No creas todo lo que ves. Mariela Peña

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No creas todo lo que ves - Mariela Peña Zona Límite

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despierta todas las mañanas con un

      desayuno de caracteres y favs.

      Su príncipe azul

      no le habla ni la escucha, pero le

      escribe a toda hora.

      Su príncipe azul

      es genial, es popular,

      le baja la luna si ella se lo pide.

      Ella se lo agradece.

      El otro, en cambio,

      no tiene auto, pero siempre le recuerda

      lo mejor de sí.

      Le respeta los “sí”, los “no” y los “no sé”.

      No se peina, no es lindo, no está a la moda.

      La deja sola cuando quiere estar sola,

      la acompaña cuando le empieza a doler la soledad.

      No la lleva a ningún lado, no va adelante;

      van juntos, en el mismo plano, del mismo horizonte.

      Y no le baja la luna ni a palos,

      porque ella sabe que a él nunca le tiene que pedir

      que le dé lo que le pertenece.

      Había subido el poema una semana atrás. No pudo contener las lágrimas al recordar la situación en la que ella se encontraba en el momento preciso en que, según sus cálculos, Thiago estaba escribiendo ese hermoso poema para ella porque, lo sabía, lo sentía: era para ella. Tomó el celular que yacía sobre su cama y abrió el chat de Thiago. Estuvo un largo rato dudando si escribirle o no. Su última conexión había sido quince minutos atrás. Escribió, borró, volvió a escribir, volvió a borrar. Cerró los ojos, suspiró, se sintió una tonta. Volvió a abrirlos con fuerza, juntó coraje.

      Él estaba en línea y leyó el mensaje casi al instante. Las tildes se tiñeron de celeste ante sus ojos. Se desconectó. Mierda, me clavó visto. Se puso nerviosa, tuvo mucho miedo. A los pocos minutos, respondió.

      Te amo, boludo, por favor, dame una oportunidad, lo pensó, lo escribió, lo borró, tardó en volver a tipear.

      No se le ocurrió una excusa mejor, no se animó a decirle la verdad. Mientras Thiago chequeaba esa información que no le interesaba en lo absoluto, cerró los ojos y apoyó el celular en su pecho, como intentando acercarlo a su corazón, meterlo ahí para que no se fuera nunca.

      No se animó a decirle que su texto de Wattpad se le había hundido en el pecho. No se animó a decirle que lo quería con el alma. No se animó a nada y la charla únicamente le sirvió para confirmarle que con Thiago todo estaba roto.

      Capítulo 4

      ¿Quién era “Miel”? ¿Por qué había respondido el tuit de Lola? ¿Por qué la defendía? ¿La conocía o se trataba de una casualidad? Sea como fuere, le intrigaba saber de quién se trataba. De foto de perfil tenía una extraña pintura de dos bocas como de hilo, a punto de encontrarse en un beso. Tenía muchos seguidores, 2500 para ser exactos, y lo extraño es que apenas seguía a dos usuarios: Polo Estrada y Mirel Lynch, dos de sus poetas contemporáneos preferidos. Solo a esos dos usuarios, a nadie más. Muy extraño. Sus tuits eran frases profundas con mucho vuelo poético, más de una mala palabra y ni un rastro de banalidad del estilo “me aburro, alguien que me hable”, tan habitual en los perfiles de cualquiera.

      “Miel”, la palabra le sugería dulzura, té, abejitas, naturaleza, amarillo, aguijón. Se imaginó una chica de su edad, quizás un poco más grande. Sabía que era de su barrio porque era uno de los pocos datos que podían leerse en su descripción: “La Esmeralda y Los Stones, mis lugares en el mundo”. A juzgar por sus tuits, era amante de los libros, el cine y el chocolate amargo. Escribía correctamente, con signos de interrogación y exclamación de cierre y apertura. No retuiteaba nunca nada, tampoco había fotos ni placas de frases apócrifas o cursis. Se percibía a una persona con pensamientos profundos y optimistas; no podía ser sino alguien con buen humor, una habitué de la risa. Pensó en cuánta falta le hacía una persona así en su vida, en lo bien que le haría intercambiar palabras, tiempo, ideas, con alguien así. ¿Qué puedo perder?, pensó.

      A pocas palabras de empezar la charla, Miel le hablaba como si la conociera de toda la vida. Le dio algunos consejos sobre cómo manejar el asunto de Lola y Julián en las redes, pero rápidamente cambiaron de tema, se dieron cuenta de que tenían mucho en común y que por eso la conversación era tan entretenida. Pasaron las siguientes horas charlando y haciéndose compañía, mientras hacían sus cosas. Ámbar acompañó a Miel a regar el cantero de la entrada de su casa y Miel fue con Ámbar a llevar a Agua, su perrita, a dar unas vueltas por la placita de enfrente. Se sentían presentes y reales. Hablaron de Mirel Lynch, de Polo Estrada, de las series que habían visto y se recomendaban mutuamente, de sus comidas favoritas, de sus sueños, de si creían en el destino o creían en la suerte, pasaron por muchos temas. Miel le recordaba lo lindo de mantener una charla con alguien que te hace reír y hace que tu mente trabaje a tu favor, en lugar de pasar horas enroscándose en conversaciones pesadas de chusmerío, frivolidad y peleas. A cada palabra se imaginaba su cara, sus gestos, su estilo. La pensó rubia, de pelo larguísimo y flequillo cortito, anteojos hipsters, más por look que por necesidad, con un piercing en la nariz y quizás algún otro en el ombligo o en el lóbulo de la oreja, y, sobre todo, con una voz dulce, acorde a lo que sugería su user. La imaginó vestida con ropa colorida y suelta, con auriculares alrededor de su cuello, algún colgante de su banda preferida y una mochila repleta de libros, cuadernos y lapiceras. Le encantaba la idea de hacerse amiga de Miel.

      Dejó el celular, agarró el banquito de madera que su papá le había hecho cuando era chiquita y que aún conservaba, y fue hasta su enorme placard. Lo abrió de par en par, se miró un buen rato en el espejo que había del lado de adentro de una de las puertas. En silencio, sin hacer ni un solo sonido, solo se observó.

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