Ingeniería gastronómica. José Miguel Aguilera
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Un mecanismo de control muy utilizado por la naturaleza es compartimentar a grupos de moléculas distintas que si estuvieran juntas reaccionarían a destiempo. También se suele mantener en forma pasiva a moléculas reactivas las que son activadas cuando es necesario. Este es el caso de las enzimas y los sustratos o moléculas específicas sobre los cuales estas actúan. En el interior de las células del ajo existen micro-compartimentos separados por finas membranas biológicas donde residen por un lado la enzima alinasa y por otro la aliína, una molécula inofensiva compuesta por aminoácidos. Al romper un diente de ajo se pierde la compartimentación y la enzima se pone en contacto con la aliína produciéndose la alicina, que da el olor pungente del ajo que todos reconocemos y apreciamos.
Si bien es cierto que comemos moléculas, ciertamente no las masticamos. En los alimentos encontramos a las moléculas formando parte de estructuras naturales en tejidos de plantas y animales, y en formas derivadas del procesamiento o la acción culinaria. Aunque el tema de la estructura de los alimentos se trata más adelante en varias secciones de este capítulo es pertinente referirse a cómo la naturaleza organiza las moléculas en complejas estructuras jerárquicas para que cumplan sus roles y, a su vez, cómo se derivan las propiedades culinarias de ellas. Se abordarán tres ejemplos: el almidón, las paredes celulares de plantas y los tejidos musculares (figura 2.1).
El almidón no es una molécula en sí, sino que es un minúsculo gránulo producto del ensamblaje de dos tipos de polímeros que tienen como monómero al azúcar glucosa: la amilosa, que tiene la forma de una hebra helicoidal y está compuesta por unas 200 a pocos miles de unidades de glucosa, y la amilopectina, que es una macromolécula ramificada en varios puntos y que puede llegar a tener varios miles de moléculas de glucosa. Como la función primordial del almidón es el almacenaje de energía, la naturaleza no se hace problema y compacta una gran cantidad de ambos tipos de moléculas en gránulos de almidón, donde se alternan capas cristalinas y ordenadas con otras desordenadas y amorfas (figura 2.1, izquierda). Al microscopio los gránulos de almidón son como pequeños granitos sólidos de tamaño máximo inferior al grosor de un pelo (figura 3.3). Todo el almidón que encontramos en la naturaleza está en forma de estos densos gránulos que miden desde 5 hasta aproximadamente 50 μm y varían en forma, desde redondos a elipsoidales. El almidón de la papa (chuño) o del maíz (maicena) se produce luego de una molienda y dispersión en agua, seguida por la centrifugación o filtración fina de la suspensión acuosa donde se separan los gránulos aprovechando las diferencias de densidad o sus tamaños, respectivamente. Un secado posterior da origen al almidón “en polvo” que se usa para diversos fines, desde hacer jarabes endulzantes hasta biocombustibles.
Cuando la naturaleza no puede derivar las cualidades deseables a partir de un solo material, lo combina con otros de manera que la estructura resultante tenga una propiedad superior a cada uno de los materiales por separado. En ingeniería se denomina compósito a una estructura que está formada por una matriz continua y tiene elementos dispersos que le proporcionan propiedades superiores. Un ejemplo son las planchas de plástico reforzadas con fibra de vidrio para una mayor resistencia y su analogía con las estructuras vivas son las paredes celulares de plantas. Los “ladrillos” de las estructuras vegetales son las células provistas de paredes celulares semi-rígidas (porque contienen agua) que circundan al citoplasma o todo el contenido interior de una célula, y dentro de este se encuentra una vacuola o globo que contiene una solución acuosa, ambos confinados por una membrana celular. Una célula vegetal mide unos 100 μm. La pared celular es un compósito donde una matriz amorfa es reforzada por moléculas de pectina (35%), celulosa (30%), hemicelulosas (20%) y algunas proteínas (figura 2.1, centro). Un cemento conocido como lámina media, mantiene unidas a células adyacentes por la parte externa de las paredes celulares, y juega un rol fundamental en el ablandamiento de los tejidos vegetales durante la maduración y la cocción.
