Responsabilidad de la persona y sostenibilidad de las organizaciones. Teresa de Dios Alija

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Responsabilidad de la persona y sostenibilidad de las organizaciones - Teresa de Dios Alija Diálogos

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por un concepto de empresa que prácticamente solo tiene la responsabilidad de responder ante sus accionistas maximizando los beneficios (rol puramente económico). Por otro, una corriente de pensamiento que defiende que la responsabilidad de las empresas debe ir más allá y darle importancia sobre todo al aspecto social.

      La influencia de los dos enfoques anteriores, económico y social, se muestra en la posición que defienden aquellos que apoyan la filantropía para explicar el sentido de las actividades de la empresa. Si bien existen organizaciones formales que no tienen la finalidad de distribuir dividendos y que únicamente se encargan de promover el bien social (organizaciones no gubernamentales), no son ellas el objeto de esta mención. Nos referimos a empresas privadas, autogobernadas, cuya función primordial parece ser obtener una rentabilidad económica, para lo que utilizan la puesta en práctica de distintos tipos de acciones sociales que propicien una buena imagen corporativa, es decir, entendiendo la acción social al servicio de las estrategias de marketing. En el capítulo siete exponemos las implicaciones de este enfoque que llamamos filantrópico.

      En el capítulo octavo, mostramos las aportaciones del modelo antropológico propuesto por Rafael Termes y las implicaciones de la responsabilidad en el liderazgo. En el ámbito del trabajo, en el entramado de las relaciones humanas en el mundo laboral y profesional, se da un caldo de cultivo excepcional para actuar moralmente y garantizar los mejores resultados para la persona y para la organización con base en los fundamentos de una antropología que defiende el valor de la persona como ser racional y libre.

      A lo largo de la historia, hemos conocido distintos planteamientos respecto a la optimización de los procesos productivos, de la administración del trabajo (Taylor, Mayo) e incluso de los modos y maneras de lograr que las personas se sientan motivadas para ofrecer a la empresa una mayor productividad (Maslow, McClelland, Herzberg, Schein). Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones ha primado el punto de vista del valor añadido que con todo ello obtiene la empresa o el empresario, sin analizar las consecuencias que cada modelo supone para las distintas personas que se relacionan con la organización; en concreto, y más particularmente, pocas veces el punto de vista ha sido el de los trabajadores que ejercen sus funciones haciendo que la empresa sea lo que es en cada momento.

      Concluimos esta tercera parte en el capítulo 9 presentando un planteamiento más completo que se sustenta en la aproximación a un modelo integrador que permite explicar las repercusiones de la conducta responsable en la persona, en las organizaciones y en la sociedad.

      La responsabilidad social corporativa no puede entenderse plenamente si no es desde una posición teleológica, deontológica y dialógica, y desde un planteamiento estratégico global para la empresa. El problema del bien y del mal está intrínsecamente ligado a la persona y, con ello, al problema de su libertad y de su grado de responsabilidad en cada uno de los contextos en que actúa.

       1. La responsabilidad en la historia del pensamiento

      En la primera parte de esta investigación analizamos algunos de los más importantes planteamientos éticos propuestos en la Edad Antigua, Moderna y Contemporánea. Exponemos en los primeros capítulos lo que consideramos los pilares del acercamiento a la comprensión del comportamiento de la persona.

      A pesar de que el concepto de responsabilidad como tal no comienza a ser tratado como un principio autónomo de la moral hasta el siglo XIX, encontramos algunas alusiones a las implicaciones de este concepto ya a lo largo de la historia.

