Cara a cara con Satanás. Teresa Porqueras Matas
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Antes de introducirnos en los casos y en las experiencias de vida de este exorcista del siglo XXI, debo indagar en la orden de los dominicos o, mejor dicho, en la llamada «Orden de Predicadores», una orden mendicante1 de la Iglesia católica a la que Juan José Gallego pertenece. Como fraile de dicha comunidad, el dominico ha realizado votos de castidad, obediencia y pobreza, renunciando a todo tipo de propiedades o bienes, ya sean personales o comunes, poniéndolos éstos, si existieran, a disposición de la comunidad religiosa. Cabe decir que la orden dominica se rige, desde su origen, por la llamada «Regla de San Agustín»2, como reflejo de la vida apostólica, para incidir sustancialmente en la austeridad de vida monacal.
1 Una Orden mendicante (del latín mendicare, pedir limosna) es un tipo de orden religiosa católica caracterizada por vivir de la limosna de los demás.
2 La Regla de San Agustín son las normas que el santo redactó para organizar la vida en comunidad. Entre ellas: la regulación de las horas canónicas, las obligaciones de los monjes y diversas cuestiones morales relacionadas con la vida monacal.
Juan José Gallego, como buen fraile dominico, cumple con agrado las tres máximas de la Orden de Predicadores: laudare, benedicere, praedicare3. Dichos vocablos latinos provienen directamente del lenguaje litúrgico, se relacionan entre sí y son absolutamente sinónimos, sintetizando en qué consiste el germen de la vida dominica. Laudare se vincula directamente con la celebración litúrgica y la oración que implicaría proclamar la alabanza de Dios, es decir, «alabar». Conjuntamente a la celebración de la liturgia y la lectura de la Palabra de Dios, se requiere que los frailes dominicos realicen oraciones privadas asiduamente, idea que se refleja en el término benedicere, «bendecir», también conocido como «mediación presbiteral». Por su parte, praedicare significa difundir y predicar el ministerio de la Palabra, concepto que daría sentido al nombre de la Orden: Orden de los Predicadores. Además, existen otros cuatro pilares que conforman las características fundamentales de los dominicos. Éstos son: el carácter docente y universitario, el marcado sentido apostólico y su vocación misionera; aspectos que resaltan sobremanera en la figura del dominico fray Juan José Gallego.
3 Laudare, benedicere y praedicare significa «alabar», «bendecir» y «predicar». Esta divisa se aplicó a la Orden desde sus primeros tiempos, como se ve en la obra del español fray Pedro Ferrand (1254-1258) en su Leyenda de Santo Domingo (n. 43 en Santo Domingo de Guzmán, BAC nº 490, Madrid: 1987. Pág. 827). Dichas tres palabras definen los elementos centrales del carisma dominico: la contemplación y la acción apostólica presbiteral.
En el Convento de Santa Catalina, al ser una comunidad, se deben cumplir ciertos deberes, como el horario para las comidas, las liturgias y los rezos, entre otros menesteres monacales. Las directrices y cuestiones administrativas caen en manos del prior, cargo trienal, y que actualmente ostenta fray Luis Carlos Bernal. Aparte, la orden dominica dispone de una serie de constituciones propias que rigen la comunidad desde su fundación por el clérigo burgalés Santo Domingo. Cuando le consulto al exorcista sobre dichas normas, el dominico me retrotrae al origen mismo de la Orden de Predicadores, allá por el siglo XIII, de la mano de este insigne personaje, Domingo Guzmán Garcés, (Caleruega, Castilla; 1170 – Bolonia, Sacro Imperio Romano Germánico, 6 de agosto de 1221) quien fue canonizado el 13 de julio de 1234.
