Encantada Por El Duque. Amanda Mariel

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Encantada Por El Duque - Amanda Mariel

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por su tío. Aunque el mismo era el culpable de sus problemas financieros, ella entendió como le dolía estar a merced del barón.

      Si no hubiera sido tan tonto… Ella suspiró, desviando la mirada. Por mucho que quisiera salvar a su tío, no podía, pues no estaba dispuesta a sacrificar su propio bienestar.

      "Un par de pintas de su mejor cerveza y té para la dama. Traiga un poco de estofado de carne, pan y mantequilla también," ordenó Lord Windham. "¿Deseas algo más, mi muñeca? ¿Quizás un postre?".

      Emma se forzó a mirarlo a los ojos. "No, lo que ha ordenado es más que suficiente, mi señor"

      Él dirigió su atención a la sirvienta. "Eso es todo".

      "Enseguida, Señor mío". La mujer se dio la vuelta y se alejó.

      Lord Windham acercó su silla a la de Emma, y posó su mano sobre el muslo de ella.

      Ella no pudo luchar contra el impulso de reaccionar, saltando a la invasión antes de recomponerse. Incluso a través de sus faldas, el contacto de su mano le parecía repugnante. Tragó saliva con fuerza, concentrándose en su plan.

      "Nos casaremos mañana a esta hora. Acabemos con las formalidades. Por favor, llámame Levítico", dijo Lord Windham dándole una palmadita en el muslo.

      ¿Será que alguno de los huéspedes se percató de las libertades que se tomaba con ella? Emma cerró los ojos, recordándose a sí misma que tenía que seguirle la corriente. "Como quieras, Le… Levítico". Decir su nombre le trajo un mal sabor de boca. "¿Me disculpan un momento?".

      "Claro, pero no te demores, quiero que disfrutes de una buena comida caliente", dijo Lord Windham sonriendo. "Necesitarás mucha energía mañana". Le apretó el muslo y luego apartó su asquerosa mano.

      Emma forzó una dolorosa sonrisa antes de levantarse de su silla. Hizo un gran esfuerzo para levantarse de la silla con gracia, y no salir corriendo como en realidad deseaba. Con su atención concentrada en la salida, se abrió camino a través del abarrotado comedor.

      Al llegar a la puerta, atravesó, y luego cedió a la necesidad de mirar por encima del hombro. Lord Windham la miró desde el otro lado de la habitación.

      Sonrió fugazmente y luego se dirigió hacia el salón como si fuera a usar el retrete. Después de tomar una pausa para recuperar el aliento, dio una vuelta y caminó rápidamente hacia la salida principal.

      Al salir, el brillante sol del mediodía le encandiló la vista. Dando un vistazo general a su alrededor, decidió dirigirse a los establos. Se escondería allí hasta que decidiera qué hacer a continuación. Ignorando su palpitante corazón, caminó hacia la edificación.

      Emma se detuvo en la entrada del establo. Varias voces provenían de la gran estructura de madera. ¡Rayos! Debió haber sospechado que habría gente dentro. Le sería imposible entrar a hurtadillas sin ser detectada, y ser vista arruinaría sus planes. Seguramente, alguien la delataría en el momento en que Lord Windham y el tío Silas comenzaran a buscarla.

      Sus ojos se iluminaron al ver un carruaje cercano, atado a un poste y tirado por cuatro caballos grises. Emma no podía adivinar si el carruaje se preparaba para salir, ni sabía si alguien lo ocupaba, aunque quería averiguarlo. Mordisqueando su labio inferior, se acercó a la carroza. Emma miraba a su alrededor, sin estar segura de lo que debía hacer. Tal vez aventurarse en el bosque sería lo mejor para ella, aunque estaba segura de que estaría más segura en el maletero del carruaje. Una cosa era segura, no podía quedarse mucho tiempo donde estaba si quería alejarse de Lord Windham.

