Del amor y sus rostros. Emmanuel Buch
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Del amor y sus rostros - Emmanuel Buch страница 1
“El gran poder del reino de los cielos es el amor”[1]
Isaac de Nínive, siglo VII
“Cuanto más reflexiono en ello,
tanto más siento que lo supremamente
artístico es amar a la gente.”[2]
(Vincent van Gogh)
[1] Isaac de Nínive: El don de la humildad. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2014. Pg. 31.
[2] Vincent van Gogh: Cartas a Theo. Barcelona: Paidós, 2004. Pg. 295.
Para Bengin y su querida esposa, kurdos;
para Wali, Mina y la pequeña Shabnam,
afganos; y con ellos, los miles de refugiados
varados y olvidados en los infames
campamentos de esta Europa infame.
¡Cómo no pediros perdón!
Índice
2. “Ordo amoris”: Un camino más excelente
Apéndice: Violencia psicológica.
Apéndice: Responsabilidad en el personalismo comunitario
Apéndice 1: Pacto de Lausana (Suiza), julio de 1974.
Apéndice 2: Manifiesto de Manila (Filipinas), julio de 1989.
Apéndice 3: El compromiso de Ciudad del Cabo (Sudáfrica), 2010.
Como Aristóteles decía del ser, también el amor se nombra de muchas maneras, se da a conocer con muchos rostros que lo hacen visible, tangible, evidente. El amor se declina como respeto o como responsabilidad, por ejemplo. Amor que tiene su raíz en el Dios de Jesucristo, el Hijo del Hombre, por quien el amor se nos ha hecho próximo para ser vivido y para ser compartido.
Lejos de un supuesto amor metafísico, tan elevado que resulta inalcanzable, e igualmente distante de un amor de celuloide, genital pero no entrañable, el universo del amor iluminado por Dios abre a hombres y mujeres un amplio abanico de posibilidades reales, cotidianas, no por ello menos sublimes.
De ese amor y de algunos de sus rostros escribimos. Más por anhelo que por experiencia, más como esperanza futura que como realidad cumplida; siempre en deuda de afecto con las personas, no pocas, que nos han mostrado la fecundidad del amor que les habita, que lo han derramado generosa y gratuitamente sobre nuestra alma para hacerla menos árida.
1ªJuan 4,8
1. AMOR DIVINO. ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor de Dios? Hablamos de amor-dádiva, bien distinto de los amores-necesidad como el afecto (storgé), la amistad (philía) o el erotismo (éros), propios de la condición humana dado que nos necesitamos unos a otros. Las relaciones humanas no ignoran cierta medida de amor-dádiva, expresado por ejemplo en la capacidad de generosidad y sacrificio de una madre hacia su hijo. Pero cuando hablamos propiamente de amor-dádiva sólo podemos referirlo al amor que Dios ha manifestado a la humanidad en su Hijo Jesucristo, amor enteramente desinteresado o, si quiere decirse así, un amor cuya única necesidad es dar y darse.[1]
¿De qué hablamos cuando hablamos del amor de Dios? Hablamos de “agápe”, un término que en el Nuevo Testamento aparece casi siempre referido a las relaciones entre Dios y el ser humano. El apóstol Pablo ofrece en 1ª Corintios 13, no una mera exhortación ética dirigida a los cristianos, sino una descripción del “agápe”: el modo divino de amar. Del mismo modo, el apóstol Juan muestra el carácter y la voluntad de Dios en torno a la palabra “agápe”: amor sacrificial, compasivo y capaz de perdonar, siempre y pese a todo. Este amor “nunca deja de ser” (1ªCor.13,8).
¿De qué hablamos cuando hablamos de amor de Dios? Hablamos del amor que Dios nos regala a todos en Jesucristo (1ªJn.4,8b-10). Las banderas representan esencias: de naciones, ideologías, sentimientos … ¿Qué bandera puede representar lo que Dios siente hacia todos los seres humanos sin excepción? “Su bandera sobre mí fue amor” (Cant.2,4b) “Sobre mí enarboló su bandera de amor” (NVI).
¿De qué hablamos, pues, cuando hablamos de amor? Hablamos de un prodigio que tiene su raíz más profunda en Dios. En última instancia todo amor genuino posee un anhelo de perfección infinito, una tendencia esencialmente ilimitada: “Dios y sólo Dios puede ser la cúspide de esta arquitectura gradual y piramidal del reino de lo amable; y al mismo