Coma. Federico Betti

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Coma - Federico Betti

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a una persona a este estado, ¡entre la vida y la muerte! –repetía Mario Mazza mientras hablaba con el equipo médico.

      –No morirá, eso seguro –le confirmó el director del hospital Maggiore, –está curándose, aunque necesitará tiempo.

      No faltaba un día en el que Mario no fuese a visitar al hermano. Tenía sesenta años, veinticinco más, y se había quedado viudo cuando, diez años antes, su mujer había muerto prematuramente debido a una leucemia fulminante. De esta forma se habían encontrado solos los dos, uno por elección y el otro por imposición, y su relación se había hecho cada vez más fuerte.

      Si bien no habían pensado jamás intentar vivir juntos, se veían habitualmente todos los días. Sólo en algunos casos de fuerza mayor podía ocurrir que una semana no se encontrasen durante siete días seguidos.

      A menudo cenaban juntos y, cuando los dos estaban de acuerdo, se permitían una cena en un restaurante, optando entre las distintas posibilidades que ofrecía la ciudad de Bologna y su provincia.

      Ambos eran apasionados de la cocina étnica, que alternaban con la tradicional y la pizza, a menudo para probar sabores y tradiciones distintas: desde el más popular restaurante chino al indio o al griego, pasando por los restaurantes menos frecuentados por las masas, como el restaurante africano o el persa, todas las ocasiones eran buenas para variar y probar manjares inusuales.

      Estaban de acuerdo en muchas cosas, desde las más importantes hasta las más fútiles: incluso tenían gustos musicales parecidos. Tanto a Luigi como a su hermano les gustaban casi todos los géneros: uno no escuchaba nunca música house porque, por lo que decía, le producía sueño; el otro casi que detestaba la música comercial, diciendo que era insignificante. Decía que existía una música para cada situación y cada tipo de música creaba una emoción distinta dependiendo del género:

      –La comercial no te deja nada dentro –afirmaba el hermano mayor.

      Mientras pensaba en todas estas cosas y miraba a Luigi que estaba tumbado e inmóvil a Mario se le hizo un nudo en la garganta y contuvo con dificultad las lágrimas.

      – ¡Ya ha terminado el horario de visita! –gritó un enfermero, despertándolo de sus pensamientos.

      –Salgo enseguida –respondió Mario caminando hacia la salida.

      Cuando llegó a la calle la oscuridad de la noche lo envolvió como un manto oscuro.

       6

      Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. A mi alrededor sólo hay oscuridad. Y no hay nadie que pueda ayudarme, nadie que pueda hacerme comprender algo de lo que está sucediendo, nadie que me suministre una pista. ¿Desde hace cuánto tiempo estoy aquí? He perdido la noción del tiempo.

      A veces tengo la impresión de ser el protagonista de un fotograma, luego me doy cuenta de que consigo moverme de alguna manera. ¿Hay alguien? Intento preguntar sin obtener ninguna respuesta. Confirmo que estoy solo. Dentro de un automóvil, ¿o de otro vehículo? Todavía no lo he entendido. Sin otros pasajeros, sin otros asientos, sin palanca de cambios. Pero con el volante, que permanece siempre delante de mí.

      ¿Qué me está ocurriendo? No lo sé, pero creo no saber tantas cosas. Quizás me encuentro aquí por casualidad. Me vienen a la mente los experimentos con la máquina del tiempo, aunque siempre he pensado que fuese sólo fruto de la fantasía de alguien que quería crear unas historias para un libro o película, donde eres lanzado a un mundo y a una época lejana. ¿Cómo se llamaba aquella película? No me acuerdo, quizás me venga a la memoria dentro de un rato. Ahora, aunque me esfuerce, no consigo extraer nada de mi memoria. Tampoco consigo entender cómo me siento pero es una sensación extraña.

      Aquí está, otra vez ha vuelto el dolor de cabeza, me laten las sienes, primero a la derecha, luego a la izquierda, es un dolor más fuerte que la otra vez. ¿Tenéis un analgésico, por favor?, es inútil porque sé que no responderá nadie. Yo, de todas formas, lo he intentado.

      Ahora estoy pensando que quizás estoy siendo víctima de una cámara oculta: te llaman con una excusa, te plantan aquí en la oscuridad, en esta especie de coche, y te dejan solo esperando.

      Es una broma de mal gusto, ¿lo sabéis?, digo dirigiéndome hacia la nada que tengo delante. Casi lo he gritado porque esta situación está comenzando a cansarme. ¿Desde hace cuánto tiempo que estoy aquí? ¡Adelante, salid de las sombras! ¡Sé que estáis escondidos en algún sitio!

      No me responden, no me queda otra que esperar.

      La espera es enervante, nunca he esperado tanto. Todavía no se ve a nadie. Parece que no se quieren mostrar. O tienen miedo, o son unos bastardos y me están gastando una broma que no me está gustando en absoluto.

      En las cámaras ocultas tradicionales, si podemos llamarlas de esta manera, todo se resuelve en unas pocas horas, como máximo un día, pero, sinceramente, parece que estoy en este lugar desde hace más tiempo, o quizás soy yo el equivocado. En el fondo, creo que me ha sucedido algo que me ha apartado: de cualquier forma, es una broma pesada. No se hacen bromas de este tipo, ni siquiera al peor enemigo.

      Tengo miedo de la oscuridad porque para mí significa incertidumbre. O mejor dicho, pérdida de la certidumbre.

      Tengo miedo a la oscuridad y alguien está jugando justo con esto, aprovechando esta debilidad mía.

      Me doy cuenta de que es un cobarde ya que no tiene la intención de darse a conocer. Sea quién sea ha comprendido que le cantaré las cuarenta, por lo que está muy atento a que no le vea la cara.

      ¿Hay alguien?, vuelvo a preguntar, rompiendo el silencio que reina aquí dentro. No hay todavía respuesta. ¿Tenéis un analgésico? Me duele la cabeza, pero aquí, evidentemente, no hay nadie que esté dispuesto a escucharme. ¿Dónde estáis? Dejaos ver.

      No sale nadie, no viene nadie a verme.

      Qué horrible situación, no me gusta en absoluto.

      Si por lo menos notase algún movimiento podría intentar comprender quién es el culpable de todo esto: pero no veo a nadie.

      Reflexionando, me doy cuenta que todo está igual desde que estoy aquí dentro. Yo, en el asiento, con un volante delante de mi y todo oscuro alrededor. Una oscuridad capaz de engullirme. Podría ser una bonita escena para una película de terror.

      Ya me lo imagino. Y a lo mejor le darían una publicidad adecuada: “Señoras y señores, venid todos al reestreno de la nueva película de terror. Os pondrá la piel de gallina. ¿Sois acaso unos cobardes, verdad? Entrad, ¿a qué estáis esperando? En todas las salas. Venid, venid, venid...”

      Y yo sería el protagonista. ¡Qué suerte! Me convertiré en famoso, pero, por favor, me gustaría que fuese de otra manera.

      Estoy divagando un poco, quizás para intentar no pensar en lo que me está sucediendo, quizás para que se me ocurra alguna idea para entender cómo salir de esta situación. Y, para variar, no se me ocurre nada.

      ¿Hay alguien?, pregunto otra vez. ¡Necesito algo para que se me pase el dolor de cabeza!

      Nada y nadie.

      Es deprimente, como resultado.

      Sólo me queda esperar, esperar a alguien, esperar que algo cambie.

      

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