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Madagascar - vvaa Petit Futé

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expresión conflicto étnico, ampliamente utilizada por los medios de comunicación europeos durante las pasadas crisis políticas, sirve a los intereses de quienes, quizás inconscientemente, fantasean con una ideología colonial en la que el mundo «civilizado» debe luchar contra los «bárbaros», cuando no es posible educarlos. Lyautey, en una carta de octubre de 1900, se expresó como sigue: «El indígena, en su concepción rudimentaria, ciertamente ve el interés en hacer prosperar a su país, pero le gustaría lograr este resultado con el menor trabajo posible. El colono, con la perseverancia y el trabajo arduo que son el noble privilegio de nuestra raza, no puede dejar de tener como objetivo primordial, absolutamente legítimo, tener éxito con esfuerzos.»

      Jean-Aimé Rakotoarisoa recuerda, en una reflexión brillante: «¿No habrán sido todos los malgaches, por definición, en algún momento de su historia, primero un país costero?» Los intentos de dividir el país en microestados federados no se corresponden en absoluto con la realidad malgache. Lyautey (¡aún así!) nos ilustra un poco más sobre el propósito de tal disociación entre los pueblos de la costa y los merina del interior, entre los de pelo liso y los de pelo encrespado, hace apenas un siglo: «Si hay costumbres y hábitos que respetar, también hay odios y rivalidades que debemos desenterrar y usar para nuestro beneficio, al oponer los unos a los otros, apoyando a unos para derrotar con mayor facilidad a los otros.» Y Guilhelm Beauquier recordó en 2002: «La visión francesa de Madagascar apenas ha cambiado desde Gallieni: por un lado están los merina de las altas mesetas, engañosos y arrogantes, que deben ser controlados y menospreciados, y por otro lado están las costas explotadas y humilladas, que deben ser defendidas y promovidas. Este maniqueísmo no es inocente: se forjó deliberadamente para servir a la colonia en el pasado y sirve a los intereses estratégicos, políticos y financieros de hoy.»

      Podemos ir aún más lejos: las 18 tribus de las que todo el mundo habla fueron establecidas por la administración colonial a principios del siglo XX. No necesariamente cubren entidades homogéneas. En realidad, podría ser más apropiado referirse a culturas regionales, como en el caso de los andaluces, los extremeños o los castellanos..., o de regiones culturales.

      Cada una de estas culturas se refiere a Tanindrazana como «la tierra de los antepasados». Y cada ceremonia de culto reúne a los pueblos de toda la isla. Durante su viaje, usted probablemente escuchará alguien de la costa (a menudo ya vinculada a un estilo de vida occidental) burlándose de la gente de Tana, o a la gente de Tana atacando a los habitantes de la zona costera. Pero esta controversia no es en absoluto étnica: se refiere, como suele ocurrir, a cuestiones más bien políticas y socioeconómicas.

      Tal como en Europa, muchas veces, en las regiones se protesta contra las capitales, en Madagascar, en las costas (recordemos que es una terminología inapropiada) se protesta contra los merina, porque ellos, sobre todo política y económicamente, gobiernan el país, quizás en detrimento de las otras regiones de Madagascar. Digamos, pues, que una clase ampliamente explotada y oprimida, pero no costera o merina, se opone a una clase burguesa y dominante que vive mayoritariamente en Antananarivo (el centro de toma de decisiones de la Gran Isla), también sin ser especialmente merina o costera.

      En definitiva, el conflicto es económico y no geográfico. Los gobiernos de Tana son criticados, no quienes viven allí. ¿Se le ocurriría a alguien en España considerar que la oposición entre madrileños y barceloneses durante los partidos de fútbol es de origen étnico? Madagascar, una isla mestiza, conforma una mezcla donde casi es posible viajar alrededor del mundo en un solo viaje. Y tal como señaló la reina Ranava-lonamanjaka en una carta a su homóloga británica, la reina Victoria, «Mi país no es parte de Europa, ni de Asia, ni de África, es una isla en los mares y si se deja sola, continuará progresando».

      Los distintos pueblos

       Antaifasy: «los que viven en la arena». Se agrupan alrededor de la ciudad de Farafangana, al norte de Tôlanaro. Tienen unas leyes tribales muy estrictas. Siempre han sido más o menos independientes de los merina, no conocemos realmente sus orígenes. Se dividieron en tres grupos: los randroy, los andrianseranana y los marofela.

       Antemoro: «los de la orilla». Viven al sur de los betsimisaraka, alrededor de Vohipeno, donde se conservan los restos de sus antiguos reyes. Son descendientes de árabes. Algunos nobles incluso conservan la escritura árabe o sorabé, así como la práctica de la adivinación mediante semillas o sikidy. Su técnica de fabricación de papel se ha difundido más allá de la Gran Isla.

       Antaisaka (o antaisakalava): «los que provienen de los sakalava». Viven al sur de los antaifasy, cerca de Tôlanaro, en la región de Vangaindrano. Aquí, la influencia del islam es muy débil. Se dice que el príncipe sakalava Andriamandresy abandonó su región para fundar un nuevo reino que daría origen a este pueblo. En 1852 se rebelaron contra sus ocupantes merina, quienes tuvieron que establecer un gobierno más flexible.

       Antambahoaka: «descendientes de Rabeva-hoaka», «los de la comunidad». Viven al sur de los betsimisaraka, hasta Tôlanaro. Su capital era Mananjary. Su origen árabe es indiscutible: un elefante de piedra que todavía se puede admirar cerca del pueblo de Ambohitsara fue traído desde La Meca por Raminia, fundador del clan. Su hijo, Rabevahoaka, dio su nombre a todo el grupo.

       Antandroy: «los de la tierra de las espinas». Llamados así por la abundancia de cactus en esta región del sureste, cercana a Tôlanaro, que utilizaban como medio de protección contra los invasores y como alimento para los rebaños. Una leyenda cuenta que su antepasado, Raminia, vino de Arabia entre los siglos V y VII d. C., y hay rasgos árabes en este pueblo, muy aficionado a los conocimientos astrológicos y a la adivinación. El aislamiento que confiere esta región a priori inhóspita les ha permitido preservar una profunda identidad cultural. Los antandroy, cazadores y pastores, raramente se separan de su lanza (emblema del guerrero) y obedecen reglas tradicionales y espirituales muy estrictas.

       Antankarana: «los de Ankarana, del país rocoso». Viven en el extremo norte de la isla, desde el cabo de Ámbar hasta el río Sambirano. Son una mezcla de los sakalava y los betsimisaraka. Muy influenciados por del islam. Creen en las deidades naturales (árbol, planta, montaña, agua...).

       Antanosy: «los de la isla». Ocupan el área alrededor de Tôlanaro. Su nombre proviene de una isla en el río Fanjahira, de donde provenían los caciques primitivos. Esta poderosa tribu fue sometida por los merina, lo que provocó un éxodo masivo a las tierras occidentales entre 1830 y 1845. El nuevo grupo tomó el nombre de antanosy emigrados. Son buenos agricultores de arroz y pastores, pero también herreros y carpinteros.

       Bara: se desconoce el origen de este nombre (¿bantú quizás?). Viven al sur de los betsileo, divididos en clanes, y realmente no han sufrido la autoridad de los merina. Su tradición quiere que los jóvenes roben cebúes para afirmar su valentía antes de casarse.

       Betsileo: «los numerosos invencibles». Su capital era Fianarantsoa, y es posible que sean originarios de

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