Minotauro. Sergio Ochoa

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Minotauro - Sergio Ochoa

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primera pista; la primera señal.

      Julia estaba segura de que el diario era un distractor, ni siquiera un referente, el mensaje debería estar oculto en la vieja librería, propiedad de Jacobo.

      La Tía Julia no tomaba como literal mucho del diario, sabía de Jacobo y sus metáforas; se divertía con ello. Podía referirse a una visita al mercado de la calle cuarta vieja como un viaje a tierra santa, los trabajos de contabilidad de sus amigos estaban citados como el zoológico y los changos; así era Jacobo Aguilar, todo un enigma; un divertido enigma.

      Capítulo 6

      Fantasmas

      El trabajo de Velarde ya es más que nada rutinario, monótono. Hace muchos años que dejó de ser tedioso; cuando le importaba invertir el tiempo en algo más pudo haberlo sido, pero ya no.

      Hacía pasado ya algún tiempo en que decidió abandonar las calles para refugiarse en el área de archivos, las rodillas ya no le daban el mejor de los servicios; el sótano del edificio que albergaba las oficinas de la policía judicial federal se había convertido en su refugio, en su santuario. Cientos de cajas apiladas y enmohecidas le brindaban su mejor compañía.

      Aunque Velare ya no patrullaba conservaba su arma de cargo, la lleva siempre consigo, abastecida. Dista mucho de ser nueva, pero le conservaba en buen estado. Haberla recibido de manos del propio Gustavo Díaz Ordaz le concedía, por decir lo menos, permiso de portación vitalicio.

      A Velarde le inquieta permanecer relegado, si bien podría admitir que al principio le resultaba cómodo tener una participación poco activa dentro del cuerpo policiaco, últimamente se desespera por sentirse oxidado, son escasas las ocasiones en que es considerado para participar en un operativo, ya no se diga en un allanamiento, no cuenta con la confianza expresa de sus jefes; conserva su puesto por sus contactos en el Distrito Federal (que cada vez son menos) y por ser el único elemento que cubre vacaciones, ausencias y tiempo extra sin chistar.

      Tanto tiempo en este autoexilio en el área de archivo le ha trastornado sin darse cuenta, los ruidos que logran filtrarse desde el exterior poco a poco se han ido transformando en una incómoda voz interior que lo molesta, que se burla de su vejez prematura, de su falta de méritos, de su soledad; le atormenta.

      Los murmullos, el barullo de oficina, las miradas que no van acompañadas de sonido alguno; todo le resulta sospechoso.

      Lo que alguna vez fuera el refugio perfecto ahora le causa ansiedad, le enturbia las ideas, lo altera al grado de sostener fuertes enfrentamientos verbales con sus colegas, todos injustificados. Está irritable; irascible.

      La gota que derramó el vaso: un tallón en el fender de su coche.

      Roberto entra a la comandancia gritando, lleno de rabia, que habrá de encontrar al autor de semejante canallada y le hará pagar por ello.

      El exabrupto de Velarde va subiendo de tono hasta pasar de los gritos a una patada al surtidor de agua, el garrafón de vidrio cae y se hace añicos contra el piso.

      El revuelo ha llegado hasta los oídos del comandante quien abandona su oficina para ver qué es lo que sucede y al confrontar la escena llama al orden a gritos, pide que limpien el lugar y le ordena a Velarde que le acompañe.

      - Velarde…Velarde… ¡Capitán Velarde!

      + ¡Sí Señor! (Velarde sale de su trance y se cuadra)

      - ¡Acompáñeme! (grita la orden)

      Lleno de vergüenza e intentando recapitular sobre lo acontecido Velarde contempla el rostro de sus compañeros quienes no dan crédito de lo sucedido: el policía con más experiencia y de carácter retraído explotó como una caldera, se expresó de una manera que nadie le conocía, lleno de cólera. Ahora lo invade un sentimiento de vergüenza casi infantil, podría decirse incluso que tiene ganas de llorar, como un niño después de la más terrible de las rabietas.

      Dentro de sí escucha una voz que celebra lo sucedido –Sí, ¡estuvo bien! ¡Que sepan que contigo no se juega!... ¡ya estuvo bueno! ¡Eres el Capitán Roberto Velarde! Hasta el comandante se cuadró, ¿Lo viste?... ¡Estúpidos!-

      Velarde no se extrañó por la aparición de esa nueva voz interior…no pudo evitar sonreír sardónicamente mientras se dirigía a la oficina del comandante, a recibir su llamado de atención.

      Capítulo 7

      Segundo Sueño

      Al llegar a su casa Jorge cayó rendido, el desgaste físico se sumó al cansancio mental -ya eran muchas vueltas de lo mismo-

      Se durmió.

      Era tan pesado su sueño que ni los zapatos alcanzó a quitarse, se quedó en la misma posición durante mucho tiempo, pero a la hora del sereno su cuerpo comenzó a estremecerse, al interior de su sueño apareció él mismo sentado ante una mesa donde estaba servido un gran banquete, sonrió al levantar una copa de vino, al descansarla sobre los labios dio un gran trago cerrando los ojos, pero al abrirlos encontró sentada frente a él a la rubia: “Te dije que volvería!”

      El sueño comenzó a inquietar su cuerpo que de pronto luchaba contra la colcha y las almohadas para darse espacio, pero sin lograr despertar. Al interior de su mente la escena transcurría, pero ya en otra lid, la inquietud se detuvo y ahora ante esa mesa enorme únicamente estaban frente a él una botella de vino y dos copas, la misteriosa mujer rubia ya no estaba frente a él, sino a un lado, en una actitud cordial, aunque nunca pasiva.

      Pareciera que había cierta y cómoda familiaridad entre ambos, Jorge bebía de su copa de vino y miraba ya más tranquilo el rostro de la mujer que tenía por compañera, en la realidad era una práctica habitual, estar al lado de una chica en la sobre mesa, salir de juerga y tomar un trago… había cierta similitud, aunque esto era un sueño y la postura receptiva de Jorge era más bien algo reverencial, de mayor respeto, a final de cuentas se trataba de una mujer adulta, más grande que él pero tampoco vieja. De hecho, su rostro era exactamente el mismo que creía recordar de niño… una blusa de color blanco con escarola servía de lienzo a un antiguo relicario que pendía de su cuello, se cubría con un saco tipo chaquet de color rojo púrpura oscura, muy parecido al reflejo que despedía el vino al reposar la copa sobre la mesa; un abultada pero bien peinada cabellera despedía un inmenso brillo, era un resplandor hipnótico. Jorge nunca había visto a una mujer tan descaradamente rubia y en esta ocasión, ya fuese por su edad, y fuese por la reincidencia del asunto descubrió en esta mujer una sensualidad que anteriormente no había advertido.

      Al parecer la mujer se dio cuenta de cómo era ahora vista por Jorge y no se incomodó en lo absoluto, muy por el contrario, se sintió halagada, sirvió ambas copas de una botella que parecía no tener fin e hizo cimbrar las paredes de ese comedor onírico con una potente voz que iba cargada de marcialidad, presencia y sugerida calma:

      - “buenas noches, Jorge, ¿cómo has estado?”-

      -buenas noches… bien, gracias. –respondió Jorge puntual, seco.

      - “no te incomodes Jorge, bebe un poco más y platícame: ¿Qué es de tu vida? ¿Te sientes bien aquí, en la capital? ¿Qué te ha parecido el vino? Esta variedad de uva es mi favorita…”

      -sí, todo bien. Ya son muchos años aquí en Chihuahua

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