      Se arrastró hasta la parte trasera del carruaje y abrió el maletero para prepararse para trepar por el costado. Se desanimó mucho al notar que el compartimiento estaba repleto y no podría esconderse ahí. Volvió a colocar la tapa hasta su lugar, con el pulso acelerado. ¿Qué iba a hacer ahora?

      El pánico la inundó al escuchar la voz del tío Silas. "Emma. Emma, ¿dónde estás?".

      Sin pensarlo, recogió sus faldas y abrió la puerta del carruaje. Se esforzó por cerrar la puerta silenciosamente, tomó un respiro y se puso una mano en el pecho, cubriendo su corazón acelerado.

      Gracias a Dios que el carruaje estaba desocupado, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Podría implorarle misericordia al dueño del carruaje? Sentada en el suelo, se apoyó en el asiento del banco y se llevó las rodillas al pecho. Escapar parecía imposible, tal vez debería aceptar su destino y regresar con el tío Silas y Lord Windham.

      La sola idea le causaba repulsión. No, ella no se rendiría… no podría rendirse. Emma se levantó, mirando detrás de ella mientras su falda se enganchaba en el banco. Una gran sonrisa iluminó su cara cuando vio que el asiento podía levantarse. Gracias al cielo.

      Levantó el asiento y observó que era un gran compartimento que solo contenía una pequeña caja y una manta doblada. Sin pensarlo dos veces, Emma entró y bajó el asiento del banco para ocultarse.

      No sabía a donde se dirigiría el carruaje, ni cuándo partiría, pero al menos por ahora, estaba a salvo.

      CAPÍTULO 2

      Aaron St John, Duque de Radcliff, descorrió la cortina para mirar por la ventana del carruaje. Llevaba casi diez horas viajando, deteniéndose solo para atender a sus caballos y estirar un poco las piernas. Incluso ahora deseaba salir un rato del carruaje, pero no se detendría tan cerca de casa. Deseaba llegar a tiempo para disfrutar de la cena junto a su hija Sophia.

      Nunca había pasado mucho tiempo lejos de Sophia desde que su madre huyó. Tras una noche lejos de ella, la extrañaba muchísimo. Su rostro de querubín sonriente invadió su mente y él sonrió alcanzando el banco opuesto. Una muñeca de cabello dorado, del mismo tono que el de Sophia, le llamó la atención en una tienda de Londres. En un impulso, Aaron entró y la compró para ella.

      Levantó la parte superior del banco para buscar la muñeca, y quedó estupefacto. "Maldita sea".

      En el compartimento había una mujer con los ojos muy abiertos que lo miraba fijamente, tenía el cabello del mismo tono dorado que acababa de imaginar. Era como si la muñeca hubiera cobrado vida en la forma de una mujer de carne y hueso. "¿Quién demonios eres tú? ¿Cómo has llegado hasta aquí?".

      Ella sentó, sus mejillas se tiñeron rojo. "Yo… no sé por dónde empezar".

      Recobrando la compostura, Aaron extendió una mano. "Comience por salir de ahí".

      Ella asintió, aceptando su oferta y sujetando su cálida mano. Aarón la ayudó para que se pusiera de pie, y para que saliera del compartimento. Tan pronto como ella pudo salir, él soltó su mano, se dio vuelta y cerró el banco – dejando la muñeca de Sophia en el olvido-. Luego se volvió hacia la misteriosa mujer. "Siéntese y explíquese de inmediato".

      Ella se sentó, doblando las manos en su regazo mientras Aaron tomaba asiento frente a ella.

      "Por favor, acepte mis disculpas por haberle asustado". Se alisó las faldas. "No era mi tienda de campaña. Se suponía que nadie debía descubrirme".

      "Fascinante, sigue adelante".

      "Soy la Srta. Emma Baxter". Ella desvió la mirada por unos instantes.

      "Encantado de conocerla Srta. Baxter. Puede dirigirse a mí como Su Gracia".

      Emma abrió de par en par sus ojos violetas, pero luego intentó disimular su asombro. Claramente

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