E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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a hacerlo público. A pesar de todo lo que hizo, a pesar de que os decepcionó, yo la quería –dijo, y la voz se le quebró en ese momento.

      –Por supuesto que la querías. Todos la queríamos –dijo Carlos enseguida.

      –Pero era imposible de controlar, egoísta –añadió su madre–. Incluso cuando nos trasladamos aquí, siguió siendo una chica temeraria. Y tú lo sabes.

      –Cuando tenía dieciséis años –replicó Yelena, exasperada–. Después quiso dejar su pasado atrás, pero vosotros no se lo permitisteis.

      –¡Ya es suficiente, Yelena! –rugió su padre, sobresaltándolos a todos.

      Un segundo después, Bella empezó a lloriquear.

      Yelena se la cambió de hombro y le dio unas palmaditas en la espalda.

      –A todos os venía bien utilizarla como ejemplo, pero no se lo merecía. Era mi hermana. Y si así es como tratáis a la gente en esta familia, prefiero no formar más parte de ella.

      Todos la miraron sorprendidos durante varios segundos y Yelena sintió que había ganado.

      Se dio la vuelta, salió del salón y anduvo por el pasillo. Después abrió la puerta principal de la casa y una ráfaga de aire frío le golpeó la cara.

      «¿Qué has hecho?», se preguntó.

      Sintió pánico, tuvo dudas, pero siguió adelante. Bajó las escaleras y fue hacia el coche que seguía esperándola.

      «Lo has hecho. Eres libre». Y en vez de sentirse sola, se sintió aliviada y contenta.

      Apretó a Bella contra su pecho. Estaba sola y, sí, tenía miedo a lo desconocido, pero ya lo había superado antes. Volvería a hacerlo.

      –¡Yelena!

      Se giró y vio a Carlos, que corría hacia ella. Se detuvo justo delante y sonrió.

      –Mira, creo que te debo una disculpa.

      –¿Por qué? –le preguntó ella.

      –Por lo que ocurrió el sábado por la noche. Había tomado un par de copas y las cosas se me fueron de las manos.

      Yelena se quedó en silencio, seguía dolida con él.

      –Lo siento, ¿de acuerdo? –repitió Carlos, dedicándole una encantadora sonrisa.

      Ella, en vez de sonreírle también, se mantuvo impasible.

      –Espera, deja que te ayude –le dijo, abriéndole la puerta del coche.

      Yelena se preguntó qué querría con aquel comportamiento.

      –¿Todavía… lo estás viendo? –preguntó Carlos por fin.

      Ella dejó al bebé en la sillita del coche y respondió:

      –Es mi cliente.

      –Entonces, deberías saber que me ha llamado esta mañana y me ha amenazado.

      Yelena pensó que aquel no era el estilo de Alex, pero no se lo dijo a su hermano.

      –¿Y por qué me lo cuentas? –le preguntó en su lugar.

      –Porque necesito tu ayuda. Sé que es mucho pedir… y en otras circunstancias no lo haría…

      –Carlos…

      –Si pudieras hablar con él, convencerlo tal vez de que no…

      –No –lo interrumpió ella, poniéndose las gafas de sol–. Te lo diré solo una vez. El sábado os oí a Alex y a ti. Y aunque seas mi hermano y te quiera, no puedo confiar en ti. Has hecho daño a demasiadas personas, incluida yo, así que no puedo ayudarte.

      Yelena se giró para entrar en el coche y Carlos golpeó la ventanilla con la mano.

      –¿Así que lo prefieres a él, antes que a tu familia?

      Ella suspiró. Ya no podía tener más roto el corazón.

      –Sí.

      Carlos se quedó sorprendido y ella no sintió ninguna satisfacción al verlo a través de la ventanilla. El coche se alejó por última vez de allí y ella supo dónde tenía que estar: con personas que necesitasen su amor y su apoyo, personas que se habían visto muy perjudicadas por alguien a quien ella había querido. Tenía que reparar el daño que se había hecho.

      Y, poco a poco, el dolor de su corazón empezó a menguar.

      ERA martes. Hacía dos días que se había marchado Yelena. Habían sido dos días muy duros, llenos de trabajo y mucho café. Dos días sin Yelena.

      Llevaba una hora subido en su moto, en la carretera, pero por lejos que fuese, no podría dejarla atrás. No podía olvidar la última noche que habían pasado juntos. Y no podía evitar querer cosas, cosas que Yelena podía darle.

      Recordó su vientre perfecto, sus caderas perfectas, sus pechos perfectos. Y, entonces, frunció el ceño. Toda su piel era perfecta. No había en ella estrías, ni la cicatriz de una cesárea.

      Entonces sintió ira, y después, dolor. Yelena le había mentido.

      Volvió a subirse a la moto y volvió a Diamond Bay. Tenía que saber la verdad.

      Al llegar al complejo, entró en el despacho que le había asignado a Yelena, que estaba vacío, sacó su teléfono móvil y fue a marcar, pero entonces le llegó un mensaje: Entrevista de Pamela Rush.

      Se suponía que su madre y su hermana estaban de compras en Sídney. Sintió pánico, notó cómo se le aceleraban el corazón y la respiración. Continuó leyendo el mensaje de una tal Leah Jackson, de Bennett & Harper.

      Era confidencial, así que se lo debían de haber mandado a él por error. Al bajar en el mensaje, Alex encontró el mensaje original que Yelena había enviado a la productora del programa:

      Gracias por hacernos un hueco el martes, Rita. Mi clienta está deseando que el público oiga su historia y estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo en que es una historia increíble. Gracias por darnos el visto bueno final, estoy segura de que no habrá ningún problema.

      Alex se dejó caer en el sillón. Y un segundo después, estaba hablando por teléfono:

      –Soy Alex Rush. Organizadme un coche y preparad el avión. Quiero salir para Canberra en veinte minutos.

      Yelena observó cómo maquillaban a Pam.

      –¿Estás segura de que quieres que esté aquí, contigo?

      –Por supuesto, todo esto es posible gracias a ti –le respondió ella.

      No obstante, Yelena se sentía culpable. Alex era su cliente, y la acusaría de haber hecho aquello a sus espaldas. Y tendría razón.

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