El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5). L. G. Castillo

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El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5) - L. G. Castillo

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de Saleos. Está jugando con tu mente. —Uri se puso tenso mirando por toda la playa—. Tenemos que irnos. Ya.

      —¡No! ¡Esperad! —Jeremy se echó a reír.

      Genial. Ahora les había asustado. ¿Cómo les iba a explicar que estaba perdido en sus pensamientos y que además pensaba en dos mujeres en las que no debería estar pensando?

      —No tiene nada que ver con Saleos. Era solo que... estaba distraído. Estaba pensando en... bueno, en que he venido a este lugar para... tomar una hamburguesa, y... y he visto a una vieja amiga que estaba... esto... bailando. ¡Arg!... ¡Joder! No era él, ¿de acuerdo? ¿Qué estáis haciendo vosotros aquí?

      Los ojos color miel de Lash se ensancharon durante un momento por la sorpresa, e inmediatamente Jeremy se sintió culpable por haberles hablado de malas formas.

      —Lo siento. He sido un poco grosero. ¿Qué ocurre?

      —No hay problema. Lo pillo —dijo Lash—. Sé que ha sido duro para ti. Ha sido duro para todos nosotros. Pero queremos que vuelvas a casa.

      —No estoy listo. —Ni mucho menos.

      —No tienes elección, amigo mío —dijo Uri—. No nos resulta fácil decirte esto. Michael ha pedido que vuelvas y ha reunido al tribunal de arcángeles.

      —Qué ha hecho ¿qué? Debes estar equivocado. —Jeremy fue preparado para entrar en el tribunal de arcángeles cuando le hicieron arcángel de la muerte. Esto era malo. Muy malo.

      —Me temo que no lo estoy. Te van a llevar a juicio por desobediencia.

      Jeremy sintió que el estómago se le hundía. No podía creer lo que estaba oyendo. El último arcángel en ser llevado a juicio fue su padre.

      —¿Y si no regreso?

      —Debes hacerlo —dijo Uri tremendamente serio.

      —Lo hará, Uri. Tío, relájate —Lash se rió nerviosamente—. Mira, Jeremy, toda la familia te está esperando. Y Naomi también.

      Jeremy notó vacilación en su voz. Incluso si regresaba, ya no sería lo mismo. Sabía que sería castigado por su desobediencia. Le desterrarían como hicieron con Lash.

      El hecho de pensar que los arcángeles le iban a desterrar hacía que le hirviera la sangre. ¿Acaso todos los años de servicio desinteresado no significaban nada para ellos? Él era el más leal de los siervos, y para una vez que quería, o más bien, necesitaba un descanso, querían juzgarle por desobediencia.

      Claro que no. No iba a volver. De ninguna manera.

      —No. Me quedo aquí. —Se sorprendió a sí mismo por lo calmado que estaba al decirlo. Estaba incluso un poco feliz. Bueno, ¿y qué si le desterraban? Él ya se había autodesterrado. La pena que le impondrían sería que no podría regresar cuando quisiera. ¿Cuánto tiempo duraría? ¿Diez? ¿Veinte años?

      Se produjo un golpe de silencio antes de que Lash y Uri saltaran al mismo tiempo.

      —Jeremy, debes reconsiderarlo.

      —¡Ni pensarlo, hermano! Te llevaré a rastras yo mismo si tengo que hacerlo.

      Jeremy levantó la mano, silenciándolos a ambos.

      —Esto es lo que quiero hacer.

      —Podemos encontrar una solución —dijo Lash—. Naomi...

      —Esto ya no tiene que ver con ella. Tiene que ver conmigo. No puedo explicarlo.

      Apenas era capaz de comprenderse a sí mismo. No quería regresar. Quería quedarse. Tal vez estaba siendo un terco. Y si de verdad fuera honesto consigo mismo, vería que su versión inmadura estaba tratando de hacérselas pagar a su versión de hombre, o más bien a los arcángeles.

      —Dile a la familia que estoy bien y que no se preocupen —dijo Jeremy, acallando los argumentos de Lash. No quería dejar a su consternado hermano, pero tenía que marcharse antes de que cambiara de opinión.

      —¿Estás loco? —gritó Lash—. Que le diga a la familia que no... Lo siento, hermano, tengo que hacerlo.

      Se escuchó un fuerte gruñido y a continuación Jeremy sintió un golpetazo en la espalda. Cayó de cara contra la arena. Lash empezó a ladrar órdenes mientras Jeremy agitaba los brazos.

      —¡Rápido, Uri, cógelo por las piernas! Maldita sea, Jeremy, ¿por qué no te cortas las uñas de vez en cuando?

      —¡Apartaos de mí!

      —¡No!

      ¡Soltadme! —gruñó Jeremy, dando un empujón a Lash. Antes de que pudiese levantarse, Lash estaba de nuevo sobre él.

      —¡Que no, joder! ¡Tú te vienes conmigo!

      Jeremy volvió a apartar a Lash y por fin consiguió ponerse en pie.

      Lash resolló. La arena le cubría el pelo y la cara mientras sus ojos color miel, llenos de determinación, aguantaban la mirada a Jeremy.

      —Uri y yo sacaremos de aquí tu culo a rastras y te llevaremos a casa. ¿Verdad, Uri?

      —No podemos —dijo Uri.

      —¡Los cojones, no podemos!

      —Me refiero a que él tiene que venir por su propia voluntad. Jeremy, tienes que saber a lo que te expones si te quedas. Ahora eres más vulnerable y Saleos se aprovechará de esa vulnerabilidad.

      —Yo puedo encargarme de Saleos. —Jeremy apartó a un lado el hecho de que hacía poco tiempo estuvo vagando por el desierto de Nevada.

      —No solo tu familia te necesita. Todos te necesitamos. La guerra es inminente. Es solo cuestión de tiempo.

      —Y tienes mi palabra de que estaré a vuestro lado en el momento en que eso ocurra. —La guerra siempre parecía ser inminente y por eso Jeremy no estaba preocupado.

      —Por favor, Jeremy —suplicó Lash—. No queremos perderte.

      A Jeremy se le encogió el corazón al ver la expresión del rostro de Lash. No podía regresar. Todavía no.

      —No te preocupes, hermano. No hay nada que Saleos pueda hacer para que yo llegue a unirme a él.

      7

      Cualquiera podría pensar que se habría preocupado aunque fuera un poquito por el juicio al que Michael iba a llevarle a causa de sus acciones. Cualquier ángel en su sano juicio se habría dejado ver al menos.

      Jeremy cambió a su forma de ángel y, con un rápido movimiento de sus alas, saltó hacia el cielo. Adoraba volar. Si había una sola cosa que lamentaba, era no poder volar. Cuando Lash fue desterrado ese don le fue limitado.

      Jeremy no podría lidiar con ello. Necesitaba volar. Era todo lo que él era. No había nada como el viento golpeándole en la cara y el ruido blanco para sacar toda la basura su cabeza.

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