Cosas Peligrosas. Amy Blankenship
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—Te voy a hacer un favor, pequeña. Su labio hizo una mueca que derivó en una sonrisa sarcástica: —Viniste a Los Ángeles para ser modelo, pero esta ciudad está llena de otras chicas que quieren lo mismo que tú, así que esto es lo que vas a hacer. Confía en mí.... es lo mejor.
La estrechó contra él mientras la miraba profundamente a los ojos. —Odias estar aquí. Odias Los Ángeles y quieres volver a cualquier pueblo pequeño del que hayas salido. Si te quedas aquí, los monstruos te usarán como yo lo hice. Vete a casa y encuentra al chico cuyo corazón rompiste cuando te fuiste a la ciudad, y pídele perdón porque nadie te querrá nunca aquí.
Le soltó el cuello mientras veía cómo se le salían las lágrimas al golpearse contra el colchón. No estaba de humor para escucharla llorar. —Tienes que irte... ahora. Le dio la espalda y cruzó la habitación para mirar por la ventana. Por lo que a él respecta, acababa de hacer su buena acción del día. De todos modos esta ciudad era un desastre.
Por el rabillo del ojo, vio a unos cuantos vampiros jóvenes revolotear por la esquina de un edificio y entrar en un callejón. Se preguntó de dónde habían venido todas las criaturas desalmadas, parecía que Los Ángeles estaba repleta de ellas.
Se había olvidado de la chica en su cama hasta que oyó la puerta del ático cerrarse de golpe... sí, le había hecho un favor. Tuvo suerte de que la hubiera encontrado él en lugar de los monstruos que se arrastraban ahora mismo por las calles de Los Ángeles.... y no sólo hablaba de lo paranormal. Abrió las puertas del balcón y respirando profundamente se adentró en la atmósfera de la noche.
Había dejado atrás las suaves colinas de su tranquila ciudad cuando sintió que Syn empezaba a revolverse dentro de su tumba. Al estar tan cerca del vampiro, durante meses había intuido que Syn despertaría y no había querido quedarse para la ocasión. Syn tenía poca tolerancia con los desalmados y ahora mismo Damon era muy consciente de que su alma era débil. Recordó lo mal que se veía el alma de Kane en la iglesia y se preguntó si su propia alma estaba en tan mal estado.
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