Claves para atravesar la tormenta. Cecilia Lavalle Torres

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Claves para atravesar la tormenta - Cecilia Lavalle Torres

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pérdidas son como haber naufragado.

      Decía al principio que hay quienes llegan a este punto de golpe.

      Un día antes o un minuto antes todo parecía estar bien y, de pronto, todo se derrumba.

      Entonces, todas o algunas de esas etapas en que yo dividí el paso por la tormenta se suceden de golpe, o se transita sin mayor trámite del hoyo negro a la noche más oscura.

      Tener un periodo de anticipación, de preparación, creo que ayuda en muchos sentidos. Pero no nos ahorra las horas más oscuras. Aquí nos encontramos, de todas maneras, quienes recibimos un aviso y quienes no.

      Es posible que mi experiencia le sirva a quienes viven en duelo por pérdidas económicas o por un divorcio devastador o por cualquier otra causa. Confío en que así sea. Pero en este apartado me centraré en la muerte de un ser amado, porque esa es mi experiencia.

      Suelen decir que no hay nada peor que la muerte de un hijo. Yo creo que no existe un “dolorómetro”, y que no hay nada más ocioso que medir a quién le duele más.

      Cuando se muere un ser que amamos duele. Duele profundamente. Duele como no sabíamos que podía doler. Duele en sitios que no sabíamos que dolían. Duele. Simplemente duele.

      Yo solía decir que era como caminar descalza por el infierno. Pero en realidad las palabras no alcanzan a expresar lo que se siente.

      Tampoco alcanza el aire que se respira. Ni el ritmo que llevan los latidos del corazón.

      La muerte de un ser amado es como un golpe seco en el centro de nuestro ser. Y no por esperada es menos abrumadora.

      Mi hijo agonizó cinco días. Fueron muy, muy dolorosos para mí. Si creí que todo lo anterior había sido doloroso, en realidad nada se comparó a esos cinco días.

      No obstante, tras su muerte sólo llegó más dolor. Oleadas y oleadas de dolor. Era como el mar. Parecía enorme, imponente, inacabable. Llegaba y se retiraba. A veces llegaba en una ola enorme que parecía un tsunami. Otras, las olas llegaban suave, despacio, casi con sigilo.

      La muerte de un ser que amamos mucho, al margen del parentesco, nos rompe. No en dos, sino en muchos pedazos.

      Pero en principio, al menos en mi experiencia, tardamos en darnos cuenta que estamos en duelo. Y eso sucede porque tras la muerte de un ser amado hay muchas cosas que hacer y varias decisiones que tomar.

      Avisar a familiares y amistades. ¿A quién primero? ¿En qué orden? ¿Velorio? ¿Cremación o entierro? ¿Dejó instrucciones? ¿Cuáles son los trámites? ¿Dónde se realizan? ¿Homenaje de vida? ¿Qué es eso? ¿Qué hacemos con sus cosas, su ropa, sus zapatos? ¿Tomamos esas decisiones ahora o después?

      Alex tuvo el tiempo para tomar varias decisiones. Y también dejó mucha flexibilidad, lo cual nos dio margen de acción. Por ejemplo, dijo que quería ser cremado y que sus cenizas se dividieran entre Stefanie –su esposa– y nosotros. Luego, sabiamente, dijo: “Hagan con mis cenizas lo que quieran, total, yo ya no voy a estar ahí.”

      Sin embargo, hay muchas cosas no previstas, o no siempre se dejan instrucciones, o no hay mucho margen de acción. Entonces, quienes estamos en duelo tenemos que tomar varias decisiones.

      En esos momentos parece que la cabeza funciona por su cuenta y el resto del cuerpo por la suya. Pero un día terminan los trámites, las decisiones, y la cotidianidad vuelve.

      Cuando la vida cotidiana se instaló, fue cuando realmente todo mi ser se dio por enterado de que había perdido un hijo.

      Mi cuerpo se volvió a conectar, pero era como si las piezas no encajaran, faltaran piezas o sobraran tornillos; nada se acomodaba bien.

      Un médico me dijo: “Cuando hay un dolor de ese tamaño, el cuerpo es el último en enterarse. Por eso empiezan a aparecer malestares o enfermedades”.

      En efecto. Comienzan a aparecer dolencias. En un duelo el cuerpo se duele. A mí, por ejemplo, me dolía el corazón. Físicamente me dolía. Y en distintos momentos me dolió la garganta, la espalda, el hombro, el pecho, el colon, las manos, en fin, dolencias varias.

      Y la tristeza… Esa se convierte en visita habitual. Primero se instala como lo hacen las visitas mal educadas. Se pone cómoda y ocupa todo el espacio. Ni bien te despiertas está ahí mirándote. Y al irte a dormir, si te descuidas, se acurruca junto a ti y te abraza toda la noche.

      Fue entonces que comencé a entender de qué se trataba el duelo.

      Las Claves que escribo a continuación sintetizan lo que he aprendido en tres años de duelo.

      Respire (de nuevo)

      En el duelo la respiración se presenta como suspiros. Así fue para mí. Entonces hay que suspirar. Jalar aire y exhalar por la boca. Incluso con la exclamación ¡Ay!

      Es un mecanismo que no fue consciente al principio. Simplemente suspiraba. Pero cuando me di cuenta, comencé a hacerlo deliberadamente. Y hasta el sol de hoy ha sido muy útil cuando la tristeza pesa como losa en el pecho. Porque la tristeza pesa, físicamente pesa. Se vuelve casi tangible y ocupa mucho espacio.

      Suspire cuando necesite. Y respire conscientemente cada vez que pueda, como lo apunte en el capítulo Cuando comienza la tormenta: en cuatro o cinco tiempos. Inhale, retenga, exhale.

      Y si al exhalar viene el llanto, llore.

      Yo entendí lo que realmente significa la frase: “no puedo parar de llorar”.

      Llore y respire y suspire.

       Vaya un día a la vez (sí, de nuevo también)

      Si el presente es abrumador sin esa persona a la que amamos tanto, pensar en “el resto de nuestra vida” nos sobrepasa.

      Supongo que eso sucede especialmente en casos en los que la persona que murió era el sostén de una o muchas maneras, física, económica y/o emocionalmente. Pero pasa también con seres que amamos de los que no dependíamos en absoluto.

      Así pues, ayuda mucho concentrarse sólo en lo que trae el día. ¿Qué tengo que hacer hoy? Sólo hoy.

      Si es preciso, una hora a la vez: ¿Qué necesito hacer en la próxima hora?

      Y, si lo necesita, un paso a la vez. Bañarse, por ejemplo. Sólo levantarse de la cama, ir a la regadera y bañarse.

      Un día a la vez. Una hora a la vez. Un paso a la vez.

      No espere escaleras

      Se suele hablar de “fases” del duelo. Yo he usado aquí la palabra etapa. En cualquier caso, es un modo de nombrarle. Porque no es lineal, como reconocen especialistas en el tema. Tampoco es circular.

      Las

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