FIGURA 2.1. Estructuras jerárquicas que dan origen a los gránulos de almidón, los vegetales y la carne. Partiendo de moléculas relativamente pequeñas la naturaleza fabrica progresivamente estructuras cada vez más complejas, que son básicas para entender el comportamiento de los alimentos durante el procesamiento y la cocción. Las dimensiones que se pueden leer en el eje vertical son muy aproximadas, y la escala cambia en un factor de un millón, desde 1 nanómetro (nm) a 1 milímetro (mm).
La celulosa es una cadena lineal de unidades de glucosa (¡igual que la amilosa del almidón!) pero pegadas con un enlace distinto que favorece la asociación lateral entre cadenas, formándose hebras largas y resistentes o fibrillas celulósicas de unos 3,5 nm de diámetro, que no se rompen fácilmente por calor ni por enzimas (figura 2.1 al centro). Esta propiedad de la celulosa permite a la naturaleza construir estructuras duras y resistentes como las cáscaras de las nueces. Las paredes de células vegetales van acumulando con el tiempo lignina, un polímero tridimensional en forma de malla que no es fácil de romper ni disolver y se asocia con la dureza del tejido. La lignificación se aprecia bien en los espárragos, que se vuelven más fibrosos y duros con el tiempo, e indirectamente en las legumbres viejas que no se suavizan durante la cocción (ver sección 3.8). Las paredes celulares de la madera contienen celulosa y lignina, ambas duras e indigestibles, pero que permiten a los árboles vivir muchos años y resistir los avatares de la naturaleza. Las células vegetales de productos frescos tienen la característica de ser células jóvenes con paredes celulares blandas (que forman parte posteriormente de la fibra dietética), y de estar hidratadas, donde los solutos presentes en el contenido acuoso de la vacuola ejercen una presión osmótica que es responsable de la turgencia de frutas y verduras. Se ha mencionado a la membrana celular que rodea al citoplasma. Las membranas biológicas son estructuras complejas que se autoensamblan formando una doble capa lipídica donde se insertan algunas proteínas. La naturaleza separa distintos compartimentos intracelulares por medio de estas membranas cuyo rol principal es controlar el transporte de moléculas desde y hacia el interior de los compartimentos. Mantener las membranas celulares es muy importante en aquellos alimentos que deben seguir realizando su metabolismo, como frutas y vegetales frescos, pues se destruyen fácilmente por el calor. Hay también una ventaja tecnológica en conservar las paredes celulares y membranas casi intactas en algunos procesos para que actúen como filtros moleculares. Este es el caso de la extracción de azúcar de la remolacha donde los tubérculos se cortan en forma de largos fideos que tienen en su interior muchas células intactas que dejan pasar sólo las moléculas de azúcar y retienen el material intracelular no deseado. Los “fideos” de remolacha extraídos se secan y son un buen alimento animal llamado coseta.
La estructura del músculo esquelético de los animales está formada por células alargadas o fibras musculares, que no poseen paredes celulares como las de plantas (figura 2.1, derecha). La capacidad de contracción de los tejidos musculares se basa en el ensamblaje de dos proteínas, la actina y la miosina que constituyen más del 20% de las células musculares, y que dan origen a estructuras jerárquicas a niveles superiores. Ambas proteínas en el interior de las células están inmersas en un fluido llamado sarcoplasma y se entrecruzan y deslizan entre sí en forma paralela para dar la capacidad al músculo de estirarse y contraerse. Las células musculares se agrupan en cilindros alargados llamados miofibrillas de 1 a 2 μm de diámetro, que posteriormente se ensamblan formando haces de fibras musculares hasta llegar al tejido completo. Los haces de fibras son fácilmente separados con la ayuda de un tenedor en pescados y carnes que han sido bien cocidos. Toda la estructura fibrilar del músculo se mantiene unida por envolturas de tejido conectivo, compuesto principalmente por la proteína llamada colágeno, las que confluyen en los tendones que unen al músculo con el hueso (figura 2.1, derecha arriba). El colágeno está formado por tres cadenas de proteínas enrolladas en forma de hélice y estabilizadas por uniones intermoleculares.