E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras
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–Puede que yo sea más estadounidense que griega, pero mi padre era griego de los pies a la cabeza. Yo lo conocía bien.
–¿Ah, sí?
–Yo era su única hija, su protegida y luego su socia.
–Y una digna guerrera para sus tropas. Me costó mucho trabajo escapar de las trampas que me tendiste en la última negociación.
Selene había estado convencida de que lo tenía agarrado por el cuello, pero no sabía que a él lo hubiese preocupado. Aristedes Sarantos no era un hombre que se preocupase por muchas cosas.
–Pero al final lograste escapar –le dijo, recordando lo emocionante que había sido, cómo se había esforzado para seguir poniéndole obstáculos.
Él esbozó una sonrisa.
–Aunque no me resultó fácil.
Había sido muy emocionante batirse con él, aunque fuera solo un duelo legal. Había ganado tantas veces como había perdido… hasta la última vez, cuando pensó que Aristedes le tenía tomada la medida y le resultaría imposible ganarle de nuevo.
Él dejó su taza sobre la mesa y se acercó, con ese caminar suyo tan varonil, para detenerse casi cuando sus rodillas se rozaban.
Y la mirada que lanzó sobre ella casi hizo que cayera en el sofá, una mirada de ardiente admiración, de reto.
–Eres una gran abogada, la que más dificultades me ha puesto. Y me has costado mucho dinero, pero yo siempre ganaré al final.
–¿Ah, sí?
–Tengo diez años más que tú y un siglo más de experiencia. Al contrario que tú, yo estudié Derecho por una sola razón: aprender a jugar sucio y parecer limpio.
Ella lo miró, sorprendida.
–Y no entiendes la enemistad de mi padre.
–Deberíamos haber sido socios y amigos, yo lo complementaba.
–Tu visión de los negocios era diametralmente opuesta a la suya.
–¿Y por lo tanto yo estaba equivocado y él no?
–No, no he dicho eso. Tú buscas el éxito a cualquier precio…
–Así son los negocios.
–Ya, pero tú haces que la frase «el negocio es el negocio» sea un modus operandi. Mi padre no era así.
–No.
Después del resignado monosílabo, Aristedes se quedó callado durante largo rato. Y, cuando el silencio se volvió demasiado pesado, demasiado abrumador, Selene decidió romperlo.
–Me enteré de lo de tu hermano.
El hermano de Aristedes había muerto en un accidente de coche cinco días antes, pero no le había parecido aceptable que la hija de su enemigo acudiera al sepelio.
Él se sentó a su lado, con su pierna rozándola.
–¿Vas a decir que también lamentas que se haya ido?
–Lamento la muerte de alguien tan joven, pero no tenía ningún contacto con él. No el que tú tenías con mi padre –dijo Selene–. Solo intento ser tan sincera como tú.
Aristedes la miró a los ojos durante unos tempestuosos segundos y, de repente, la tomó por la cintura. Selene dejó escapar un gemido de sorpresa cuando se apoderó de su boca, sus labios eran exigentes, húmedos, su lengua le daba placer y le robaba la razón al mismo tiempo.
Fue como si se hubiera roto una compuerta. Las manos de Aristedes se unieron al ataque, deslizándose por su cuerpo, sin detenerse y sin dejarla tomar aliento hasta que se apretó contra él, sin saber qué ofrecerle más que su rendición.
Sentía una presión en el pecho, en las piernas, detrás de los ojos mientras lo agarraba por los brazos. Pero él tiró de su blusa para sacarla del pantalón y empezó a acariciarla, sus manos eran como lava contra su ardiente piel.
–Por favor…
Aristedes abrió los ojos y en ellos había un infierno. Todo en ella la empujaba a acercarse más. Necesitaba algo… no sabía qué.
¿Qué estaba haciendo? Aquel hombre era Aristedes Sarantos, el enemigo de su familia, su enemigo.
–Di que no –murmuró él, mientras la besaba en el cuello–. Dime que pare. Si no me dices que pare seguiré adelante.
–No puedo…
–Entonces dime que no pare. Dime… –de repente, Aristedes se apartó–. Theos, tengo que parar, debes irte. No tengo preservativos.
Ella tuvo que disimular su decepción. Pero no podía dejar que parase, no podría soportarlo.
–Yo estoy sana y es el mejor momento del mes para mí… –empezó a decir. Solo se había acostado con un hombre, Steve, pero cualquiera que la oyese pensaría que estaba acostumbrada a ese tipo de encuentros casuales.
Aunque daba igual. Quería aquello, lo deseaba, sentía que iba a desintegrarse si no…
–También yo estoy sano –Aristedes se colocó sobre ella, dándole lo que necesitaba, con la fuerza y urgencia que necesitaba.
Tiró de su ropa, rugiendo como un depredador cada vez que dejaba al descubierto un centímetro de piel; unos rugidos que se volvieron impacientes cuando la cremallera del pantalón se quedó atascada.
–Faldas, kala mou, debes llevar faldas…
Selene no había llevado falda desde el instituto, pero llevaría lo que él quisiera si así conseguía verlo loco de deseo.
Cuando por fin pudo quitarle el pantalón y capturar sus piernas con sus poderosas manos, las abrió y se apretó contra su centro húmedo.
Selene gritó de anticipación, de ansiedad.
Si en aquel momento sentía que el corazón escapaba de su pecho, ¿qué sentiría cuando siguiera adelante, cuando la hiciera suya?
Luego, Aristedes se puso de rodillas entre sus piernas, clavando los dientes en su trémula carne y dejando marcas que se evaporaban un segundo después. Y, sin embargo, Selene sentía como si la hubiera marcado para siempre.
–Preciosa, perfecta… –murmuró mientras tiraba de sus braguitas. Sin darle oportunidad de decir una palabra, Aristedes abrió sus pliegues con los dedos y ella gritó. Y volvió a hacerlo ante el primer contacto de sus ardientes labios. Y luego, una y otra vez, mientras lamía y chupaba su húmeda cueva, rugiendo de placer.
Pero aún deseaba más, deseaba llegar hasta el final con él.
–Contigo, por favor… contigo llenándome…
Él murmuró algo incoherente, como si su cordura estuviera derrumbándose, y se liberó del pantalón a toda