Presencia y poder. Enric Lladó Micheli
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Por eso, cuando abordo este tema en mis talleres siempre empiezo preguntando por los comportamientos de las personas descentradas y entonces somos capaces de llenar pizarras enteras:
Interrumpe
No escucha
Utiliza un tono poco o nada agradable
No cumple
Llega tarde
Demuestra poco equilibrio
Es impulsiva
Muestra nerviosismo
Transmite un agobio visible
Denota cierta agresividad
Pide todo para ayer
En algunos casos expresa obsesión, en otros pasotismo
Ejerce una influencia negativa
Muestra preocupación continua
Tiene falta de criterios sólidos
Transmite falta de claridad en las ideas
Es poco razonable
Expresa cambios de opinión constantes
Muestra falta de organización
Genera desorden
No predica con el ejemplo
Transmite egoísmo
Te genera desconfianza
Seguro que fácilmente se te ocurre alguna que otra característica más para engrosar esta lista.
Una presencia descentrada genera una influencia desagradable, malas sensaciones, ganas de alejarnos. No sería la primera vez en la que alguien cargado de argumentos es incapaz de convencerte de algo, simplemente porque un gramo de ese mal rollo que genera su presencia pesa más que una tonelada de razones.
Lo divertido ahora es girar el dedo hacia uno mismo y darse cuenta de que, en mayor o menor grado, en más o menos ocasiones, todos nosotros exhibimos alguna de estas «virtudes». Cuanto mayor es la presión sobre nosotros, cuanto mayor el grado de exigencia, con más facilidad caemos en ellas.
A veces incluso las llegamos a «cronificar» y mostramos alguna de estas perlas de manera sistemática, hasta en las situaciones más banales, sin saber ni si quiera muy bien por qué. Sin ser capaces de entender nuestro propio comportamiento, respondiendo de manera automática, incluso a nuestro pesar.
En muchas ocasiones no somos conscientes de lo descentrados que podemos llegar a estar. Especialmente en estos tiempos que corren...
La sensación de urgencia permanente
Una señal inequívoca de que estás fuera de tu centro es esa sensación de urgencia permanente que puedes estar experimentando tanto en tu vida profesional, como en tu vida personal. La sensación de que todo es para ayer, de que todo corre prisa, de que no llegas a nada.
Esa sensación pretende darte la capacidad de rendir más y más, de llegar a todos los plazos, de hacerte eficaz. Y, sin embargo, a la larga, consigue todo lo contrario: te agota, te desmotiva y te coloca fuera de tu centro de manera crónica.
Voy a decirte algo que creo que necesitas saber y que puede que en un primer momento te resulte un tanto extraño: a no ser que seas bombero, médico de urgencias, soldado en el frente o piloto en pleno aterrizaje forzoso (por poner algunos ejemplos), lo tuyo no son urgencias reales.
Te puedo demostrar mi afirmación muy fácilmente con el siguiente razonamiento: resulta que en tu día a día laboral tienes un montón de tareas supuestamente muy «urgentes» que hacer y que te generan esta sensación de urgencia permanente tan estresante. Y, sin embargo, te pones enfermo unos días, o incluso una semana, o dos semanas, y no solo no pasa absolutamente nada, sino que resulta que nadie se ocupa de hacer esas tareas supuestamente tan urgentes.
Cuando regresas de tu baja allí siguen esas tareas, esperándote tranquilamente en la oficina.
Coloquemos cada cosa en su lugar: lo nuestro no suelen ser urgencias.
Pero ahora imaginemos que realmente lo fueran. Si ese fuera el caso, esa sensación de urgencia permanente probablemente no sería tu mejor aliado.
Si alguna vez tienes la oportunidad de ver a los profesionales de las auténticas urgencias en acción, médicos, bomberos, soldados, verás que precisamente gestionan esas urgencias vitales con la máxima tranquilidad. Se entrenan para mantenerse centrados, equilibrados, para gestionar esas situaciones con calma, tranquilidad, energía y cabeza.
«Keep calm and carry on» reza el eslogan de un póster producido por el gobierno del Reino Unido en 1939, diseñado para empapelar las calles de la nación ante la eventualidad de una invasión inminente (que afortunadamente nunca necesitaron emplear).
Figura 4. El acertado eslogan cuya traducción sería: «Mantente calmado y sigue adelante».
Tus «urgencias», probablemente no son urgencias. Y si lo son, la sensación de urgencia permanente más bien te puede perjudicar.
Pero, además, esa sensación ni siquiera es de urgencia permanente. En realidad, si profundizas un poco en ella descubrirás que lo que estás sintiendo no es urgencia, sino que es otra cosa.
Lo verás claro con otro ejemplo. Imagina que estás en tu puesto de trabajo y dentro de una hora tienes que entregar un informe de mil doscientas páginas, de elaboración súper compleja y que si no lo entregas a tiempo generarás un problema muy grande en tu departamento. Te juegas el puesto de trabajo.
Mientras lo imaginas, lógicamente, aparece la dichosa sensación.
Ahora imagina que el informe está prácticamente acabado y que lo único que te falta para poderlo entregar es rellenar una ficha con tus datos personales y firmar. Algo bien sencillo que puedes hacer en cinco minutos.
La entrega del informe sigue siendo igualmente urgente e igualmente importante, pero la sensación de «urgencia» desaparece.
¿Por qué? Sencillamente porque lo que estás sintiendo no es urgencia sino sensación de falta de control. Ahora sí que le hemos puesto el nombre correcto a la sensación.
Esa vibración tan molesta, que resuena en tu interior como los instrumentos del dentista en tu boca, que te impide ser tú mismo, que te impide funcionar en tu máximo nivel, es en realidad la sensación que se produce al pensar que no vas a llegar a tiempo para cumplir tus compromisos, urgentes, o no. Es sensación de falta de control.
Para identificar rápidamente si te encuentras centrado –o más bien descentrado–, el mejor indicador suele ser la presencia de esa sensación, una supuesta