E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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cerró el ordenador.

      –Por supuesto. Siéntate. ¿Quieres tomar algo?

      –Un té con hielo –dijo Pam automáticamente, sonriendo al camarero que acababa de acercarse.

      Yelena esperó a que Pam se quitase las gafas y las dejase encima de la mesa.

      –Te marchas hoy –le dijo esta después de unos segundos.

      –Sí –contestó ella–. Voy a necesitar formar un equipo para seguir trabajando.

      –¿Y a Alex le parece bien? –preguntó Pam sorprendida.

      –Lo de anoche fue solo el principio. Todavía tengo mucho trabajo –contestó ella.

      –Qué pena. Chelsea y tú os entendéis tan bien.

      –Es una chica estupenda.

      Pam asintió.

      –Gracias. Ha estado enfadada durante mucho tiempo, y no quería hablar con nadie hasta que llegaste tú. Por eso he venido –admitió Pam–. Necesito que organices una entrevista.

      –¿Para ti? –le preguntó Yelena.

      Pam asintió. En su mirada había orgullo, sinceridad. Y miedo.

      –¿Lo sabe Alex?

      –No. Intentaría convencerme de que no lo hiciera –admitió Pam–. Lo quiero, Yelena, pero se responsabiliza demasiado de su familia. Siempre ha sido mi pequeño protector, desde que era niño. Necesito hacer esto por mí.

      –Está bien.

      –Gracias –le dijo Pam, haciendo un silencio antes de continuar–. También quería hacerte una pregunta personal. Lo siento, pero llevo dándole vueltas desde que llegaste.

      –Sea lo que sea, intentaré responderte –le dijo Yelena.

      –Tengo que saberlo. Es tu… Quiero decir, antes de esto, ¿Alex y tú…?

      –No –respondió Yelena–. ¿Por qué lo preguntas?

      –Gracias por ser sincera. Es evidente que mis ojos me han jugado una mala pasada. Desde que vi a tu hija… –se echó a reír, como avergonzada–. Bueno, Bella es idéntica a Alex y a Chelsea de bebés, la misma nariz, la misma barbilla. Y me he dado cuenta de que hay química entre Alex y tú. Será que tengo muchas ganas de ser abuela –se levantó de la silla–. Será mejor que te deje volver al trabajo. Gracias.

      Yelena vio marchar a Pam. Frunció el ceño. Era raro. Muy raro. Como si Bella pudiese ser…

      De repente, una idea terrible, ridícula, la asaltó. No podía ser, Gabriela se lo habría dicho.

      No era posible que su hermana le hubiese mentido mientras se desangraba en el pequeño hospital, nada más dar a luz. Aunque también era posible que Gabriela no supiese quién era el padre de la niña.

      Abrió su diario y buscó el calendario del año anterior, contando.

      Alex y Gabriela habían salido juntos desde el mes de mayo. Fijó la vista en el mes de julio, en el que habían ocurrido muchas cosas. Gabriela había vuelto de Madrid, había tenido lugar el baile de la embajada. Alex la había besado.

      ¿Qué se suponía que debía hacer después de aquello?

      EMOCIONALMENTE agotada, Yelena ni se inmutó cuando vio al chófer de su familia nada más llegar al aeropuerto de Canberra. Se metió en el coche de su padre y sentó a Bella para recorrer en silencio el trayecto hasta la residencia de los Valero, situada en el lujoso barrio de Yarralumla.

      Al llegar frente a la casa, el coche se detuvo y Yelena bajó con Bella en brazos. Observó la construcción, impresionante, pero nunca había sido su casa, sino la de sus padres.

      En el salón, sentada en el sofá estaba su madre, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y la falda tapándole las rodillas. Su padre estaba detrás, serio, con el ceño fruncido. A la izquierda, Carlos estaba apoyado en la barra, con un vaso lleno de un líquido color ámbar en la mano.

      –¿Qué es esto, una reunión? –bromeó Yelena, agarrando con fuerza a Bella.

      Una empleada entró en el salón y esperó. Yelena frunció el ceño.

      –Deja que Julie se ocupe del bebé –le ordenó su padre.

      –¿Por qué? –quiso saber ella.

      –Porque tenemos que hablar.

      –Pues habla –replicó Yelena, fulminando con la mirada a Julie, que se había ruborizado.

      –Dios –dijo Juan, suspirando y haciendo un gesto a la muchacha para que se marchase–. Vale. No hace falta que te recuerde, Yelena, que no estoy contento con tu relación con Alexander Rush.

      Yelena miró a Carlos, que también la miró mientras bebía de su vaso.

      –No solo te afecta a ti –continuó su padre–. Nos afecta a toda la familia.

      –¿Cómo?

      –La gente habla, Yelena –intervino María–. Tu padre, esta familia, tiene que mantener una reputación en esta comunidad. Los rumores y las malas lenguas pueden dañarla de manera irreparable.

      –¿Como ocurrió con los rumores relacionados con las infidelidades de William Rush?

      No fue a su madre a quien quiso atacar Yelena con el comentario, pero su cambio de expresión la dejó satisfecha. Carlos había entrecerrado los ojos un momento.

      –Sí –contestó Juan–. Cuanto más trates con los Rush, más daño nos causarás.

      Yelena suspiró y acarició a Bella. Estaba cansada de juegos.

      –Siento que opines así, papá. Bennett & Harper ha firmado un contrato…

      –Pues incúmplelo. Nadie es indispensable, seguro que puedes pasarle el trabajo a otra persona.

      Yelena se sintió insultada y notó que se ruborizaba.

      –No, papá. Aunque quisiera, mi ascenso depende de esta campaña.

      –No te he pedido que lo dejes, Yelena –le advirtió Juan.

      –Entonces, ¿tus deseos son más importantes que mi carrera, que mi vida?

      –Estamos hablando del apellido Valero –comentó Carlos–. De nuestra reputación, de…

      –¡Estoy harta de oír eso! –espetó ella–. En especial, viniendo de ti, que te aferras a la inmunidad diplomática cada vez que te ponen una multa por exceso de velocidad.

      –Yelena –la reprendió su padre.

      –Agobiaste a Gabriela durante años con el rollo de la reputación,

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