La chica del milagro. Cecilia Fanti
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Читать онлайн книгу La chica del milagro - Cecilia Fanti страница 4
El policía lo miró. Señaló en dirección a uno de los patrulleros.
—Ese hombre que está hablando con mi compañero es el que atropelló a su hija, pero tranquilo, ella estaba bien y ya se la llevó la ambulancia al Pirovano.
Uno, dos, tres, cinco pasos con calzado diferente y sobre el empedrado, Felipe se acercó, pasó por entremedio del policía y el conductor del auto. No hay que saber nada de boxeo para golpear a alguien y que le duela, lastimarlo sin técnica pero con sentimiento. Al primer golpe, la policía lo separó. Le pidió que se tranquilizara. Papá sintió que podía matar a ese tipo, que tenía las fuerzas para hacerlo.
—Me voy al hospital. Hijo de re mil putas.
El policía lo miró y le recomendó volver a la casa, ducharse, tranquilizarse, tratar de comunicarse con alguien.
Papá bajó la cabeza y entendió. Caminó por Cuba hasta Blanco Encalada, volvía a su casa pero no pensaba bañarse ni cambiarse. Decidió esperar a que sonara el teléfono y mamá le diera noticias. No prendió las luces ni se preparó el mate. Se acostó vestido en el colchón con el teléfono en la mano. No aguantó y se paró. Prendió el teléfono, verificó que tuviera tono, volvió a la cama y cerró los ojos.
Papá no iría al sanatorio en ningún momento. Mamá lo definiría en un lugar entre la fobia y la pelotudez.
4
Una médica con rasgos orientales mira mi primera radiografía con el mismo interés con el que uno hojea las revistas dominicales durante el desayuno del lunes. Me dicen que me duele porque los golpes duelen. Según ellos no tengo nada. Ellos se dicen entre sí que no tengo nada. Los escucho desde la mesa de acero de la sala. La radióloga necesita que me saquen de ahí. Hay otros accidentados, otras personas esperando. Dicen que no tienen camillas disponibles. Les pido que por favor no lo hagan, no me creo capaz en ese momento, pero igual me sientan en una silla de ruedas para llevarme a una salita. Acá te va a buscar tu prepaga pero en serio, no es nada, dicen. Les vuelvo a decir que me duele mucho todo y me repiten con sapiencia galena que es porque los golpes duelen.
—Analgésico, cuidadito y vas a estar como nueva.
5
Politraumatismo significa muchos golpes. La paciente ingresó en el sanatorio a las 10:15 am con un cuadro de politraumatismo producto de un accidente de tránsito. La paciente está lúcida y acusa dolor en la espalda. La paciente está bien. Se sigue un protocolo de estudios de rutina y observación. La paciente, yo soy la paciente y estoy esperando entrar en su rutina que no es la mía. La mía quedó trunca cuando volé por el aire. La paciente está bien, aunque golpeada, muy golpeada. Por eso politraumatismo. Por eso duele en muchos lugares, pero duele más en uno que en otros. Ingreso en la rutina del sanatorio, una mañana excepcional. Para mí, para la paciente que esperaba estar sentada al costado de la escalera. Donde colocaron su escritorio cuando entró en su nuevo trabajo. Transitorio, hasta que le encuentren un lugar más adecuado. La paciente no llegó. Yo no llegué al trabajo en la editorial, mi trabajo nuevo, recién estrenado y a prueba por tres meses. La paciente está bien. Responde. La paciente está angustiada. Pero eso no sale en los estudios. ¿Cómo te llamás? Me llamo Cecilia. La paciente, yo, que soy la paciente, entonces, tengo un nombre. Cecilia. Mi nombre es Cecilia, mi mamá, que me lo puso, está atrás de esa puerta por la que solo entran médicos, enfermeros y pacientes. Ella es mamá, la mamá de la paciente y entonces está del otro lado. Ella puede dar fe. Pero yo, la paciente, no la escucho. Mi mamá está lejos. Del otro lado. Afuera. Sana. La enfermera me dice mami. Mami. A mí. Corazón. Ayudame un poquito ma, eso, despacito. La paciente colabora. Yo. Me dejo bajar las medias cancan. La paciente no puede moverse. La paciente tiene sed. Tiene necesidades. También quiere hacer pis. Y moverse, pero no puede. Entonces se queda quieta. A pesar suyo. Me quedo quieta y pregunto si puedo hacer pis, pero no me dejan. La paciente no puede hacer