Cómo beneficiarse de la palabra. A. W. Pink

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Cómo beneficiarse de la palabra - A. W. Pink

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El que se abstiene de cometer algunos pecados porque los ojos de los hombres están sobre él, pero no vacila en cometerlos cuando está solo, carece del temor de Dios. Asimismo el hombre que modera su lengua cuando hay creyentes alrededor, pero no lo hace en otras ocasiones carece del temor de Dios. No tiene una conciencia que le inspire temor de que Dios le ve y le oye en toda ocasión. El alma verdaderamente regenerada tiene miedo de desobedecer y desafiar a Dios. Ni tampoco quiere hacerlo. No, su deseo real y profundo es agradar a Dios en todas las cosas, en todo momento y en todo lugar. Su ferviente oración es: «Afianza mi corazón para que tema tu nombre » (Salmo 86:11).

      Incluso el santo tiene que ser enseñado a temer a Dios (Salmo 34:11). Y aquí, como siempre es por medio de la Escritura que se da esta enseñanza (Proverbios 2:5). Es a través de las Escrituras que aprendemos que los ojos de Dios están siempre sobre nosotros, notando nuestras acciones, pesando nuestros motivos. Cuando el Santo Espíritu aplica las Escrituras a nuestros corazones, hacemos más caso de la orden: «Permanece en el temor de Jehová todo el día» (Proverbios 23:17). Así que, en la medida en que sentimos temor ante la tremenda majestad de Dios, somos conscientes de que «Tú me ves» (Génesis 16:13), y «procuramos nuestra salvación con temor y temblor» (Filipenses 2:12), nos beneficiamos verdaderamente de nuestra lectura y estudio de la Biblia.

       3. Una mayor reverencia a los mandamientos de Dios.

      El pecado entró en el mundo cuando Adán quebrantó la ley de Dios, y todos sus hijos caídos fueron engendrados en su corrupta semejanza (Génesis 53). «El pecado es la transgresión de la ley» (1ª Juan 3:4). El pecado es una especie de alta traición, una anarquía espiritual. Es repudiar el dominio de Dios, el poner aparte su autoridad, la rebelión contra su voluntad. El pecado es imponer nuestra voluntad. La salvación es la liberación del pecado, de su culpa, de su poder, así como de su castigo. El mismo Espíritu que nos hace ver la necesidad de la gracia de Dios nos hace ver la necesidad del gobierno de Dios para regirnos. La promesa de Dios a su pueblo del pacto es: «Pondré mis leyes en la mente de ellos, y las inscribiré sobre su corazón y seré a ellos por Dios» (Hebreos 8:10).

      A cada alma regenerada se le comunica un espíritu de obediencia. «El que me ama mi palabra guardará» (Juan 14:23). Aquí está la prueba: «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.» (1ª Juan 2:3). Ninguno de nosotros los guarda perfectamente; con todo, cada cristiano verdadero desea y se esfuerza por hacerlo. Dice con Pablo: «Me deleito en la ley de Dios en el hombre interior» (Romanos 7:22). Dice con el salmista: «He escogido el camino de la verdad», «Tus testimonios he tomado por heredad para siempre» (Salmo 119:30,111). Y toda enseñanza que rebaja la autoridad de Dios, que no hace caso de sus mandamientos, que afirma que el cristiano no está, en ningún sentido, bajo la Ley, es del Demonio, no importa cuán lisonjeras sean sus palabras. Cristo ha redimido a su pueblo de la maldición de la Ley, y no de sus mandamientos: Él nos ha salvado de la ira de Dios, pero no de su gobierno. El mandamiento «Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón» no ha sido abolido todavía.

      1ª Corintios 9:21 afirma de manera explícita que estamos «bajo la ley de Cristo». «El que dice que está en Él, debe andar como Él anduvo» (1ª Juan 2:6). Y, ¿cómo anduvo Cristo? En perfecta obediencia a Dios; en completa sujeción a la ley, honrándola y obedeciéndola en pensamiento, palabra y hecho. No vino a destruir la Ley, sino a cumplirla (Mateo 5:17). Y nuestro amor a Él se expresa no en emociones placenteras o palabras hermosas, sino guardando sus mandamientos (Juan 14:15), y los mandamientos de Cristo son los mandamientos de Dios (véase Éxodo 20:6). La ferviente oración del cristiano verdadero es: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia» (Salmo 119:35). En la medida en que nuestra lectura y estudio de las Escrituras, por la aplicación del Espíritu, engendra un amor mayor en nosotros por los mandamientos de Dios y un respeto más profundo a ellos, estamos obteniendo realmente beneficio de esta lectura y estudio.

