Recibiendo a Jesús. Mariann Edgar Budde
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Si somos honestos, muchos de nosotros nos sentimos insuficientes con relación a las disciplinas de nuestra fe. Yo me siento así. Pero aquí hay algo para recordar sobre las prácticas espirituales: ellas no son labores trabajosas o ejercicios para mantenernos en forma espiritual. En palabras de la monja benedictina Joan Chittister: “Una relación con Dios no es algo que se logra.” Por el contrario, escribe ella: “Dios es una presencia a la cual podemos responder.” Tampoco es que la vida espiritual está separada del reto de nuestras vidas. Por el contrario, ella es “una forma de ser en el mundo que está abierta a Dios y a los demás.”5 Las prácticas espirituales nos ayudan a abrirnos a la presencia de Dios.
Las siete prácticas del Camino del Amor no son, en su mayor parte, gestos dramáticos, sino pasos pequeños que tomamos, cuyo impacto será sentido con el tiempo. Este tampoco es un programa diseñado explícitamente para arreglar los retos que enfrentamos como iglesia en declive institucional. No hay garantía de que podamos revertir la tendencia a la disminución de la membresía, ni siquiera si cada episcopal decide seguir el Camino del Amor. Pero por otra parte, si nunca nos relacionamos con estas prácticas o con otras como estas, quizás no tengamos una iglesia que valga la pena salvar. La iglesia no es un edificio, una institución o una pequeña comunidad desesperada por sobrevivir. La iglesia es, como al obispo presidente le gusta recordarnos, la reunión del pueblo que ha escuchado el llamado de seguir a Jesús en su camino de amor por el mundo, persona a persona, comunidad a comunidad.
Las siete prácticas
La primera práctica en una vida centrada en Jesús es cambiar—cambiar nuestra mirada, nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestra atención hacia Jesús. Así de simple como suena, esta es la práctica fundacional ya que hace referencia a la primera decisión consciente que hacemos, o que debemos hacer, para ser un seguidor de Jesús. Cambiar también describe la decisión diaria de enfocar nuestra atención en Jesús, pidiendo por su guía y gracia.
La segunda práctica es aprender, comprometernos cada día a algún tipo de aprendizaje leyendo la Biblia o escuchando un material devocional enfocado en las enseñanzas de Jesús. Muchas veces el proceso de aprendizaje incluye un compromiso profundo a través de clases o estudio. Otras veces, es un encuentro pequeño y diario con fuentes de sabiduría e inspiración. Lo que más importa aquí no es la cantidad de lo que aprendemos, sino el compromiso constante de adquirir un poco de conocimiento cada día.
La tercera práctica es orar, la cual fluye naturalmente de la primera y segunda, aunque se sostiene por sí misma. Oramos todo el tiempo y en todo lugar. Yo me he dado cuenta que sentándome en el mismo lugar cada día, aunque sea por unos pocos minutos, tiene un impacto sencillo pero poderoso en mi vida. Este es un tiempo para ordenar y asentar mis pensamientos, así como el agua turbia se asienta en la tranquilidad y permite que emerja algo de claridad. Este es un tiempo para hablar a Dios con el corazón, frecuentemente con miradas y no con palabras. Y es también un tiempo para escuchar. Quizás no escuchamos nada en el silencio, pero podríamos. Y nunca escucharemos nada de Dios si no tomamos el tiempo para escuchar.
En términos de tiempo, podemos comprometernos a cambiar, a aprender y a orar cada día por al menos quince minutos cada día. Siempre podemos pasar más tiempo, pero el beneficio viene del hábito de separar un tiempo, no importa cuánto tiempo. Es mejor comenzar con poco.
La cuarta práctica, adorar, nos lleva de lo personal a lo colectivo. Seguir a Jesús es una tarea comunitaria y no podemos crecer en los caminos del amor por nosotros mismos. Somos alimentados en la fe a través de la adoración mientras oramos, cantamos juntos y nos abrimos a los misterios del sacramento. El teólogo Norman Wirzba escribió: “La iglesia es en su mejor momento como una escuela que entrena personas en el camino del amor, una escuela inusual que dura toda una vida y de la cual nunca nos graduamos realmente.”6 Somos aprendices unos de otros en la comunidad cristiana y juntos experimentamos la presencia de Cristo.
La quinta práctica, bendecir, nos hace salir de nosotros mismos y de la iglesia y nos coloca en el mundo que nos rodea. Bendecir, es decir, pronunciar palabras de bondad y afirmación, es la más amorosa y subestimada de las prácticas espirituales. El autor y poeta celta John O’Donohue describe el bendecir como una forma de arte perdida. “El mundo puede ser cruel y negativo”, escribe él, “pero si nos mantenemos siendo generosos y pacientes, la bondad se revelará inevitablemente. Algo profundo en el alma humana parece depender de la presencia de la bondad; algo instintivo en nosotros lo espera, y una vez que lo sentimos, somos capaces de confiar y abrirnos.”7 Cada día recibimos innumerables oportunidades para hablar con bondad en la vida de otra persona, de ofrecer una palabra de esperanza en tiempos de incertidumbre.
La sexta práctica, ir, es para muchos la práctica más desafiante. Esta es un llamado a cruzar las fronteras de nuestra familiaridad con vistas a comprender mejor la experiencia de los otros. El gran reformador de la justicia criminal de nuestro tiempo, Bryan Stevenson, habla de estar cerca del sufrimiento, de aproximarnos a aquellos que cargan la peor parte de las enfermedades de nuestra sociedad y de conocerlos como vecinos y amigos.8 Caminar el camino del amor requiere nuestra presencia en aquellos lugares donde el amor es más necesitado.
La práctica final, descansar, es otra con la que muchos tienen dificultades y puede ser la más contracultural en nuestro tiempo. Porque somos mortales, nuestras almas y cuerpos son restaurados a través del descanso. Descansar es recordar que no estamos solos y que todo no depende de nosotros. Podemos poner a un lado nuestras cargas y hacer espacio en nuestras vidas para la renovación y para cosas que nos dan gozo. Las escrituras nos enseñan que el sabbath no es algo que merecemos, sino más bien un derecho como hijos e hijas de Dios.
Siete parece ser un número desalentador de prácticas espirituales, y puede serlo si la meta es marcarlas como cumplidas cada día, como tareas de una lista espiritual de lo que nos falta por hacer. He encontrado útil reflexionar sobre las siete prácticas durante la semana, el mes, o incluso durante una temporada de mi vida. Podemos ser atraídos, por nuestro bien, a una temporada de aprendizaje ya que podemos sentir una fuerza interna que va más allá de nosotros de forma pequeña o significativa. Al principio, quizás te preguntes: ¿Cuáles de las siete prácticas son más fáciles para ti? ¿Con cuál de ellas pasas más trabajo? ¿Existe una que te habla con más urgencia, algo que tu vida necesita ahora mismo?
El propósito de estas prácticas intencionales es abrirnos a la experiencia de Jesús en nosotros. A menudo pensamos que la fe cristiana es una obligación o una lista de creencias que debemos cumplir. Existen obligaciones y creencias, pero si nos estancamos en ellas, podemos perder la visión o nunca experimentar lo que es más importante. La invitación de Jesús es a experimentar una relación amorosa y personal con Dios. No importa nuestras luchas y dudas, no importa nuestros pecados pasados o fallas constantes, siempre podemos confiar en nuestra relación con Dios. En Dios podemos encontrar refugio y tierra segura.
El Camino del Amor es un peregrinar de toda una vida. Es una forma de conocer a Dios mientras