Cómo beneficiarse de la palabra. A. W. Pink

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Cómo beneficiarse de la palabra - A. W. Pink

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conocido el «verdadero Dios». Esto se afirma claramente en 1ª Juan 5:20: «Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna.» Sí, un «conocimiento», un conocimiento espiritual, debe sernos dado por una nueva creación, antes de que podamos conocer a Dios de una manera espiritual.

      Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconocen totalmente la multitud de miembros de nuestras iglesias. La mayor parte de la «religión» de estos días no consiste en nada más que unos retoques al «viejo Adán». Es simplemente adornar sepulcros llenos de corrupción. Es una forma externa. Incluso cuando hay un credo sano, la mayoría de las veces no se trata de nada más que de ortodoxia muerta. No hay por qué maravillarse de esto. Ha ocurrido ya antes. Ocurría cuando Cristo se hallaba sobre la tierra. Los judíos eran muy ortodoxos. Al mismo tiempo estaban libres de idolatría. El templo se levantaba en Jerusalén, se explicaba la Ley, se adoraba a Jehová. Y sin embargo Cristo les dijo: «El que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis» (Juan 7:28). «Ni a Mí me conocéis, ni a mi Padre; si a Mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais» (Juan 8:19). «Mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis» (Juan 8:54, 55). Y notémoslo bien, ¡esto se dice a un pueblo que tenía las Escrituras, las escudriñaba diligentemente y las veneraba como la Palabra de Dios! Conocían a Dios muy bien teóricamente, pero no tenían de Él un conocimiento espiritual.

      Tal como ocurría en el mundo judío lo mismo ocurre en la Cristiandad. Hay multitudes que «creen» en la Santísima Trinidad, pero están por completo desprovistos de un conocimiento sobrenatural o espiritual de Dios. ¿Cómo podemos afirmar esto? De esta manera: el carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la naturaleza del agua nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural resulta en un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón, revoluciona y transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede producir, más aún, lo que es directamente contrario a ella. Y esto se puede notar que está ausente de la vida del 95 % de los que ahora profesan ser hijos de Dios. No hay nada en la vida del cristiano típico, o sea la mayoría, que no se pueda explicar en términos naturales. Pero el Hijo de Dios auténtico es muy diferente. Este es, en verdad, un milagro de la gracia; es una nueva criatura en Cristo Jesús» (2ª Corintios 5:17). Su experiencia, su vida es sobrenatural.

      La experiencia sobrenatural del cristiano se ve en su actividad hacia Dios. Teniendo en sí la vida de Dios, habiendo sido hecho «partícipe de la divina naturaleza» (2ª Pedro 1:4), ama por necesidad a Dios, las cosas de Dios; ama lo que Dios ama; y, al contrario, aborrece lo que Dios aborrece. Esta experiencia sobrenatural es obrada en él por el Espíritu de Dios, y esto por medio de la Palabra. Por medio de la Palabra vivifica. Por medio de la Palabra redarguye de pecado. Por medio de la Palabra, santifica. Por medio de la Palabra, da seguridad. Por medio de la Palabra hace que aumente la santidad. De modo que cada uno de nosotros puede dilucidar la extensión en que nos aprovecha su lectura y estudio de la Escritura por los efectos que, por medio del Espíritu que los aplica, produce en nosotros. Entremos ahora en detalles.

      Aquel que se está beneficiando de las Escrituras tiene:

       1. Una noción más clara de los derechos de Dios.

      Entre el Creador y la criatura ha habido constantemente una gran controversia sobre cuál de ellos ha de actuar como Dios, sobre si la sabiduría de Dios o la de los hombres deben ser la guía de sus acciones, sobre si su voluntad o la de ellos tiene supremacía. Lo que causó la caída de Lucifer fue el resentimiento de su sujeción al Creador: «Tú decías en tu corazón: Subiré al cielo; por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono... y seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:13, 14). La mentira de la serpiente que engañó a nuestros primeros padres y los llevó a la destrucción fue: «Seréis como dioses» (Génesis 3:5). Y desde entonces el sentimiento del corazón del hombre natural ha sido: «Apártate de nosotros, porque no queremos conocer tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos?» (Job 21:14, 15). «Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios por nosotros; ¿quién va a ser amo nuestro?» (Salmo 12:4). «Somos libres; nunca más vendremos a ti?» (Jeremías 2:31).

