Presencia y poder. Enric Lladó Micheli
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La dimensión emocional conecta directamente con la dimensión mental. Tus pensamientos, los objetos de tu mente, la agitación y el caos mental o, por el contrario, el orden y la claridad, se muestran claramente a través de tu presencia y además son el motor de tus emociones y de tus acciones.
Pero llegados a este punto, nos faltaría añadir una dimensión que para mí es de importancia capital para comprender la presencia en su totalidad: la dimensión espiritual. Una dimensión que se encuentra en contacto íntimo con la dimensión mental.
Si buscas en un diccionario la definición de «espíritu» y eliminas todas las acepciones de carácter religioso o esotérico, encontrarás que esta palabra sirve para designar el «para qué», la «razón última». Por ejemplo, el «espíritu de una ley» es la razón por la que esa ley fue escrita.
Pues bien, en la dimensión espiritual encontramos el «para qué» de todo lo que hacemos. Según cuáles sean tus razones para influir en cada momento, según cual sea tu «para qué», producirás una presencia más o menos poderosa, más luminosa o más oscura.
Figura 16. Las cuatro dimensiones de la presencia y del silencio.
Como tendrás oportunidad de descubrir, las cuatro dimensiones de la presencia están profundamente inter-relacionadas y se afectan mutuamente siguiendo una secuencia muy concreta y bien definida.
El trabajo sobre una de ellas facilita el trabajo sobre las demás. Un enfoque simultáneo en varias dimensiones genera alineamientos y sinergias muy valiosos.
A partir de ahora exploraremos la naturaleza de la presencia (y del silencio) en cada una de estas cuatro dimensiones.
En los capítulos venideros, indagaremos en qué consiste la presencia en estas cuatro dimensiones y cómo generarla. También cómo consolidarla. Esto te permitirá profundizar mucho más en algunos de los conceptos que hemos enunciado, comprenderlos realmente y poder trabajar así a diferentes niveles tu poder personal.
Lo normal será que descubras que hay alguna dimensión de las cuatro en la que te resulta más fácil desarrollarte. Empieza por ahí, permite que tu centro crezca en esa dimensión y de ese modo surgirá un polo de atracción, una inercia que te facilitará trabajar en las demás.
La cosa funciona de esta manera. El desarrollo de la presencia no se consigue esforzándose intensamente en las cuatro dimensiones. El que mucho abarca poco aprieta. Más bien la práctica me demuestra que se trata de empezar a fluir donde sea más fácil y permitir que desde allí, poco a poco, como en un baile, se acelere el crecimiento del centro de manera orgánica.
1 El vídeo se titula «Toro entra a plaza llena de estudiantes y no los ataca».
Capítulo segundo. El centro físico
Huevos fritos
Por fin estaba donde quería estar.
Los secretos de la alquimia me iban a ser desvelados. En esos fogones se habían elaborado los bocados más exquisitos. Sobre esa mesa, en esos papeles, se habían inventado las recetas más innovadoras y sorprendentes. Pura magia en boca que había conquistado los paladares más expertos y los mayores galardones de la cocina moderna.
Mis primeros días se limitaron a fregar platos, barrer y sacar la basura. A pesar de ello, estaba feliz. Aunque no tuve la oportunidad de ver al Chef en acción, podía sentir su presencia en cada plato que salía por la puerta, en la energía del lugar, en el modo en el que estaban colocadas todas y cada una de las piezas de menaje.
Mi entusiasmo con la basura debió conmover a más de uno porque rápidamente pude empezar a realizar labores de aprendiz. Al séptimo día –eran las cuatro de la noche– me quedé solo limpiando la cocina. Apareció el Chef, me puso la mano en el hombro y me dijo con una cálida sonrisa: «Buen trabajo. Me gusta como lo estás haciendo». Sin mediar más palabra se marchó comiendo unos pistachos.
Los siguientes cinco años fueron una experiencia que me resulta imposible describir con palabras. Aprendí lo que jamás creí que fuera capaz de aprender y lo hice a una velocidad vertiginosa. Todos sabían cocinar y además sabían enseñar. Eran auténticos maestros de la cocina.
Mi ascenso por la brigade fue igualmente rápido. Lo mejor de todo era que cuanta más responsabilidad tenía, más me relacionaba con el Chef y más aprendía.
Aquel hombre era un genio. No creaba recetas, hablaba recetas. Cada vez que abría el pico, surgía algo nuevo, delicioso y totalmente distinto a cualquier otra cosa que existiera. Lo hacía con la naturalidad del que no cree estar haciendo nada especial, del que simplemente se está limitando a hacer algo tan básico y natural como hablar en su propio idioma.
Pasaron los años. Acabé de sous-chef, su mano derecha.
Una noche, volviendo de una gala en la que recibió un prestigioso premio, nos fuimos al despacho de la cocina a tomar nota de unas ideas que habíamos tenido. Como siempre, nos pusimos hasta arriba de pistachos y, al recoger, mientras pasábamos la escoba, le pregunté:
–Chef… ¿cuál es tu secreto mejor guardado? ¿Qué es lo más importante que un chef debería saber?
Se quedó pensativo durante unos instantes. Finalmente, mirándome fijamente a los ojos, esbozó una leve sonrisa.
–No sé si realmente quieres saberlo… igual descubres que preferías no saberlo… Tampoco sé si te gustaría pagar el precio… igual no te hace mucha gracia…
–¡¡¿Cómo?!! ¡¡Estoy dispuesto a todo!!
–¿A todo?
–¡¡¡A todo!!!
–¿Seguro?
–¡¡¡Completamente!!
–¿Y necesitas que te lo cuente ahora mismo?
–¡¡¡Pues claro!!!
–Bien… Si es así, entonces sígueme.
Lo acompañé al sótano. Abrió la puerta de una cámara contigua a la bodega que, con excepción de algunos útiles de cocina, estaba vacía.
–¿Estás seguro de querer hacerlo?
Mi confianza en él era total.
–Por supuesto. ¡Qué pesado eres!
–Bien, entonces trae diez litros de agua y tres panecillos de los pequeños, los mini.
Mientras llevaba el agua y el pan, colocó una pila de mantas en la cámara.
–Pasa adentro –me dijo–. Si realmente quieres aprender lo más importante y lo quieres aprender de verdad, entonces tienes que quedarte aquí, con la puerta cerrada y no salir hasta que yo te lo diga. Solo puedes ir al baño de aquí al lado y asegurándote de que nadie te ve ni sabe que estás aquí.