Alameda 54. Irene Estrada
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—No tengo hijos —continué— ni casa propia, ni horario, ni casi amigos; mi madre está en una residencia y a veces me despierto por la noche preguntándome si hago bien teniéndola allí. No he sacrificado mi vida para ir detrás de cuatro chorizos y ejecutar desahucios o montarles la guardia pretoriana a personajes a los que nadie amenaza, sino para atrapar a cabrones como este, hacer justicia a mujeres como Carla Echevarría y dejar este mundo un poco mejor que lo encontré. Es el momento de decidir, de jugársela o de echar tierra al asunto y yo quiero ir adelante, demostrar quién era Palacios, quiénes eran sus amigos, quién le ayudaba, si la mató, por qué y cómo. Detrás de él hay una trama mafiosa que le proporcionó los sicarios, quizás la misma que le proporcionaba las chicas. Podemos identificarlos y ellos nos llevarán a sus jefes.
—¿Cómo? No tenemos nada, ni testigos, ni informes de balística, ni huellas. Nada.
—Tenemos el ADN de uno de ellos. Llamé a Peris, el forense con el que hemos trabajado otras veces, y le pedí que hiciera la prueba de las muestras de sangre que hallamos en el piso. Una es de la víctima, otra de Ángeles Julve, el resto de una persona desconocida: uno de los asesinos. Quizás caigan un montón de peces todavía vivos, tiburones y de los grandes, quizás él solo era un gancho, quizás no tenía nada que ver, pero en ese caso habría que descartarlo y buscar de nuevo. Es nuestra ocasión, esto o cortarnos la coleta. No tendremos otro asunto igual. La juez quiere llegar hasta el final, tenemos a nuestro lado hasta a Amnistía Internacional, los tiempos han cambiado.
—Pero no tanto, falta nos van a hacer si seguimos adelante. Ella está muerta, ya no tiene remedio. El doctor la mató y luego se suicidó. Hay indicios y muchos precedentes. La ruina económica es una de las principales causas de suicidio en los varones adultos, eso dicen los psicólogos. Con esto se cierra el caso. Ya es el momento de empezar una nueva vida. Quizás buscar un destino más cómodo, Asturias, Extremadura, allí nunca pasa nada, la cárcel de Badajoz está medio vacía. Hay ciudades que no están solicitadas, dicen que son aburridas, pero nosotros ya hemos tenido bastante diversión. Aún puedo tener hijos, un huerto y una vida tranquila, sin miedo a que el teléfono suene de madrugada. Lo quiero y lo quiero contigo, piénsalo.
—No tengo nada que pensar, está decidido. Resolvemos este caso y asumimos las consecuencias. Podemos rehacernos fuera si nos echan o nos hacen la vida imposible. Quiero llegar hasta el final y la jueza también. Esta es la ocasión de hacer aquello para lo que entramos en la Escuela de Policía.
—¿El informe del forense es escrito o verbal?
—Verbal por el momento, aún no ha mandado el escrito.
—Hablemos esto fuera
—Dentro de cinco minutos tengo citado al psicólogo de la Clínica Fedora, no sé a qué hora acabaré, mañana tengo a la enfermera. ¿Quedamos el sábado?
—¿A las diez en tu casa?
—De acuerdo.
CAPÍTULO 6
«Solo pueden perdonarse los pecados en la confesión si se repara el daño. De lo contrario no es válida y es una burla del sacramento»
JUAN PABLO II
Sin esperarlo, Marcos García se vio envuelto en uno de los peores embrollos en los que el afán de dinero y la falta de escrúpulos metieron al doctor Palacios. Fue la única vez que estuvo cerca de la cárcel. Hubo un proceso y el nombre del psicólogo sonó insistentemente como colaborador necesario y cómplice, pero fue absuelto por falta de pruebas. La inspectora decidió interrogarlo como testigo del episodio que más enemigos le había creado a Palacios.
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