Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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–Yo no tengo tanta experiencia como tú –susurró–. Pero lo has hecho todo muy fácil. Así que, gracias.
Jamie la miró con recelo.
–No estarás a punto de darme una placa antes de decirme que me largue.
–¡No!
–Pues eso se ha parecido un poco a un discurso de despedida.
–No, era solo un agradecimiento. Te lo prometo.
Jamie se incorporó apoyándose sobre un codo para poder mirarla. Alzó la mirada y Olivia se volvió para mirarle en el espejo. Se observaron el uno al otro en silencio durante un largo rato. Parecía más fácil mostrar los sentimientos en la distancia, de modo que Olivia le permitió ser testigo de lo que sentía cuando él deslizó los dedos a lo largo de su cuello y su pecho hasta posarlos sobre sus senos desnudos. Dibujó los pezones sin dejar de mirarla a los ojos mientras ella se dejaba envolver por aquella nueva vulnerabilidad. Jamie la hacía sentirse cálida, sexy, nerviosa y triste. Todo a la vez.
La caricia de Jamie avanzó hacia el otro seno, descendió hasta el ombligo y trepó hasta los hombros. Para terminar, Jamie la agarró por la barbilla y la hizo volver el rostro hacia él. Le besó con tanta delicadeza que Olivia apenas sintió el roce de sus labios.
–Sé que te levantas pronto, ¿quieres que me vaya?
–No –respondió ella con excesiva prontitud, alarmada por la posibilidad de que se fuera.
Aquella respuesta tan rápida hizo sonreír a Jamie.
–Genial. Vamos a acurrucarnos.
Olivia le dio un cachete en el hombro y se levantó.
–Voy a cerrar la puerta con llave. El baño está ahí.
Aunque comenzó a alargar la mano hacia la bata, se obligó a detenerse y dejó caer la mano. En vez de taparse, avanzó con los tacones, apagó las luces y se aseguró de que la puerta quedara bien cerrada. Se sentía extraña caminando desnuda por su cuarto de estar. Nadie podía verla, las persianas estaban bajadas, pero aun así… Estaba desnuda, con la piel fría y el sexo todavía henchido y le parecía algo temerario. A lo mejor debería hacerlo más a menudo. A lo mejor se había convertido en una de aquellas personas que limpiaban la casa desnudas.
Sonrió mientras apagaba el último interruptor. Cuando volvió al dormitorio, Jamie estaba ya acurrucado bajo las sábanas, arropado en el lado de la cama que no debía. El lado opuesto al que ocupaba antes su ex. Olivia sonrió de oreja a oreja mientras se deslizaba bajo el edredón, disfrutando incluso de aquella diferencia. Jamie alargó los brazos hacia ella para que se acercara. Y a Olivia se le hizo extraño ser abrazada desde el lado izquierdo de la cama, en vez del derecho.
–Espera –le pidió Olivia, mientras se movía.
–¿Qué pasa?
–Nada, es solo la luz –alargó la mano y al instante los envolvió la oscuridad.
Al principio le abrazó con cierta tensión, pero era imposible estar tensa con Jamie. Su cuerpo lánguido y hundido en la cama era todo calor y relajación. Poco a poco, fue ablandándose contra él. Jamie le acarició el pelo. La fragancia de su piel llenaba los pulmones de Olivia. Podía sentir la presión de su pecho contra ella, pero se sentía flotando, suspendida en la oscuridad y anclada a él.
–Buenas noches –murmuró Jamie con la voz ronca por el sueño.
Disminuyó el ritmo de su respiración. Su mano descansaba pesada sobre su espalda. Y Olivia se permitió fingir que era suyo. Suyo de verdad.
Una idea terrible, pero eran las dos de la madrugada, había bebido media botella de vino y le importaban un comino la sensatez y la prudencia. Aquella noche podía fingir. Al día siguiente volvería a ser responsable y adulta. De momento, Jamie era suyo.
12
–Ya voy de camino –dijo Olivia por el móvil.
Fingía estar entrecerrando los ojos por culpa del sol, pero la verdad era que sonreía de tal manera que los ojos apenas se le veían.
–Más te vale no estar mintiendo –le advirtió Gwen–. Ayer por la noche te llamé por lo menos diez veces.
–Estaba ocupada –respondió Olivia mientras entraba a paso ligero en su edificio.
Se había puesto unos tacones demasiado altos para el trabajo, pero hacían un ruido fantástico contra el suelo de mármol.
–¡Ah! Así que estabas ocupada, ¿eh? Eres una brujita perversa. Te odio.
El eco de la risa de Olivia resonó en todo el pasillo y decidió que sería mejor que colgara para evitar molestar a los grupos que estaban en clase.
–¿Ahora mismo estás ocupada?
–No.
–De acuerdo. Voy a llevar las cosas a mi despacho y después me pasaré…
–Tardarás demasiado. Dejarás las cosas en tu oficina, comprobarás el correo electrónico y tu correo. Ven ahora mismo aquí porque estoy a punto de explotar.
–Vale, voy hacia allí.
Gwen todavía estaba aullando cuando Olivia colgó el teléfono y dio media vuelta en el pasillo. Su progreso fue de pronto interrumpido por la dureza del hombro contra el que chocó.
–¡Ay! –exclamó–. Lo siento.
Un hombre la agarró del brazo para sujetarla.
–No, ha sido culpa mía –dijo mientras ella se volvía hacia él. Era un hombre atractivo, quizá algo mayor que ella–. Estaba intentando adelantarte sin molestarte mientras hablabas.
–Espero que eso no signifique que me he convertido en uno de esos usuarios de móvil tan molestos.
La sonrisa de aquel desconocido le resultaba vagamente familiar, pero no era capaz de identificarle.
–Por supuesto que no. Pero, tengo que reconocer que he perdido el criterio al respecto. El año pasado tuve una cita a ciegas con una mujer que estuvo manteniendo una conversación mediante mensajes de texto durante toda la cena. Soy Paul, por cierto. Paul Summers. Nos conocimos hace unos meses.
Olivia debía de seguir pareciendo perpleja, porque la sonrisa de su interlocutor vaciló.
–Me encargué de las clases de Johnson cuando él se jubiló.
–¡Ah, sí! Lo siento. Cada vez que tengo un grupo nuevo de estudiantes, mi capacidad para recordar nombres disminuye. Venías de Chicago, ¿verdad? ¿Qué tal te va por aquí?
–Muy bien. El invierno es genial. Y, claro, mucho menos húmedo.
Olivia sonrió y se obligó a