Encantada Por El Duque. Amanda Mariel
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"Nunca pedí estar bajo su cuidado. Fue mi padre él que me abandonó a su cargo”, dijo Emma tratando de contener las lágrimas. "No le debo nada".
Windham se acercó, poniendo su mano en el hombro de ella, le susurró al oído, "Cuando seas mi esposa voy domesticarte, cariño".
Ella lo miró con desprecio y le dijo: "Nunca. Nunca me casaré con usted".
"Nunca me casaré con usted. Nadie puede obligarme", le gritó Emma. Él le pasó la mano por la espalda hasta llegar a su trasero y se lo apretó y luego se dirigió a la puerta antes de volverse hacia su tío. "Haga que ella cumpla, Baxter. Si no me caso dentro de tres semanas usted irá a la prisión de los deudores. Haré que le envíen un contrato de compromiso matrimonial para que lo firme", dijo Windham lanzándole una sonrisa lasciva antes de despedirse.
Acto seguido su tío la abofeteó con fuerza. Ella posó su propia mano sobre su mejilla adolorida. Su valor se fortificó y mantuvo su cabeza en alto a modo de desafío. "Puede hacer lo que quiera, tío. Pero tenga en cuenta esto: prefiero morir antes que casarme con Lord Windham".
"Siempre fuiste una pobre tonta", dijo su tío sacándola de la oficina y empujándola hacia las escaleras. "Permanecerás encerrada en tu habitación y recibirás una sola comida al día hasta que entres en razón y aceptes a Windham". Ella comenzó a subir las escaleras con la frente en alto y le dijo: “Será mejor que se abstenga de enviarme comida .No probaré ni un bocado”.
"Solo te haces daño a ti misma. Te casarás con el barón quieras o no".
Las pesadas pisadas de su tío, que resonaban detrás de ella la instaron a caminar más rápido para refugiarse en su habitación. No sabía cómo evitaría este matrimonio, pero no había forma de que pudiera casarse con Windham. Pensaría en algo, de alguna manera, escaparía de las garras del barón.
CAPÍTULO 1
Tres semanas después,
La campiña inglesa
Emma miraba por la ventana del carruaje, negándose a mirar a Lord Windham o a su tío Silas. Tenía que escapar antes de que llegaran a la finca de Windham en Hampshire, pero ¿cómo? Y lo más importante, ¿a dónde iría? Ya tenían tres días viajando desde que abandonaron Londres. Al anochecer, llegarían a Windham. Un escalofrío le recorrió la espalada. El barón le causaba repulsión.
Observaba a los dos hombres, sentados frente a ella y se sintió aliviada al notar que ninguno de ellos parecía prestarle atención. Sintió escalofríos al mirar a Windham. No había forma de que ella pudiera casarse con él. Escapar era su mayor prioridad, tuviera o no un lugar a donde ir. ¿Cómo pudo el tío Silas hacerle algo así? ¡Su propia carne y sangre!
Tal vez debería haber huido en la primera pausa de su viaje. Tuvo la oportunidad cuando el tío Silas y Lord Windham se fueron a la taberna y la dejaron sola en el cuarto de la posada. Los dos regresaron por la madrugada. Desafortunadamente, el miedo la paralizó… pero hoy, sabía que tenía tener valor y coraje para escapar de su infausto destino.
Ella tragó saliva fuerza. "¿Tío Silas?".
"Sí", dijo él subiendo la cabeza para verla.
Con una sonrisa ensayada Emma le dijo. "Tengo mucha hambre. ¿Cuándo podríamos parar?".
Tío Silas se volvió hacia Lord Windham. "Se acerca la hora del almuerzo. ¿Nos detenemos ahora?".
Emma luchó contra el impulso de desviar su mirada cuando Lord Windham posó sus fríos ojos marrones en ella. "Me complace que finalmente hayas decidido ser razonable, querida".
El primer impulso de Emma fue replicar de manera cortante, pero se contuvo. Quería decirle que su petición no tenía nada que ver con ser razonable, o que la inanición la había forzado a hacerlo, pero eso solo serviría para levantar sospechas. En cambio, ella simplemente dijo, "Es mi deber".
"Muy bien. Nos detendremos en la próxima posada", dijo Lord Windham, y luego golpeó la ventana con su bastón.
El cochero deslizó el cristal para abrirlo. "¿Si, mi Lord?".
"Détente en la próxima posada. Mientras comemos, deseo que cambies los caballos".
"Hay una justo al final del camino. Llegaremos en unos minutos".
Lord Windham descruzó sus cortas y fornidas piernas. "Muy bien, apresúrate", dijo posando sus lujuriosos ojos en Emma. "Mi muñeca necesita alimentarse".
Al escuchar esto, Emma se estremeció de asco. El cochero cerró la ventana y ella sintió que el carruaje ganaba velocidad. Se recostó en el lujoso asiento, con el corazón acelerado. Rezaba para sus adentros, pidiéndole a Dios que le permitiera escapar, y que le diera fuerza y paciencia para tolerar a Lord Windham mientras tanto.
Al poco tiempo, el carruaje se balanceó y luego se detuvo frente a una posada. Emma se sujetó con sus manos para evitar caerse de su asiento de cuero y terciopelo.
"Te ayudaré a salir del carruaje, muñeca", le dijo Lord Windham guiñándole un ojo.
Con una sonrisa forzada, ella le respondió: "Gracias".
El lacayo colocó el escalón antes de abrir la puerta del carruaje. Emma hizo lo posible por aparentar serenidad mientras los hombres salían del carruaje. Inhaló profundamente y exhaló lentamente antes de acercarse a la puerta del carruaje y aceptar el brazo de Lord Windham. La repugnancia la invadió cuando él posó su mano sobre su mano enguantada.
Quería gritarle y exigirle que dejara de tocarla. Se le revolvió el estómago y se sentía muy incómoda, pero logró contenerse y se obligó a sí misma a interpretar el papel de sumisa. Mientras pasaban por la entrada, el área de recepción, y el comedor, Emma exploraba con atención sus alrededores buscando una ruta de escape o quizás un lugar donde esconderse.
Había varios rincones oscuros y grandes ventanas cubiertas con cortinas en las que una persona podía ocultarse. También habían algunos muebles grandes bajo los cuales podría esconderse, e innumerables puertas que daban a las áreas comunes por las que podía salir corriendo.
Pero, el exterior de la posada parecía ofrecer las mejores vías de escape. Un espeso bosquecillo de árboles rodeaba el edificio en el que sin duda podría perderse, o podría encontrar un refugio en los establos, oculta bajo un pajar, o escondida en el desván. Además, había visto varios caballos y carruajes que pudiera usar para escapar.
Emma examinaba las posibilidades en su mente mientras Lord Windham la conducía a través del comedor hasta una pequeña mesa redonda.
Le pasó su mano carnosa por la espalda, inclinándose hacia ella. "Serás recompensada por tu cambio de actitud". Su aliento rozó su oreja haciéndola estremecer, pero al menos se abstuvo de acariciarla en esta ocasión.
Emma asintió, deseando sentarse pronto. Dejó escapar un suspiro que había estado conteniendo mientras aceptaba la silla que él le ofrecía. Su piel se rebeló ante el desagradable contacto de Lord Windham. Dudaba que hubiera suficiente agua caliente en toda Inglaterra que la ayudara a sentirse limpia de nuevo.
"Buen día". Una mujer mayor, con su pelo gris recogido en un nudo apretado en la