Santo Domingo de Guzmán es la figura central de la Orden. El santo, nacido en Caleruega, una pequeña aldea burgalesa, fue un clérigo que decidió fundar la Orden de Frailes Predicadores en 1215, con la misión primordial de predicar y evangelizar sobre la palabra de Dios. Su predicación se basó en la fuerza de la oración y, ante todo, en el ministerio de la palabra4. Dicha iniciativa fue ciertamente muy novedosa en la época, pues hasta ese instante los religiosos solían residir en monasterios y entre sus deberes no se encontraba la predicación, función exclusiva hasta entonces de los obispos.
4 Evangelista Vilanova, teólogo reconocido y monje benedictino de la Abadía de Montserrat, explica así el proceder de Santo Domingo: «Domingo comprendió que toda crisis religiosa oculta un error de perspectiva, sabe que toda infidelidad nace de un error, y que un error no puede engendrar un amor auténtico por Cristo. El error está sobre todo en la inteligencia y, por tanto, solo una predicación de Jesucristo luminosa y doctrinal podrá iluminar las inteligencias e inflamar los corazones empedernidos; de ahí la predicación apologética, que implica la búsqueda de la verdad. Domingo habla en nombre de Cristo maestro y se convierte en anunciador de la palabra. Pero las ideas abstractas no convierten a las personas, si no se transfiguran en amor en el corazón del predicador y se vuelven visibles en su vida: la palabra debe ser propuesta como principio y método de vida, en el proceso completo de pensamiento y de acción. La imitación de Cristo y de los apóstoles exige la práctica de la misma vida de Cristo y de los apóstoles, la pobreza evangélica». Evangelista Vilanova, Historia de la Teología Cristiana. Desde los Orígenes al Siglo xv. Ed. Herder, Barcelona, 1987. Pág. 676.
El Santo burgalés se dedicó activamente a predicar la palabra de Dios en los territorios cátaros del sur de Francia donde se había implantado este creciente colectivo, también llamados albigenses5, practicantes de un nuevo concepto de religión que desde hacía un tiempo, y rápidamente, iba ganando terreno y más adeptos en la Europa medieval. Dicho movimiento espiritual supuso una amenaza grave contra la integridad de la religión católica de la época, ya que el catarismo6 se replanteaba y cuestionaba las bases en que se fundamentaba la Iglesia Católica, razones por las que fue considerado un movimiento hereje7.
5 En alusión a la ciudad francesa de Albi donde residían algunas de las mayores comunidades cátaras.
6 Movimiento que apareció en el siglo XII, encabezado por los llamados cátaros (llamados también albigenses). Poseían determinadas creencias que contrastaban radicalmente con la Iglesia Católica por la que fueron considerados herejes. El catarismo defendía una dualidad de dioses: Dios, creador de todas las cosas buenas y Satanás creador del mal y la maldad; no reconocían a la Virgen María ni aceptaban su culto; creían que el espíritu fue creado por la deidad buena mientras que la materia, incluso el cuerpo humano, fue creado por la deidad mala (el demonio); «Los perfectos» despreciaban el cuerpo, símbolo pecaminoso que abogaba por sí mismo al pecado, por ello era necesario purificarlo a través de una ascesis rigurosísima por lo que algunos perfectos morían de inanición; quienes practicaban el catarismo rechazaban el matrimonio; Cristo no era Dios ni tampoco hombre: era un ángel adoptado por Dios; Consideraban que la Iglesia Católica y los sacramentos eran unos instrumentos de corrupción. El movimiento en poco tiempo se convirtió en un arma política poderosa.
7 Se llama herejía a la negación pertinaz de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751). -CIC# 2089. La herejía es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364). Según la Iglesia, la herejía atenta contra la fe y contra el Primer Mandamiento, por tanto, se produciría una herejía cuando surge un juicio erróneo sobre verdades de fe definidas como tales.
En el siglo XIII, conjuntamente con la fundación de la Orden de Frailes Predicadores, también nacieron las monjas dominicas y la llamada «Milicia de Jesucristo», conocida como «Tercera Orden de la Penitencia de Predicadores», que vendría a ser la rama seglar de la organización. Hoy en día se la conoce con el nombre de «Orden seglar dominica», y sus miembros son seglares de la Orden de Predicadores.