese espacio hubiera algo que prefiriera no traspasar.
«¡Prueba superada!» grita el maestro, y los aprendices asustados ponen pies en polvorosa para ponerse a buen recaudo, sin creerse todavía lo que acaba de pasar.
Pues bien, esta comunicación que emana de la presencia, esta fuerza que ejerce sobre los demás, es probablemente la mayor capacidad transformadora de la que dispones.
He podido estar en presencia de grandes maestros, terapeutas y comunicadores. He revisado miles de horas de grabación de algunos de los personajes más influyentes del último siglo. Y, en mi opinión profesional, todas sus «técnicas», lo que parece más evidente, son solo la superficie.
Pero no necesariamente lo que produce el cambio.
Lo verdaderamente efectivo es mucho más sutil. Su capacidad de transformación se encuentra en un lugar mucho más profundo.
Su verdadero poder emana de su presencia.
El velo de la aureola social
Muchas personas confunden el poder de la presencia con lo que podríamos denominar la «aureola social»: el efecto que ciertos personajes famosos o famosillos generan en otros por el mero hecho de aparecer en nuestro televisor o en las revistas.
No te equivoques. Esa aureola no la producen ellos, sino que la producen los que les admiran, la masa fan, los medios. La produces tú.
Si algún día tienes la oportunidad de hablar con alguno de estos personajes verás como en muchos casos esa aureola no aguanta ni cinco minutos una conversación medianamente profunda. En otros casos puede que quizás aguante un poco más, pero normalmente no suele resistir un segundo encuentro a solas.
Momento en el que se le viene a uno rápidamente a la cabeza aquello de «caga el Rey, caga el Papa y de cagar nadie se escapa». La portada del libro era estupenda, pero el libro era normalillo.
La aureola acaba de desvanecerse.
Es importante saber distinguir esta aureola para levantar el velo que puede tender sobre nuestros ojos.
Los liderazgos más oscuros, normalmente ausentes de contenido real, se suelen sustentar sobre la aureola social.
Desde las tiranías políticas más oprimentes, hasta los niños bullies del colegio. El clásico ejemplo es el del niño que se convierte poco a poco en el tirano dominador de los demás. Quien se atreve a disentir es excluido del grupo. El tiranillo no tiene ninguna cualidad especial más allá del miedo que genera a los otros niños de ser marginados del grupo. Un poder que ha ido creciendo poco a poco, partiendo prácticamente de la nada. El tiranillo realmente no tenía grandes cartas, pero las circunstancias han facilitado que las haya jugado bien.
Una presencia profunda aguanta perfectamente la falta de fans, la falta de medios, la conversación y el paso del tiempo. Esto es así porque es la propia persona la que desprende la aureola. No somos los demás los que se la generamos, ni los fans, ni la parafernalia, ni la vestimenta.
Una presencia profunda en realidad produce mucho más que una aureola. Más bien genera una especie de campo gravitatorio cuyo efecto deforma el espacio y nos atrae con una fuerza inexorable.
Figura 2. Una presencia poco profunda no ejerce ningún efecto sobre las personas de su alrededor, que siguen su trayectoria sin alteración.
Figura 3. Una presencia poderosa y centrada deforma profundamente el espacio y ejerce una fuerza sobre las personas a su alrededor de la que no es posible escapar.
La fuerza de una presencia realmente profunda y centrada puede ser tan notable que, en ocasiones, de manera inexplicable, somos incluso capaces de sentir que nos está observando sin ni siquiera haber entrado en contacto visual ni auditivo con esa persona. No sabíamos que estaba allí, pero percibimos claramente su presencia.
Pero, ¿a qué nos referimos específicamente cuando hablamos de una presencia profunda y centrada? ¿Cuáles son sus características?
Presencia descentrada
Muchas veces para describir un concepto nuevo