Sin recuerdos. Rebecca Winters

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Sin recuerdos - Rebecca Winters Jazmín

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cuéntame.

      –He encontrado una nota en uno de los bolsillos del vestido que llevaba puesto Diana cuando ingresó en el hospital. La nota dice:

      Estimada Diana,

      Mi novio y yo lo hemos hablado y hemos decidido dar el niño porque nosotros no podemos cuidar de él. Un amigo me ha contado que deseas tener hijos y que tu marido y tú sois personas muy buenas y que seríais los padres perfectos. Me dijo que incluso ya habíais preparado una habitación para el niño que no pudiste tener. Por eso te lo doy a ti y a nadie más. Por favor, cuida de él y ámalo. Ojalá yo pudiera, pero no puedo. Te pediré un solo favor más, llévalo a la iglesia cuando empiece a tener uso de razón. Muchas gracias. Cuando sea mayor dile que sus padres siempre intentaron quererlo y cuidarlo.

      La franqueza de la carta de aquella madre arrasaron los ojos de Cal. Quería a su bebé. Había que tener mucho valor y coraje para hacer lo que ella había hecho. Aquella nota debía haber roto el corazón de Diana.

      –Es increíble, Roman.

      –Sin duda. En cuanto Diana vio el estado en el que estaba el niño se fue corriendo al hospital.

      –Si Diana leyera esa nota, a lo mejor podría empezar a recordar.

      –Puede. Pero antes de entregártela tendré que llamar a la policía y comunicárselo. Esa nota os exime a Diana y a ti de cualquier acto ilegal.

      Roman y Cal sin haber hablado de ello pensaban lo mismo. Los dos sabían que ante las autoridades y a pesar del accidente que había sufrido, Diana podría haber sido sospechosa de haber conseguido por medios ilegales al bebé.

      Un poco más aliviado por aquella información que esclarecía un poco el misterio, Cal decidió concentrarse en Diana.

      –Iré al hospital a contarles todo esto.

      –Muy bien. Yo lo que voy a hacer es tratar de localizar a la madre del niño. No estoy muy convencido de que su novio sepa lo que ha hecho. La madre tiene que conocer a alguien de la agencia. De otra manera no sabría los deseos de Diana de tener un hijo. La chica parece que es muy joven. Seguro que ni siquiera fue al hospital a dar a luz, pero por si acaso llamaré a todos los hospitales. Me gustaría encontrarla. Hay ayudas para las madres sin recursos.

      –¿Y si no aparece?

      –En ese caso el bebé tendrá que ir a un centro de acogida y esperar a que alguien lo adopte.

      –¿Y si…?

      –Sé lo que vas a decir, Cal. Es mejor hacer bien las cosas. Hay veces que las madres se arrepienten de sus decisiones y vuelven por sus hijos. Y en este caso, la madre sabe dónde ir. Y lo último que quieren unos padres adoptivos es que aparezca la madre natural del bebé en su puerta. Pero estamos adelantando acontecimientos. Lo único que te puedo decir es que no te puedo garantizar nada.

      –Ya lo sé. Pero si alguien puede hacer lo imposible, ese alguien eres tú, Roman. Te agradezco lo que estás haciendo.

      –No me lo agradezcas. Ahora vete a ver a Diana. Te llamaré más tarde.

      –Hasta luego.

      Minutos más tarde Cal llegaba al hospital con alguna ropa para Diana y otros efectos personales, como una foto del día en que se casaron. Con la esperanza de evocar en ella algún recuerdo, también había llevado la novela que estaba leyendo.

      Mientras iba para el hosptial, Cal llamó a su secretaria, la señora West. Después de informarla de lo que le había ocurrido a Diana, le dijo que no iba a ir a trabajar en unos días, que se encargara ella de todo y que lo llamara al móvil si tenía algún problema.

      Cuando llegó al hospital, aparcó el coche y entró, rezando para que Diana hubiera empezado a recordar algo más.

      Su primer impulso fue entrar en la habitación sin llamar. Pero el médico le había dicho que era mejor tratarla como a una hermana. Llamó a la puerta.

      –¿Sí?

      –¿Diana? Soy Cal. ¿Puedo entrar?

      –Un momento, por favor.

      La Diana que él conocía no lo habría hecho esperar. La Diana de hacía tan solo seis horas lo habría recibido con los brazos abiertos, estuviera como estuviera.

      Apretó los dientes al darse cuenta de que no había ocurrido el milagro que había esperado que ocurriera.

      –Tranquila, puedo esperar.

      Transcurrió lo que para él fue una eternidad antes de decirle que entrara.

      –Entra ya.

      Cal entró en la habitación y cerró la puerta. Se sentía como si fuera un intruso.

      Era su esposa y ni siquiera se atrevía a tocarla, ni a abrazarla.

      No podía creerse que aquello le estuviera ocurriendo a él. Su mujer estaba en la cama, con las sábanas hasta la barbilla, con cara de asustada, nerviosa.

      –Te he traído algo de ropa y un libro.

      Le dio las gracias de tal manera que le hizo subir la adrenalina. Al ver que ella no extendía los brazos, le dejó las cosas en la mesilla de noche.

      Intentando canalizar toda su energía negativa, se entretuvo colocando la ropa en el armario.

      –¿Qué tal estás? –le preguntó, colocando una silla al lado de la cama.

      –No me acuerdo de nada, si es lo que quieres saber –le dijo con la cabeza bajada. Ni siquiera lo miró a los ojos–. Siento mucho si eso te duele.

      Su franqueza le llegó al corazón. Diana siempre había sido una persona muy directa, pero siempre decía las cosas de forma gentil. El médico le había dicho que la tratara como si fuera una hermana, pero él no había tenido hermanos y no sabía bien cómo actuar en aquellos casos.

      –Te mentiría si te dijera que solo estaba preguntándote por tu estado físico. La verdad es que estoy bastante confuso con todo lo que está ocurriendo. Es una situación un tanto extraña. La verdad es que no sé cómo vamos a salir de esta pesadilla. Porque me doy cuenta de que yo te doy miedo.

      Aquellas palabras la hicieron levantar la cabeza. Lo miró.

      –Estoy asustada, pero no porque seas una persona que me dé miedo, sino porque no siento nada por ti. Eso es lo que me asusta.

      –De eso ya me he dado cuenta, pero solo te pido que me des algo de tiempo para acostumbrarme.

      –Claro –le respondió ella–. De lo único que me acuerdo es del bebé. Es evidente que yo no soy la madre natural.

      –¿Quién te lo ha dicho? –le preguntó sorprendido.

      –¿Quién me tiene que decir algo que es tan evidente? Oí que el médico decía que el niño solo tenía cuatro días. Y yo no tengo el cuerpo de acabar de dar a luz. Lo cual quiere decir que lo hemos adoptado. ¿Es que no podíamos tener hijos? ¿Acaso eras tú estéril?

      Incapaz

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