       4. Más confianza en la suficiencia de Dios.

      Aquello, persona o cosa, en lo que más confía un hombre, es su «dios». Algunos confían en la salud, otros en la riqueza; otros en su yo, otros en sus amigos. Lo que caracteriza a todos los no regenerados es que se apoyan sobre un brazo de carne. Pero, la elección de gracia retira de nuestro corazón toda clase de apoyos de la criatura, para descansar sobre el Dios vivo. El pueblo de Dios son los hijos de la fe. El lenguaje de su corazón es: «Dios mío, en Ti confío; no sea yo avergonzado» (Salmo 25:2), y de nuevo: «Aunque me matare, en Él esperaré» (Job 13:15). Confían en Dios para que les proteja, bendiga y les provea de lo necesario. Miran a una fuente invisible, cuentan con el Dios invisible, se apoyan sobre un Brazo escondido.

      Es verdad que hay momentos en que su fe desmaya, pero aunque caen, no son derribados del todo. Aunque no sea su experiencia uniforme, en el Salmo 56: 11 se expresa el estado general de sus almas: «En Dios he puesto mi confianza: no temeré lo que me pueda hacer el hombre.» Su oración ferviente es: «Señor, aumenta nuestra fe». «La fe viene del oír, y el oír, por medio de la palabra de Dios » (Romanos 10: 17). Así que, cuando se medita en la Escritura, se reciben sus promesas en la mente, la fe es reforzada, la confianza en Dios aumentada, la seguridad se profundiza. De este modo podemos descubrir si estamos beneficiándonos o no de nuestro estudio de la Biblia.

       5. Un mayor deleite en las perfecciones de Dios.

      Aquello en lo que se deleita un hombre es su «dios». La persona mundana busca su satisfacción en sus pesquisas, sus placeres, sus posesiones. Ignorando la sustancia, persigue vanamente las sombras. Pero, el cristiano se deleita en las maravillosas perfecciones de Dios. El confesar a Dios como nuestro Dios de verdad, no es sólo someterse a su cetro, sino amarle más que al mundo, valorarle por encima de todo lo demás. Es tener con el salmista una comprensión por experiencia de que «Todas mis fuentes están en Ti» (Salmo 87:7). Los redimidos no sólo han recibido de Dios un gozo tal como este pobre mundo no puede impartir sino que se «regocijan en Dios» (Romanos 5:11) y de esto la persona mundana no sabe nada. El lenguaje de los tales es «el Señor es mi porción» (Lamentaciones 3:24).

      Los ejercicios espirituales son enojosos para la carne. Pero, el cristiano real dice: «En cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien» (Salmo 73:28). El hombre carnal tiene muchos deseos y ambiciones; el alma regenerada declara: « ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Estando contigo nada me deleita ya en la tierra» (Salmo 73:25). Ah, lector, si tu corazón no ha sido acercado a Dios y se deleita en Dios, entonces todavía está muerto para Él.

      El lenguaje de los santos es: «Pues, aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas falten en el aprisco, y no haya vacas en los establos; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me regocijaré en el Dios de mi salvación» (Habacuc 3:17,18). Ah, ésta es sin duda una experiencia espiritual. Sí, el cristiano puede regocijarse cuando todas sus posesiones mundanas le son quitadas (véase Hebreos 10:34). Cuando yace en una mazmorra, con la espalda sangrando, todavía canta alabanzas a Dios (véase Hechos 16:25). Así que, en la medida en que has sido destetado de los placeres vacíos de este mundo, estás aprendiendo que no hay bendición aparte de Dios, estás descubriendo que Él es la fuente y suma de toda excelencia, y tu corazón se acerca a Él, tu mente está en Él, tu alma encuentra su satisfacción y gozo en Él, estás realmente sacando beneficio de las Escrituras.

       6. Una mayor sumisión a la providencia de Dios.

      Es natural murmurar cuando las cosas van mal; es sobrenatural el quedarse callado (Levítico 10:3). Es natural quedar decepcionado cuando nuestros planes fracasan; es sobrenatural inclinarse a sus instrucciones. Es natural querer uno hacer la suya; es sobrenatural decir: «Hágase Tu voluntad, no la mía.» Es natural rebelarse cuando un ser querido nos es arrebatado por la muerte; es sobrenatural saber decir: «El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito»

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