nada por su propia voluntad. Los demás deciden por ella. Los zapatos de la paciente, rojos, terminan en una bolsa blanca. Mami, me dice la enfermera, mamita decime tu nombre así rotulamos la bolsa. Cecilia. Me llamo Cecilia. Soy la paciente. Bueno, Cecilia, podés estar tranquila que nadie va a tocar tus cosas. Y los zapatos caen en la bolsa blanca. Los zapatos rojos y la bolsa blanca. La bombacha y las medias cancan, arriba de los zapatos. En la misma bolsa. La bolsa es la guardia. La guardia médica es la bolsa en la que caemos todos. Una bolsa negra y resistente. Un bolsón, oscuro como el interior de cualquier bolsa. La bolsa o la vida. La guardia y la vida. La vida que se juega en la guardia. La mía. Sonidos, alarmas y gritos de guardia. Nadie permanece en la guardia. Nadie permanece. Volver a tu casa no es una opción. Te quedás adentro. O podés perderte en los pasillos. Te hacen circular. La paciente no puede circular sola. Y el sanatorio tiene un protocolo. La paciente se deja llevar y traer, siempre horizontal. Ascensores, pasillos, consultorios. La tomografía asustó a todo el personal, la paciente llora, está asustada, está rota. Ella dijo que le dolía. Ahora entienden todos. Menos la paciente que sigue el recorrido por el sanatorio. Se abren puertas, y espera. Se cierran puertas. La paciente espera. El camillero espera, el médico está ocupado. Unos minutitos y el gel de la ecografía es frío, afuera hace frío, es invierno, las costillas están todas, están enteras. Pero todavía no podés hacer pis. Riñones, OK, bazo, OK, el sistema hepático funciona correctamente. La paciente siente que se vacía. Hace pis aunque no lo sabe, le pusieron una sonda, un cañito. La canilla que va desde su vejiga hasta una bolsa. No gotea, no hay papel higiénico, no hace pis, el pis sale.
Entonces el paseo sigue en silencio y te ingresan. Te preparan una habitación, que no es tuya. Tu habitación está en otro barrio, a kilómetros de distancia, la cama sin hacer, el excedente de talco que pusiste en los zapatos sobre el parquet. Una taza y una cuchara en la pileta, sin lavar porque no hubo tiempo. Te dicen que vos vas a tener una habitación. No compartís con nadie. Pero eso significa que quedaste adentro. No encontraste la salida. Perdiste. Politraumatismo. Muchos golpes. Después dirán, también, muchos traumas. Tu habitación es un misterio. Tu habitación fue de otro, y quién sabe qué fue de ese otro. Pero es como si no hubiese habido nadie. La habitación no huele a nada. Está esterilizada, preparada para recibirte. Sutil. Te abraza en silencio. Hay lugares que no dicen nada. La habitación no habla de mí. Es tan impersonal como la de un hotel. Pero ahora es mía, por el tiempo que me digan. Porque yo no digo, no importa lo que digo. Respondo siempre, eso sí. Porque la paciente está lúcida y responde. Se ubica en tiempo y espacio. Estoy en un sanatorio, hoy es lunes, el día está nublado y me duele el cuerpo. En especial la espalda. Y el culo. El culo más o menos. ¿Más o menos que qué? Más o menos que la espalda. Distinto. Duele más o menos distinto, pero duele igual. Duele. La paciente tiene que ser más específica. Específicos son los estudios, la paciente no sabe. Pero responde porque le preguntan y porque es educada aunque solo quiera llorar, y callarse y curarse. Estar curada. No estar en la guardia, no estar en guardia. No estar guardada. Dice que no le duele la cabeza. Ellos ya lo saben. No hay golpes ahí.
6
El médico de la guardia me grita que tengo por lo menos una vértebra fracturada. Tiene la tomografía apretada en la mano. No se ve bien, no es exacta. Les grita a los otros médicos y a las enfermeras. Me acerca demasiado su cara y veo que tiene un lunar verrugoso que hace juego con su boca, demasiado grande, demasiada encía, dientes pequeños. Me grita sobre la cara. Grita las palabras una atrás de la otra, lentas, para que yo lo entienda.
ES UNA URGENCIA ES MUY GRAVE
¿CÓMO TE SENTÍS?
Mueve los brazos con desesperación. Quiero ver a mi mamá pero no me deja. Nadie que no sea paciente o médico puede estar en la guardia.
Grita que me pongan la tabla, rápido, de nuevo bajo la espalda, que solo me toquen