E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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E-Pack Jazmín B&B 1 - Varias Autoras Pack

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encima de la mesa. Yelena se fijó en que Chelsea se ruborizaba al mirar al chico y luego bajaba la vista al mantel.

      Ella sonrió y miró a su madre.

      Había visto fotografías de la madre de Alex en alguna revista del corazón. Lo cierto era que había envejecido bien, casi no tenía arrugas, ni había canas en su pelo corto, de color castaño.

      –¿No llevaba el pelo largo hace poco? –le preguntó con curiosidad.

      Si no hubiese estado observando tan de cerca a Pamela Rush, no se habría dado cuenta de que le habían temblado ligeramente los labios antes de contestar:

      –A veces, es necesario un cambio.

      Yelena asintió y apartó la vista para disimular la vergüenza. Claro. Aquella mujer había perdido a su marido, su hijo había sido acusado de asesinato. Había personas que huían, otras, que se daban a la bebida. Otras se quedaban destrozadas. Y Pamela Rush se había cortado el pelo.

      –Bueno, ¿y qué te trae por Diamond Bay, Yelena? –le preguntó esta.

      Ella miró a Alex, que arqueó una ceja, como invitándola a contestar.

      –Necesitaba trabajar sin distracciones…

      –Y relajarse un poco también –añadió Alex con naturalidad, sonriendo.

      –Pues estás en el lugar perfecto –comentó Pam.

      Mientras esta se servía leche en el café, Yelena pensó que era una mujer que sonreía con sinceridad, era educada, desenvuelta. Deseó poder anotarlo todo, pero tendría que esperar. En su lugar, tomó un sobre de azúcar y echó su contenido en el café solo.

      Bajó la vista un momento para mirar a Alex. Parecía tranquilo, la expresión de su rostro relajada. Hasta le pareció ver aprobación en su sonrisa.

      Eso le gustó tanto que se estremeció. «No es tu primera campaña», se advirtió a sí misma. «No puedes permitir que la satisfacción de un cliente se te suba a la cabeza».

      –¿Gabriela está en el extranjero? –preguntó Chelsea de repente, apoyando los codos en las rodillas.

      Desconcertada, Yelena tomó su taza de café y se la llevó a los labios antes de mirar a la adolescente.

      –Esto… sí.

      –¿Para toda la temporada de la moda? Empieza en septiembre, ¿no? Con Nueva York, luego Londres, Milán y París.

      Yelena ya le había dado un sorbo al café hirviendo cuando se dio cuenta de que se había llevado la otra mano al colgante que llevaba puesto. Instintivamente, miró a Alex, que tenía el ceño fruncido, y bajó la mano de nuevo.

      –¿Cómo lo sabes? –le preguntó a Chelsea sonriendo–. Gabriela no… –tragó saliva antes de continuar–. Hace años que no trabaja de modelo.

      –Sé que es agente de Cat Walker Models, en Sídney, ¿verdad? Sigo el blog de la agencia. He leído que iban a mandar a gente para seguir los desfiles, y he imaginado que habrían elegido a Gabriela.

      Yelena sintió que se le encogía el corazón de dolor, pero consiguió devolverle la sonrisa a Chelsea.

      –Creo que lo tuyo por la moda es más que un poco de interés –le dijo.

      –Sí –murmuró la chica, apartando la vista y haciendo una mueca.

      Cuando volvió a mirar a Yelena, lo hizo de forma… diferente. Más dura. Como si hubiese cumplido diez años en dos segundos.

      –Pero papá siempre decía que era una pérdida de tiempo.

      Luego tomó su batido y empezó a chupar la pajita.

      Yelena miró a Alex, pero no consiguió sacar nada de sus contenidos ojos azules.

      «Demasiado contenidos», pensó ella, sin poder evitar preguntarse qué estaba pasando allí. Intentó atar cabos, pero no sacó nada tangible. Solo tenía la sensación de que Alex no le había contado toda la verdad. Después de meses, años, coqueteando a escondidas y charlando en distintos actos sociales, podía sentirlo. Lo sentía siempre que se hablaba de la familia Rush. Y lo sentía después de haber compartido con él tres momentos clandestinos de apasionados besos.

      En uno de los raros momentos de perspicacia de Gabriela, su hermana había comparado a Alex con un volcán inactivo: bello y tranquilo por fuera, pero toda una masa de fuego por dentro.

      «Cuídalo, Yelena. Es uno de los buenos».

      Yelena miró fijamente su taza. Se maldijo. Había intentado olvidar el consejo que le había dado Gabriela del mismo modo que se había obligado a sí misma a no pensar en Alex, pero las cosas volvían a complicarse.

      De repente, dejó la cucharilla encima del plato y se echó hacia delante.

      –Te diré una cosa, Chelsea. Conozco a varias personas en Sídney que, si te interesa, podrían conseguirnos entradas para el desfile de David Jones del mes que viene.

      Chelsea abrió los ojos como platos.

      –¿De verdad?

      –Si a tu madre le parece bien, por supuesto.

      –¿Mamá? Por favor, por favor, por favor.

      –¿Y tus entrenamientos? –inquirió Alex–. ¿Y las clases?

      La joven lo desafió con la mirada.

      –¿Qué?

      –Pensé que estabas centrada en el tenis –comentó su madre.

      Chelsea miró el mantel y murmuró algo ininteligible.

      –¿Qué? –preguntó Alex.

      –He dicho que dudo que haga nada.

      –Entonces, ¿quieres dejarlo? –le preguntó él, visiblemente molesto–. ¿Es eso lo que quieres? ¿Después de tanto tiempo y tanto esfuerzo?

      La expresión de Chelsea se ensombreció.

      –¿Por qué no empiezas a gritarme que te has gastado miles de dólares en mi carrera como tenista? Así sí que te parecerías realmente a papá.

      Si Chelsea lo hubiese apuñalado con su cucharilla, Alex no se habría mostrado más dolido.

      –Cariño… –intervino Pam.

      Yelena observó la situación fascinada, pero desconcertada.

      –Si lo deseas tanto… –empezó Pam.

      Chelsea se puso en pie de repente, con el rostro colorado.

      –No te atrevas a repetir las frases de papá. Ahora no, no después de…

      –¡Chelsea! –la regañó Alex.

      Ella lo miró con el ceño fruncido.

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