Responsabilidad de la persona y sostenibilidad de las organizaciones. Teresa de Dios Alija

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Responsabilidad de la persona y sostenibilidad de las organizaciones - Teresa de Dios Alija Diálogos

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por el otro. Por encima de su condición de persona se encuentra la función que desempeña y la relación que esto provoca con sus semejantes.

      En sus Aproximaciones al misterio del ser, Gabriel Marcel apunta: «El individuo tiende a aparecer ante sí mismo y también ante los demás como un simple haz de funciones. Desarrolla su vida sin perfilar un horizonte, sin plantearse quién es o quién quiere llegar a ser, sin cuestionarse sobre su existencia».

      Sin acudir al núcleo de la persona es muy difícil entender los problemas y apuntar las respuestas. Ocurre que, como dice Marcel, ese núcleo es en cierto modo un misterio (no lo podemos explicar del todo, no podemos conceptualizarlo: el ser no es una esencia, un qué). El misterio del ser es el misterio del don, del amor. Por eso, hacer bien el bien es lo propio de la diligencia, de la prontitud. Frente a la pereza, el tedio o la desidia, diligo significa ‘amar’, que es tanto como dar, o incluso crear. Y es que, en el orden de nuestra capacidad de dar lo mejor, la capacidad de comprometernos pone en juego una nueva dimensión.

      Cuando decimos «de acuerdo» al cerrar un contrato estamos haciendo lo que decimos (el lenguaje pasa de ser descriptivo a performativo); de igual modo, cuando ofendemos a alguien, nuestras palabras son la ofensa. Y cuando nos comprometemos, sencillamente estamos creando un tiempo en el que poder cumplir esa promesa. Responsabilizarse no es solo justificarse, dar razón de por qué algo que tenía que haber ocurrido no ha ocurrido. Comprometerse (prometer para poder cumplir) significa estar dispuesto a no guardarse nada (entregarse) para conseguirlo.

      La fidelidad posee el misterioso poder de renovar a quien la ejercita y a su objeto. Le sucede como a la capacidad de servir. Si consideramos que servir significa servir para algo, podemos ejecutar esa función sin comprometer nuestro ser; pero cuando servir es servir a alguien, entonces el propio vivir ya no consiste en existir o en subsistir, sino en darse, en disponer de sí. Por eso, no es posible separar la fidelidad a los otros de la fidelidad a nosotros mismos. Ser fiel a la propia misión consiste en responder a una llamada personal e interior, ciertamente, pero se trata de una intimidad en la que los otros han entrado en algún momento de nuestra vida para no salir ya más.

      Tenemos la capacidad de ser leales a esa parcela de la creación que hay dentro de cada uno, a ese don que se nos ha concedido de poder participar en la tarea de humanizar el mundo o de volverlo más inhóspito. De este modo, se enraíza toda responsabilidad social en la responsabilidad y el compromiso personales.

      Desde luego, hay que felicitar a la autora por su atrevimiento y por sus reflexiones. Y sobre todo por la senda que marca.

       José María Ortiz, agosto de 2018

       Introducción

      Las distintas cosmovisiones en las que se ha basado la interpretación de la realidad a lo largo de la historia han ido configurando transformaciones que han propiciado avances y retrocesos en el desarrollo de la sociedad. No podemos comprender lo que la persona es sin una reflexión profunda sobre estos cambios, no podemos explicar quiénes somos si no entendemos cómo hemos llegado al momento actual.

      El ser humano ha ido cambiando sus formas de vida con base en distintos planteamientos filosóficos y éticos predominantes hasta llegar al momento actual. Hoy, en un sistema social en que prevalece el interés económico, se defiende incluso que un fin esté justificado a pesar de tener que sustentarse en medios que perviertan los valores morales. Sin embargo, la moralidad no puede tener ninguna justificación exterior. Si no se hace lo correcto en virtud de sí mismo, sea que convenga o no, no se está obrando correctamente. Lo que interesa, lo que resulta provechoso, es independiente de lo justo y correcto. Hacer lo que se debe no siempre tiene que coincidir con lograr lo que se quiere.

