Sin recuerdos. Rebecca Winters

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Sin recuerdos - Rebecca Winters Jazmín

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los poros de su cuerpo estaban llenos de sudor. Era incapaz de recordar nada a partir del momento que la habían llevado a ella y a su hijo a urgencias.

      La sensación de angustia que recibía de aquel hombre que no conocía la hacía sentirse incómoda y culpable, porque no podía hacer nada por evitarlo.

      Se miró la mano y vio el anillo de diamantes que llevaba en un dedo. En otro llevaba una alianza. Parecía que de verdad estaba casada con aquel hombre. Y que los dos tenían un niño.

      ¡El niño!

      Tenía que ver a Tyler cuanto antes.

      ¿Por qué no se lo habían llevado todavía?

      El médico le había dicho que estaba bien. No sabía por qué tardaba tanto.

      Deseando que aquel hombre que decía ser su marido se fuera de su lado, le preguntó:

      –¿Podrías hacerme un favor?

      –Sabes que haría cualquier cosa por ti, querida –le respondió–. ¿Qué quieres?

      –¿Podrías ir por Tyler y traérmelo?

      –¿Tyler?

      –¡Mi hijo! –exclamó, sin entender por qué se lo había preguntado tan extrañado–. Quiero ver a Tyler –le dijo, con lágrimas en los ojos–. Me dijeron que no le había pasado nada cuando me caí, pero quizá el médico ha encontrado algo después de examinarlo.

      Le dio un beso en la frente.

      –Volveré enseguida, cariño.

      Cuando salió de la habitación respiró más aliviada. Si la volvía a tocar de nuevo, o le dirigía aquellas palabras de cariño, le diría a la enfermera que no lo dejara entrar.

      Dolido por la actitud que ella había mostrado cuando él le dio el beso, Cal salió de la habitación y se fue a buscar al doctor Farr, que estaba rellenando un cuestionario. Al verlo acercarse, el médico levantó la cabeza.

      –¿Qué tal está su esposa? ¿Lo ha reconocido?

      –Todavía no –le respondió, soltando el aire que había retenido hasta aquel momento–. Pero ha llamado al niño Tyler –le explicó al médico el significado de aquel nombre.

      El médico le sonrió.

      –Eso es un buen síntoma. Parece que poco a poco va recuperando la memoria. Estoy seguro de que el doctor Harkness opinará lo mismo. Le diré que lo está esperando en cuanto quede libre.

      –Se lo agradezco. Sin embargo, hay otro problema. Diana está preocupada por el niño y quiere ver si está bien. Ya le he contado lo que le pasó en el último aborto que tuvo, por lo que no creo que sea una buena idea.

      –Entiendo sus preocupaciones, señor Rawlins. No quiere que se encariñe mucho con un niño que no es suyo. Pero, por otra parte, yo creo que es positivo no crearle más ansiedad en estos momentos. Si ver al niño la tranquiliza, puede que esa sea la mejor medicina para iniciar el proceso de curación.

      –¿Qué edad tiene el niño?

      –Yo creo que tres o cuatro días.

      ¡Tan pequeño!

      Cal sintió un escalofrío en todo el cuerpo. ¿De dónde había salido aquel niño? ¿Qué hacía Diana con él? Cada vez estaba más confuso.

      –¿Podría pedirle a alguien que le lleven al niño?

      –Tiene que estar en la incubadora. Pero veré lo que puedo hacer. Mientras tanto, vuelva con su esposa a ver si hablando con ella empieza a recordar algo.

      Cal asintió. Pero antes tenía que llamar a Roman.

      Porque estaba claro que aquel niño tenía que ser de alguien.

      Si Diana no recordaba nada en las siguientes horas, la policía empezaría a buscarlo. Seguro que a Roman se le ocurriría alguna forma de tratar aquel asunto de forma discreta.

      Porque era imposible que su mujer lo hubiera robado. Pero fuera cual fuera la explicación, seguro que no querría desprenderse de él, aunque recuperara la memoria.

      Aquel accidente había ocurrido poco después de su último aborto. Cuanto antes empezaran a buscar un niño para adoptar mejor.

      Buscó una habitación vacía desde donde pudiera hablar con su amigo en privado. Sacó el móvil y lo llamó.

      –¿Hola?

      –Roman, soy Cal.

      –¡Hola! Me alegro de que hayas llamado. Le estaba diciendo a Brittany que teníamos que vernos los cuatro este fin de semana. Por cierto, ¿dónde está la mejor ayudante que he tenido jamás? Me dijo que iba a llegar temprano.

      –Por eso te llamo. Estoy en el hospital. Diana está en urgencias. Se ha dado un golpe en la cabeza.

      –¿Qué?

      Cal cerró los ojos. Estaba demasiado afectado como para hablar.

      –No digas más. Voy para allá ahora mismo.

      –Gracias –le respondió Cal en un susurró y volvió a meterse el teléfono en el bolsillo. Porque lo que más necesitaba en aquel momento era un amigo a su lado. Se fue a la habitación donde estaba Diana.

      Había un médico examinándola. Cal se imaginó que sería el doctor Harkness. Con una mirada el médico le indicó que quería estar a solas con la paciente.

      Resistió como pudo sus deseos de decirle que él era el marido de Diana y que quería estar presente. Pero el doctor Harkness le había indicado con claridad que lo esperara en recepción.

      Incapaz de estar parado en un sitio, Cal decidió salir fuera a esperar a Roman. Tenía que respirar aire fresco, aire que no oliera a antiséptico. Cuando salía le preguntó a alguien que le enseñaran dónde se había caído su esposa.

      –¿La vio alguien caerse?

      –No que yo sepa, señor. Salimos y cuando entraba una ambulancia la vieron en el suelo. Tenía las pupilas dilatadas. No sabía dónde estaba y la metimos en urgencias.

      –Muy bien, gracias.

      Se fue hacia el coche de Diana. Había dejado las puertas sin cerrar con llave, algo que ella nunca hacía. Lo cual indicaba que se había dirigido tan deprisa a urgencias que ni siquiera se había parado a cerrarlas.

      De pronto vio una caja de cartón rectangular en los asientos de atrás. Abrió la puerta y alcanzó la caja. No había nada dentro, pero estaba forrada con tela de algodón.

      ¿Habría encontrado al niño en aquella caja?

      –¿Cal? –oyó que una voz familiar lo llamaba.

      Cal se dio la vuelta y vio a Roman de pie. Había llegado casi volando desde su oficina.

      –¿Qué

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