      En Mesopotamia, Hammurabi de Babilonia dicta leyes que marcan la conducta segura y la dirección correcta para lograr la «equidad del país» en el Código de Hammurabi (datado en torno al 1700 a. C.), considerado el primer libro de leyes de la historia. En él encontramos: «Para que yo mostrase la equidad al país, para que yo destruyese al malvado y al inicuo, para que el prepotente no oprimiese al débil, para que yo, como el divino Shamash, apareciera sobre los Cabezas Negras e iluminara la tierra, para que promoviese el bienestar de la gente, me impusieron el nombre».17

      Entre las leyes propuestas en ese documento aparece: muerte por ayudar a un esclavo a escapar o refugiar a un esclavo fugitivo, penas duras para quien lesione al miembro de una casta superior, penas leves para quien lesione a miembros de una casta inferior. Si una casa mal hecha causa la muerte de un hijo del dueño de la casa, la falta se paga con la muerte del hijo del constructor.

      Podemos comprobar que en esta época los individuos están al servicio del poder, intentan cumplir con sus funciones en la vida terrenal, pues no consideran que exista otra vida de ultratumba, solo intentan cumplir las normas conservadoras predominantes en la ciudad palacio en la que habitan, independientemente de otros.

      Por su parte, los egipcios basan la conducta en algunos valores, como la justicia y la renuncia al individualismo en pro del bien común, tal como promulgaban los mandatos del faraón, que se contemplaba como el poder divino. En el conocido como Libro de los muertos (Libro para salir del día), que data de la época de Imperio Nuevo (periodo comprendido entre 1550 a C. y 1070 a C.), se expresan las fórmulas para declarar ante los dioses la justificación de las acciones llevadas a cabo en vida y que permiten al difunto salvarse de los peligros que se le presentan después de la muerte. Se trata, por tanto, de una confesión de gran importancia moral para los egipcios, que aseguran con ello la continuación de su camino en el mundo de los muertos. Algunas de las negaciones recomendadas en este libro son: no cometí delito en lugar de la justicia y la verdad, no conocí el mal: no actué perversamente, no causé aflicción, ni ejercí aflicción, no hice que su amo obrara mal con su siervo, a nadie le hice sentir dolor, no perjudiqué a la gente.

      El simple planteamiento de la conveniencia de buscar el bien del otro, y no solo el personal, y el hecho de actuar en consonancia con el deber de cada uno, ya sea por voluntad propia o por seguir los mandatos de un orden superior, es algo que caracteriza la vida en grupo o en sociedad desde tiempos ancestrales y está intrínsecamente relacionado con la responsabilidad social, como vamos a intentar demostrar en las próximas páginas.

      En Grecia se plantea la moral desde tres puntos de vista, según la siguiente secuencia evolutiva. En una primera etapa, la vida se caracteriza por la anomia o ausencia de normas morales objetivas. El ser humano no tiene sentido de culpa, no siente responsabilidad. Después, surge la moral del justo medio (con Aristóteles), el paso de la anomia a la presencia de normas externas (heteronomía) dictadas por los dioses, ante los que se rinde cuentas. En un tercer momento, se produce la perturbación anímica, de conciencia, provocada por la sanción. El ser humano se siente plenamente responsable de lo que provoca, de lo que ha causado.

      Podemos comprobar que el fundamento de las reglas morales ha pasado a lo largo de los siglos por distintas etapas, en las que se defienden distintas posiciones. Resaltan, por su influencia en la sociedad actual, las aportaciones de Platón y Aristóteles, que argumentan cómo los deseos y actitudes del ser humano se moldean para reconocer y buscar ciertos bienes; la influencia del cristianismo, que defiende que las reglas morales tienen su base en los mandamientos divinos; la posición de los sofistas y Hobbes, que sostienen que las reglas morales ayudan a diferenciar las acciones que satisfacen los deseos del ser humano, y, por último, la gran contribución de la teoría del deber de Kant.

      Parece que, a lo largo de la historia, son dos las orientaciones en las que se sustenta la ética occidental, fundamento de la RSC. Por un lado, la tradición aristotélica o teleológica, cuya pregunta clave será: ¿Qué he de hacer para ser feliz? Por otro, la posición deontológica, cuya principal cuestión será: ¿Qué he de hacer para actuar correctamente?

      La ética teleológica de Aristóteles parte del conocimiento de la acción humana. Lo importante no es saber qué es la ética, sino practicarla.

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