      La cuestión principal de la ética desde sus orígenes es aclarar si la persona es o puede llegar a ser lo bastante libre y responsable para obrar moralmente. En la filosofía encontramos dos orientaciones a este respecto. La primera es una visión determinista que considera que el ser humano no puede dirigirse a sí mismo como ser moral y, por ello, necesita normas y leyes que regulen su conducta. Al fundamentarse en una interpretación de la realidad que elude cuestionarse la verdadera libertad, las personas no asumen que su vida y sus decisiones tienen un claro componente ético. Esto ha derivado en un exceso de regulación y reglamentación externa, en una inflación de normas y en una constante sucesión de grandes escándalos que muestran la incapacidad de esas normas para suscitar comportamientos éticos, socialmente responsables. Estamos acostumbrados a seguir reglas, normas, pero realmente la moral comienza cuando, de manera personal, tenemos que enfrentarnos con la toma de decisión y con la propia responsabilidad que sobre ella tendremos que ejercer.

      La segunda es una concepción optimista que defiende la potencialidad del ser humano para fomentar la conducta moral mediante la educación y la costumbre. La persona no pertenece por entero a sí misma, tal como apunta Tomás de Aquino; para desarrollarse como ser humano necesita a los demás como miembro que es de una comunidad, en palabras de Durkheim: «No existe ningún acontecimiento humano que no pueda ser llamado social».1 Cuando no tiene en cuenta esto, la persona se convierte en un ser que basa su comportamiento en la persecución de todo aquello que le falta, aquello que quisiera poseer para llegar a ser lo que aún no es, de manera que utiliza todo lo que tiene a su alrededor para lograr su objetivo, hace uso incluso de otros seres humanos. Es así como, excluido de su sentir comunitario, el hombre es capaz de utilizar a los demás como simples medios que le ayuden a lograr sus fines individuales. Esta desviación en la buena conducta de las personas como seres sociales viene marcada de modo distinto por las diferentes culturas, épocas o civilizaciones, aunque las raíces que propician que los hombres actúen de ese modo suelen ser siempre las mismas: egoísmo, avaricia, codicia de bienes materiales, ansia de poder o búsqueda de placer, todo aquello que desde un punto de vista ético se consideran vicios. En muchas ocasiones, esos vicios son resultado del propio miedo a continuar siendo imperfecto, lo que provoca que muchas veces se intente suplir las carencias a base de la acumulación de bienes materiales o de experiencias que tan solo le procuran placer momentáneo. Parece una utopía poder llegar a la completa desaparición de realidades como el odio, la degeneración del espíritu de justicia, la discriminación, la violencia o la venganza, pues forman parte de la propia esencia de las personas. Sin embargo, tal como apunta Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya utopía no merece siquiera la pena mirarse, porque deja por fuera el país al que la humanidad siempre busca llegar. Y cuando la humanidad llegue ahí, aprenderá, y, viendo un país mejor, se hará a la vela de nuevo. El progreso es la realización de utopías».2 Coincidimos con Mannheim en que «la desaparición de la utopía conduce a una cosificación estática en la que el hombre mismo se convierte en cosa»3 y con Jonas cuando defiende que «el error de la utopía es el error de su concepción antropológica, de su concepción de la esencia del humano»,4 lo que nos conduce a la necesidad de definir lo que la persona es en realidad y a considerar que su capacidad para concebir y lograr un futuro mejor constituye el motor real de su actividad y la garantía de una civilización sostenible. Plantearse el tema de la moral es pensar en los demás, preocuparse por el propio futuro de la humanidad; en definitiva, comenzar a pensar cómo se debe actuar para ser responsable.

      Con el objeto de superar los posibles obstáculos al avance en este sentido, en la sociedad se marcan algunos preceptos cuyo cumplimiento puede ser más o menos sencillo. Sin embargo, creemos que lo realmente importante es saber discernir qué es moral en aquellas situaciones que no están marcadas de antemano. Aquellas sobre las que ninguna regla, ley, mandato o persona puede asesorarnos, bien por la imposibilidad de hacerlo, ya que son muchas las variables que intervienen en la decisión personal que debe tomarse, o bien porque no se quiere hacerlo, siguiendo los criterios de la propia voluntad o de aquellos que la han establecido (en el caso de normas o mandatos).

      No llegamos a pensar, como apuntaba Theodor W. Adorno en Educación para la emancipación (1998), que en la sociedad

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