      El pecado ha excluido a los hombres de Dios (Efesios 4:18). El corazón del hombre es contrario a Él, su voluntad es opuesta a la suya, su mente está en enemistad con Dios. Al contrario, la salvación significa ser restaurado a Dios: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1ª Pedro 3:18). Legalmente esto ya ha sido cumplido; experimentalmente está en proceso de cumplimiento. La salvación significa ser reconciliado con Dios; y esto implica e incluye que el dominio del pecado sobre nosotros ha sido quebrantado, la enemistad interna ha sido destruida, el corazón ha sido ganado por Dios. Esta es la verdadera conversión; es el derribar todo ídolo, el renunciar a las vanidades vacías de un mundo engañoso, tomar a Dios como nuestra porción, nuestro rey, nuestro todo en todo. De los Corintios se lee que «se dieron a sí mismos primeramente al Señor » (2a Corintios 8:5). El deseo y la decisión de los verdaderos convertidos es que «ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos» (2ª Corintios 5:15).

      Ahora se reconoce lo que Dios reclama. Cuando se admite su legítimo dominio sobre nosotros, se le admite como Dios. Los convertidos «se presentan a sí mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros, como instrumentos de justicia» (Romanos 6:13). Esta es la exigencia que Él nos hace: el ser nuestro Dios, el ser servido como tal por nosotros; para que nosotros seamos y hagamos, absolutamente y sin reserva, todo lo que Él requiere, rindiéndonos plenamente a Él (ver Lucas 14: 26, 27, 33). Corresponde a Dios, como Dios, el legislar, prescribir, decidir por nosotros; nos corresponde a nosotros como un deber el ser regidos, gobernados, mandados por Él a su agrado.

      El reconocer a Dios como nuestro Dios es darle a Él el trono de nuestros corazones. Es decir, en el lenguaje de Isaías 26:13: «Jehová nuestro Dios, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros; pero en ti solamente nos acordaremos de tu nombre.» «Oh, Dios, mi Dios eres tú; de madrugada te buscaré» (Salmo 63:1). Ahora bien, nos beneficiamos de las Escrituras en proporción a la intensidad con que esto pasa a ser nuestra propia experiencia. Es en las Escrituras, y sólo en ellas, que lo que Dios exige se nos revela y establece, somos bendecidos en tanto obtenemos una clara y plena visión de los derechos de Dios, y nos rendimos a ellos.

       2. Un temor mayor de la majestad de Dios.

      «Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de Él todos los habitantes del mundo» (Salmo 33:8). Dios está tan alto sobre nosotros que el pensamiento de su majestad debería hacernos temblar. Su poder es tan grande que la comprensión del mismo debería aterrorizarnos. Dios es santo de modo inefable, su aborrecimiento al pecado es infinito, y el solo pensamiento de obrar mal debería llenarnos de horror. «Dios es temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de Él» (Salmo 89:7).

      «El temor de Jehová es el principio de la sabiduría» (Proverbios 9:10) y «sabiduría» es un uso apropiado del «conocimiento». En tanto cuanto Dios es verdaderamente conocido será debidamente temido. Del malvado está escrito: «No hay temor de Dios delante de sus ojos» (Romanos 3:18). No se dan cuenta de su majestad, no se preocupan de su autoridad, no respetan sus mandamientos, no les alarma el que los haya de juzgar. Pero, respecto al pueblo del pacto, Dios ha prometido: «Y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de Mí» (Jeremías 32:40). Por tanto tiemblan ante su Palabra (Isaías 66: 5) y andan cuidadosamente delante de Él.

      «El temor de Jehová es aborrecer el mal» (Proverbios 8:13). Y otra vez: «Con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal» (Proverbios 16:6). El hombre que vive

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